La gente cree que es chino, pero es francés y de nacionalidad estadounidense. Su padre, Hiao-Tsiun Ma, era un violinista emigrado a París en 1936 que, entre concierto y concierto, distraía las tensiones de la guerra memorizando lasobras de Bach con resultados excepcionales que tiempo después iría a transmitir a su hijo de cinco años, quien acostumbrado al cello desde la cuna adoptó por rutina tocar algo de las suites del célebre compositor alemán antes de entregarse al descanso nocturno. Se llama Yo-Yo Ma y sus pilatunas musicales de infancia serían intrascendentes si no fuera porque no ensayaba simples melodías. Se trataba nada menos que de las Suites de Bach, considerada por los especialistas como la más exigente obra del repertorio violoncellístico de todos los tiempos. No cabía duda de que el precoz aprendiz de músico estaba para grandes cosas. Por supuesto, su futuro sería el cello y a él se consagraría hasta alcanzar las más altas cimas de la interpretación y la fama. Estudió primero en la Escuela Nacional de París y a los 15 años arribó a Estados Unidos dispuesto a completar su preparación con una disciplina digna de maestro. La Julliard Schooll of Music, de Nueva York, le ayudó a conocer el cello casi más que a sí mismo y desde muy joven empezó a dar conciertos y recitales. Sin embargo sería Herbert Von Karajan quien le abriría las puertas de la celebridad. A comienzos de la década de los 80 el director alemán era considerado el más grande de su tiempo y, al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín, acostumbraba a lanzar de vez en cuando figuras jóvenes. Para la grabación del Triple concierto de Beethoven decidió tocar tres fenómenos del momento: la violinista Anne-Sophie Mutter, el pianista Mark Zeltser y el cellista Yo-Yo Ma. A partir de entonces la fama de Yo-Yo Ma alcanzaría límites insospechados, al punto de comparársele con el célebre Mtislav Rostropovich, catalogado como un verdadero monstruo del cello. Aunque nadie discute los niveles de emoción alcanzados por Rostropovich, el maestro ruso es una estrella consagrada al mundo de la llamada música clásica. Yo-Yo Ma, por el contrario, desborda ese universo, es capaz de entrar en la zona de candela de la música popular sin quemarse un solo pelo y, lo que es mejor, con el aplauso de críticos y seguidores.Su talento parece residir no tanto en su discreta personalidad como en su dedicación rigurosa. Si Rostropovich lleva a su público al cielo con base en su inspiración, Yo-Yo Ma es el sinónimo de la perfección, de la fidelidad a la partitura y al sentimiento de la obra, pero sobre todo de la versatilidad, una virtud que lo ha llevado a ganarse la gratitud de los expertos y al mismo tiempo la de los aficionados.Declarado artista del año por la famosa casa Grammophon, Yo-Yo Ma es el cellista con más amplio repertorio en el mundo. Se le mide con la misma obstinación y entrega a la música barroca como a la más extrema vanguardia. Bien puede grabar música contemporánea, trabajando al lado de Boby MacFerrin, o bien interpretar con destreza los tangos de Astor Piazzolla, cuya grabación reciente dejó boquiabiertos a los propios argentinos, que celebraron con sorpresa cómo aquel oriental desentrañaba la esencia del tango.La cúspideSin embargo es su último trabajo el que lo tiene a las puertas de la posteridad. Se trata de la grabación de las seis suites para cello solo de Bach, la mismas con las que empezó a coquetearle al instrumento en su niñez. Esta noticia, que en términos normales debería quedar restringida al mundo de la música clásica, ha desbordado lo previsible por la aparición de Inspirado por Bach, una colección de seis videos que complementan la grabación y acercan al no iniciado a la compleja obra de Bach .El dominio de las suites fue la punta de lanza del proyecto. Cada película, de una hora de duración, resulta del trabajo intenso que involucra imágenes que venía elaborando desde la infancia en estrecha colaboración con artistas de diversas disciplinas, entre ellas la danza y la arquitectura. La primera, The Music Garde, dirigida por Kevin McMahn, se filmó en un jardín diseñado para este propósito por Julie Moir Mesevry. En la segunda explora las relaciones de la música con la arquitectura. Se titula The sound of the Carceri, y es un alarde de tecnología por la confrontación virtual en medio de la creación en computador de los diseños ideales del arquitecto italiano del siglo XVII Giovanni Battista Piranesi.La tercera, Falling Down Stairs, resulta de un proceso creativo con el coreógrafo norteamericano Mark Morris. Sarabande, la número cuatro y conducida por Atom Egoyan, es de corte dramático y desarrolla una suma de coincidencias entre la vida real y la ficción.Según el propio Yo-Yo Ma, la quinta es la más mística de las suites, y para desarrollarla recurrió a Tamasaburo Bando, el excepcional bailarín del Kabuki que supo confrontar con éxito dos tradiciones encontradas. Por último, la sexta, dirigida por Patricia Rozema, es una especie de final jubiloso que utiliza las imágenes de sugestiva plasticidad de Torvill & Dean, dos bailarines y patinadores sobre hielo, ambos ganadores de la medalla de oro en las olimpíadas.El impacto del proyecto ha sido colosal y coloca a Yo-Yo Ma en la cúspide de su instrumento en el mundo. Pero eso a él parece tenerle sin cuidado. Al fin y al cabo es tan poco amigo de la figuración que hace unas semanas, en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, Alemania, el lugar más ligado a la obra de Bach, mientras ensayaba las suites que presentaría esa noche, le sucedió una diciente anécdota: "Era mediodía, comenta Yo-Yo Ma, y como no había restricciones a la entrada de la iglesia, se acercaron turistas y visitantes. Me instalé, abrí la caja de mi cello y empecé a ensayar. De pronto escuché un clunk que me despistó: alguien me había arrojado 25 centavos".