EL SANTO Y EL HECHICERO

O cómo por cumplir una ley se cometen equivocaciones en nombre del arte.

3 de diciembre de 1984


Las dos esculturas en el Centro Don Bosco, sobre el paso de la Avenida Eldorado de Bogotá, resumen de manera magistral muchos de los problemas y defectos que caracterizan a las obras de arte que aparecen en el espacio público de la mayoría de las ciudades colombianas de hoy.

Una de ellas, hecha de cemento y colocada sobre un alto pedestal, representa a San Juan Bosco y a tres jóvenes que supuestamente están a punto de recibir sus instrucciones; sólo que la manera divertida con que ha sido visualizado el tema hace pensar que el santo está enseñándolos a caminar en el aire. Esto lo hace con un gesto torcido, como quien está en la cuerda floja o iniciando un paso de breakdance que, sin embargo, es dificilmente percibido por quienes cruzan velozmente. Como muchas otras esculturas públicas, ésta aparece aquí sin que haya sido necesariamente planeada ni concebida para el lugar y sus características, de tal forma que ignora la rapidez del tráfico vehicular así como la urgencia de quienes lo utilizan.

La escultura que la sigue, un poco más hacia el occidente, está hecha en lámina de hierro soldada y configura una especie de avichucho que a corta distancia, y leyendo su rótulo, indica que se trata de un hechicero. Esta que nos agrede corresponde a una imagen que extiende sus alas rematadas en manos, sobre un par de patas desproporcionadas para coronarse con una cabeza-máscara armada con cuernos; corresponde a una categoría tan desarrollada de la fealdad que uno puede llegar a pensar que quizás se ha equivocado en la primera lectura y que, en realidad, obedece a una intención estética misteriosa que no ha sido claramente entendida por nosotros todavía. Este hechicero también se localiza gratuitamente, obedeciendo a un seguro deseo de exhibicionismo pero nunca a los requerimientos del sitio y los usuarios.

Más allá de sus referencias específicas de comicidad y fealdad, estas dos esculturas trabajan con muchas de las equivocaciones que entre nosotros se han cometido en nombre del arte. Ello ha sucedido al obedecer una ley de la república que especifica que un cierto porcentaje del costo de los edificios debe estar representado en obras que los adornen; a partir de esa premisa hemos visto una verdadera epidemia de piezas que en la mayoría de los casos corresponden al arte de salón puestas en la calle luego de haber sido sencillamente infladas a un tamaño mayor pero sin responder de ninguna manera a las especificaciones y necesidades de sus puntos de localización. El espacio público, en suma, se ha visto invadido por piezas carentes de escala, y hay que aclarar que ello no tiene necesariamente que ver con el tamaño. La escala es la respuesta que la obra de arte da a las específicas actuaciones con que el espacio califica sus funciones. Desafortunadamente, las esculturas "a escala" sólo se dan en nuestras calles de manera verdaderamente excepcional.-- Galaor Carbonell