El sueño de Buñuel
A los cien años de su nacimiento el mundo entero revive a uno de los más grandes directores de la historia del cine.
Para la crítica siempre será difícil abordar la obra de Luis Buñuel y establecer su verdadera importancia en la historia del cine. No precisamente por su complejidad: parece que Buñuel se hubiera propuesto poner trampas a
quienes han tratado de analizarlo.“Detesto hacer ‘filmes arte’ metiendo en ellos referencias pictóricas. Hay críticos que, si ven en una de mis películas un enano o un mendigo, se ponen a mencionar a Velázquez o a Goya. Lo mismo podrían decir que soy un cineasta ‘cubista’ si ven en un filme mío una casa cuadrada. Sucede esto. Es risible.”
Le tomaba el pelo a la crítica, como sucedió con Belle de Jour. Allí un asiático entra a un burdel con una cajita. La abre , sin que el espectador pueda ver lo que hay adentro, y las prostitutas al observar el interior de la misma gritan horrorizadas. ¿Qué había en la cajita?, Buñuel siempre respondió: “Lo que ustedes quieran”. Las interpretaciones no se hicieron esperar.
Algo parecido sucedió con El ángel exterminador, cinta que recrea, según él, decenas de repeticiones como el encuentro de dos hombres que son presentados el uno al otro y se estrechan la mano, diciendo: “Encantado”. Luego se vuelven a encontrar y repiten: “Encantado”. Y así sucesivamente. Antes que preocuparse por la estética le daba prioridad a los guiones, casi siempre basados en situaciones cotidianas. Le fascinaba lo elemental. Veía algo sublime en frases tan sencillas como: “Quiero comer algo”.
Para conseguir los guiones tuvo que recurrir la mayoría de las veces a escritores o amigos. Jean Claude Carriére fue uno de ellos . El contó que todo lo que se planificaba durante semanas se cambiaba en último momento por un instante de humor o de intuición de Buñuel.
Algunos analistas lo tildaron de “inanalizable”, y a él le causaba gracia. Así sucedió con El perro andaluz, considerada la única cinta ciento por ciento surrealista. Nació de la unión de un sueño suyo con otro de su amigo Salvador Dalí y la prensa lanzó toda clase de interpretaciones al alegar la simbología que exponía el corto.
En torno al filme se tejieron varias anécdotas. Según Carlos Saura, Chaplin acostumbraba a asustar a su pequeña hija, Géraldine, mostrándole la cinta. García Lorca se sintió ofendido porque creía que él era el perro. Lo cierto es que desde ese instante la amistad entre Dalí y Buñuel nunca volvió a ser la misma tras compartir varios años de confesiones en la famosa Residencia Estudiantil de Madrid donde se conocieron con Lorca.
“Soy ateo gracias a Dios” es una de sus frases más conocidas y en sus películas siempre lanzó críticas a la religión. Cuestionó a los sacerdotes y los observó siempre como hombres por encima de su vocación. Con el padre Nazario Zaharín, en Nazarín, se insinúa si las feligreses lo siguen por su devoción o porque están enamoradas de él. O en La vía láctea cuando uno de sus personajes dice: “Mi odio a la ciencia y mi desprecio a la tecnología me acabarán conduciendo a esta absurda creencia en Dios”.
Nunca pudo establecer en qué momento dejó de creer en Dios y lo irónico es que su infancia en Calanda, donde nació el 22 de febrero de 1900, estuvo llena de catolicismo. Su iniciación sexual fue en un burdel de Zaragoza. Trabajó como locutor en Hollywood. Su deseo frustrado fue montar un bar cuyo nombre sería ‘El cañonazo’. Su madre le financió sus primeras películas y siempre logró que los rodajes se hicieran en menos de 24 días por cuestión de presupuesto. La excepción fue Robinson Crusoe.
Su vida transcurrió en España, Francia, Estados Unidos y México, país donde vivió más de 40 años de exilio y en el que produjo gran parte de su obra. Siempre quiso ser ‘surrealista’. Evocaba en sus películas sus sueños preferidos. La edad de oro, El discreto encanto de la burguesía, Diario de una camarera y Los olvidados lo consagraron definitivamente.
Murió en 1983 consciente de que su vida se estaba extinguiendo y por eso se tomaba el pulso con frecuencia hasta que dijo: “Creo que ahora sí me estoy muriendo”. En su libro Mi último suspiro dejó consignado su postrer deseo: “Me gustaría levantarme de entre los muertos cada 10 años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”.