escena
El Teatro Mayor de Bogotá dice: ¡Presente!
No se trata de que se esté cantando victoria, pero el Teatro Mayor de Bogotá parece estar marcando la pauta en el país en el llamado “regreso a la presencialidad” y en la “virtualidad”.
Para los teatros, seguramente más que para la mayoría de las organizaciones culturales, el inicio de la cuarentena, el encierro, fue una tragedia.
La invención del teatro fue uno de los grandes aportes de los griegos a la civilización: un recinto para “contemplar” espectáculos y, de paso, para el encuentro de los ciudadanos. A ellos se debe que las artes escénicas, incluidas la danza y la música, empezaran a abandonar su carácter religioso y utilitario para trascender más allá del espectáculo en sí mismo.
Por definición, la vitalidad de un teatro depende del encuentro entre los espectadores y de ellos con el escenario. El 16 de marzo del año pasado, las cosas cambiaron de un minuto a otro, aunque se presentían pasos de animal grande en todo el planeta por cuenta de la pandemia.
Esa mañana, Ramiro Osorio, que lo dirige desde su inauguración en 2010, llegó particularmente optimista, al fin y al cabo, el último espectáculo internacional que se había presentado, la Orquesta del Teatro Mariinski de San Petersburgo, bajo la dirección del titular Valery Gergiev, fue un éxito, artístico y de taquilla.
Hacia el futuro, el panorama se presentaba no menos promisorio: una programación atractiva, y cumplida por completo la meta de venta de boletería para los espectáculos del resto del año, entre ellos el debut en Colombia de una de las orquestas más queridas del público en el mundo, la agrupación inglesa The Academy of St.-Martin-in-the-Fields.
Sin embargo, ese mismo día, por decreto se inició la cuarentena y el cierre de todos los teatros en el país. Otro en su lugar habría perdido los estribos, pero la experiencia no se improvisa.
Ya en abril de 1988, con Fanny Mikey, como codirector del I Iberoamericano de Teatro, enfrentaron el atentado en el Teatro Nacional cuando un grupo terrorista detonó una bomba durante una función; al día siguiente, miles de bogotanos en la plaza de Bolívar levantaron su protesta contra la violencia y, contra todo pronóstico, el Iberoamericano se convirtió en el primer evento de su género, probablemente en el mundo.
¿Más vale prevenir que curar?
Nadie medianamente sensato se atrevería a afirmar que lo de la pandemia se veía venir. No al menos con la virulencia que lo hizo. Pero sí podría hablarse de una intuición teatral. Lo cierto es que el Mayor tomó la decisión, en 2018, de convertir la transmisión pública de algunos de sus espectáculos –como los conciertos de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela con dirección de Gustavo Dudamel– en una política cultural. Para ello se creó la plataforma Teatro Digital, que en 2018 se dio el lujo de contabilizar una audiencia de 453.652 espectadores durante diez espectáculos. Con semejante acogida, para 2019 se incrementó la programación: 19 espectáculos, y los espectadores ya fueron 1.124.598.
Desde luego, el asunto no es tan sencillo. Para semejante faena, resultó necesario diseñar un complejo sistema de contratación que permitiera, especialmente en la mayor parte de los eventos internacionales, esas transmisiones que, al final de cuentas, fueron las encargadas de mantener las actividades del teatro vigentes en la “virtualidad” durante el encierro.
Los resultados no mienten: desde el inicio de la pandemia, el Teatro Digital ha llevado a su público 98 transmisiones a una audiencia, profesionalmente contabilizada a 2 de septiembre de 2021, de 7.034.522 espectadores. Algo imposible de conseguir tan solo con los eventuales espectadores presenciales.
Las cosas no han sido tan sencillas como se ven sobre el papel. Cuando las condiciones de bioseguridad lo permitieron, se inició el regreso paulatino del personal técnico y administrativo al edificio, de nuevo se alzó el telón y se dio una modalidad inédita en el país: la producción de espectáculos en el escenario, pero para el público de la plataforma.
Así se hizo, por ejemplo, la puesta en escena de la ópera cómica Gianni Schicchi, de Giacomo Puccini, con Valeriano Lanchas en el rol protagonista, y el regreso a la escena lírica de la mezzosoprano Sofía Salazar, con la Filarmónica Juvenil y dirección de Alejandro Roca.
Regreso a la vida
Este “regreso a la vida” ha sido paulatino. A finales del año pasado, las normas permitieron, con muchísima cautela, el regreso de los espectadores: apenas el 20 por ciento del aforo total. La respuesta no fue menos cautelosa, había miedo.
Pero el público ha confiado en las estrictas medidas de bioseguridad del teatro, y, quién lo hubiera dicho, con el 50 por ciento del aforo el teatro va regresando, paulatinamente, a una nueva normalidad; hace apenas un par de semanas, ocurrió la primera presentación, en vivo, de un espectáculo internacional: el Ballet Folclórico mexicano de la Universidad de Guadalajara; aforo completo –el 50 por ciento permitido– y acogida clamorosa.
Claro, a Dios lo que es de Dios: si bien es cierto, la presencia de Osorio ha sido la garantía de profesionalismo en la dirección del teatro, situación que no es la misma en muchos teatros no solo de Bogotá, sino del país; también lo es que, para lograr esta especie de milagro, el Mayor ha contado con el apoyo irrestricto de las entidades culturales de la Alcaldía de Bogotá, el no menos importante de la familia Santo Domingo y el de entidades privadas, que apoyan generosamente la gestión del teatro. Esos millones de espectadores lo justifican.
Mirando el futuro
Digamos que Osorio es razonablemente optimista del futuro. Sabe que con la pandemia nada es seguro, pero entiende que debe mirar al horizonte. El suyo es la realización, para fin de año, del Festival Internacional de Música, que este año abordará la música del Barroco. Y desde luego seguir adelante: virtual y presencial. Teatro Mayor: ¡presente!