Exhibición
El tráfico de antigüedades, objeto de una exposición inédita en el Louvre
El objetivo de la muestra es alertar sobre el comercio ilegal de bienes culturales, un tráfico que genera casi 10.000 millones de dólares anuales, según la UNESCO.
Según los expertos, estos bustos permanecieron con toda probabilidad durante más de 2.000 años junto a las tumbas en ruinas de este santuario situado en Libia oriental, antes de ser robados por traficantes.
Mostrar semejantes obras “es una gran primicia” en Francia, subraya Ludovic Laugier, conservador del museo del Louvre.
Gracias a una ley de 2016 que revisó el código del patrimonio, la justicia autorizó su exposición, toda vez que la investigación para hallar a los responsables del saqueo continúa.
El objetivo de la muestra es alertar sobre el comercio ilegal de bienes culturales, un tráfico que genera casi 10.000 millones de dólares anuales, según la UNESCO.
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“Antigüedades de sangre”
Oriente Medio, escenario de numerosos conflictos, concentra buena parte de esta criminalidad poco arriesgada y lucrativa.
Además de destruir las ciudades antiguas de Palmira en Siria y de Hatra y Nimrud en Irak, el grupo yihadista Estado Islámico se financió ampliamente gracias a la reventa de lo que los expertos denominan “antigüedades de sangre”.
Sensibilizar al gran público permite “actuar sobre la demanda”, según Laugier. “Cuantas más dudas se tienen, más se verifica la procedencia y por tanto la demanda de antigüedades robadas cae, así como la oferta”.
“Hay que mostrar estas obras para volverlas invendibles, de la misma forma que La Gioconda es invendible puesto que todo el mundo la conoce”, corrobora Vincent Michel, arqueólogo especialista del Oriente clásico.
Los bustos de Perséfone expuestos en el Louvre de París son “fáciles de reconocer”, prosigue este jefe de la misión arqueológica francesa en Libia. Entre el siglo VI y I antes de Cristo, se crearon miles de estas estatuas funerarias en Cirene y sus alrededores. Su mármol salpicado de manchas rojizas es típico de la “terra rossa” de la región.
La exposición permite además escanear códigos QR para acceder a diversas “listas rojas”, como la de Interpol y la del Consejo Internacional de Museos (ICOM), que incluye bienes robados y categorías de obras muy preciadas por los traficantes.
Tráfico globalizado
Pero no siempre se consiguen identificar las antigüedades robadas, como es el caso de dos bajorrelieves presentados en la exposición, con cruces cristianas.
Lo más probable es que procedan de Siria, pero el tráfico los volvió “mudos”, lamenta Laugier: es imposible datarlos o recontextualizarlos con precisión.
Confiscadas en 2016 en el aeropuerto de Roissy, estas dos obras fueron registradas en Líbano como “decoraciones de jardín” y tenían como destino Tailandia, lo que ilustra la complejidad de este tráfico globalizado.
Antes de restituir los bienes a los países de origen, “las investigaciones pueden alargarse, puesto que hay que pasar por la cooperación internacional y muchas veces remontar una cadena de múltiples intermediarios”, explica a la AFP Corinne Cléostrate, subdirectora de aduanas en Francia, encargada de asuntos jurídicos y de la lucha contra el fraude.
Además, con la pandemia del covid-19, el tráfico se agravó.
“Estamos viendo una especie de industrialización del saqueo”, según Michel, especialmente en los países en conflicto donde el coronavirus empobreció todavía más a la población y los sitios arqueológicos están mal vigilados.
Además, la facilidad con la que hoy en día se pueden vender estas antigüedades, a veces con solo unos clics en las redes sociales, representa un maná financiero tentador para estas poblaciones, prosigue.
“Tenemos que ser conscientes de que detrás de una antigüedad, quizás haya una infracción”, según este experto.