¿Qué se preguntan los filósofos sobre Colombia?

CULTURA

¿Qué se preguntan los filósofos sobre Colombia?

SEMANA le preguntó a cinco pensadores colombianos sobre sus preocupaciones actuales. Política, conflicto y corrupción, las más comunes.

18 de agosto de 2018

SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

"El país está polarizado políticamente y eso es bueno para la democracia"

Filósofo, profesor de la Universidad Javeriana, Bogotá

SEMANA: ¿Cuáles son sus temas de reflexión sobre la realidad colombiana y por qué le inquietan tanto?

S.C.: Mis primeras investigaciones versaron sobre el tema de las herencias coloniales en Colombia. Los procesos de enclasamiento durante la colonia estuvieron ligados directamente con el problema de la “limpieza de sangre” y esto continuó así durante el período de la República. Las clases altas en este país poseen el capital simbólico de la blancura y en este sentido se distancian no solo económica sino culturalmente de los negros, indios y mestizos. De modo que el vínculo entre la modernidad y la colonialidad en Colombia fue lo que marcó el tono de mis primeros libros. Luego empecé a interesarme por temas relativos a la filosofía política. Me di cuenta de que no bastaba levantar un diagnóstico sobre el peso las herencias coloniales en Colombia y su vínculo estrecho con los procesos de modernización, sino que era necesario también elaborar una reflexión sobre el modo en que esas herencias podían ser combatidas políticamente. Fue entonces que comencé a ocuparme de autores como Arendt, Rancière, Zizek, Dussel o Laclau, y de temas como la democracia radical, la hegemonía política, la sociedad civil, el Estado de derecho, etc.

SEMANA: ¿Qué papel debe jugar la filosofía en momentos de zozobra y desorientación?

S.C.: Colombia no atraviesa por “momentos de zozobra y desesperación”. No comparto en absoluto este diagnóstico. El país se halla polarizado políticamente y esto es bueno para la democracia, puesto que finalmente hay diversos “proyectos de país” (y no uno solo) que pueden ser discutidos y debatidos públicamente por la ciudadanía. Si me pregunta por el momento histórico que vive Colombia, diría que se halla en un tránsito hacia la democracia. Lo que hemos tenido hasta ahora no es una democracia sino una oligarquía parlamentaria. Pero es este modelo único de gobierno el que precisamente ha entrado en crisis con la polarización del país. Un sector nada despreciable de la ciudadanía ya no está dispuesto a permitir que sean los mismos privilegiados de siempre quienes tomen las decisiones que nos afectan a todos. Nuevas demandas políticas han surgido durante las últimas décadas. Veremos si se abren finalmente los espacios para que estas voces puedan encontrar la representación política que están exigiendo. Si lo consiguen, la democracia puede empezar a convertirse en nuestro nuevo “sentido común”.

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SEMANA: ¿Desde la filosofía puede haber solución a los problemas del país?

S.C.: Los problemas políticos deben ser solucionados políticamente. La filosofía por sí misma, es decir sobre la base de sus propios recursos discursivos y metodológicos, no ofrece soluciones para los problemas políticos de Colombia. A lo sumo, puede contribuir a la clarificación de esos problemas. Pero para ello el filósofo debe salir del recinto universitario y participar como intelectual público en los debates de la sociedad civil. Con su saber y su compromiso puede contribuir a modificar el “sentido común” de la sociedad colombiana, que es precisamente donde se hallan anclados el racismo, el clasismo, el machismo y otras actitudes culturalmente decantadas que obstaculizan entre nosotros la consolidación de la democracia.

MARÍA DEL ROSARIO ACOSTA

"El arte es un interlocutor fundamental de mi trabajo en filosofía"

Filósofa colombiana de la DePaul University, Estados Unidos

SEMANA: ¿Cuáles son sus temas principales de reflexión sobre la realidad colombiana y por qué le inquietan tanto?

María del Rosario Acosta: Yo me he dedicado sobre todo al tema de la memoria, en conjunción con la pregunta por las posibilidades legales y extralegales de representación de la violencia y el daño. En el contexto colombiano en particular, y sobre todo a partir del así llamado proceso de justicia transicional, me ha preocupado la pregunta por cómo escuchar aquellas historias de la violencia que usualmente quedan por fuera de los registros oficiales y de toda posibilidad de representación ante la ley, debido ya sea a su carácter profundamente traumático (por lo que estas “historias” usualmente no tienen la estructura cronológica lineal a la que solemos estar acostumbrados), o al hecho de que esas historias y esas memorias se “cuentan” y “comunican,” “se “procesan” y “elaboran,” en lenguajes distintos a aquellos que estamos “entrenados” a saber escuchar y comprender.

La creatividad y tenacidad de los sobrevivientes por producir una memoria allí donde lo que ha dejado la violencia ha sido solo dolor y trauma, exige por parte de quienes escuchamos el aprendizaje de lo que yo he llamado nuevas “gramáticas”, capaces de escuchar, hacer visibles y audibles estas iniciativas de resistencia al olvido y estas denuncias por construir una historia y una memoria plural, diversa, capaz de recoger los puntos de vista y las perspectivas de quienes usualmente quedan por fuera del discurso público. Mi trabajo con sobrevivientes de violencia paramilitar, en Colombia, y ahora con sobrevivientes de tortura policial, en el sur de Chicago, me ha mostrado los grandes retos que, desde esta perspectiva, se le plantean a toda iniciativa de justicia reparadora y restaurativa para una construcción de memoria verdaderamente reparadora y justa. Mi propuesta ha sido pensar qué es exactamente lo que la filosofía puede aportar en este contexto en el que otras disciplinas como la antropología, la historia, la sociología y la ciencia política han hecho un trabajo tan importante ya por reconocer los límites de la manera como usualmente construimos conocimiento histórico y por recoger historias y acciones políticas provenientes de lugares completamente distintos a los que se acostumbra reconocer e inscribir en la historia, incluyendo aquellas que han sido explícitamente silenciadas, tergiversadas, borradas enteramente de todo registro oficial. En un contexto en el que ya se ha hecho un trabajo importante por reconocer la necesidad de múltiples iniciativas de memoria e implementarlas, también es urgente preguntarse por los desafíos a los que nos enfrentamos en el proceso de responder a esa necesidad. Y es en este punto en particular que he intentado mostrar desde mi trabajo que la filosofía tiene aún mucho que aportar para comprender la dimensión de estos desafíos y la manera como se ha buscado resolverlos desde lugares distintos a los oficialmente reconocidos.

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SEMANA: Usted hace mucho énfasis en el arte…

M.A.: En este sentido también he encontrado que el arte (entendido de manera amplia) juega un papel fundamental y ha cumplido un rol esencial en el contexto colombiano. El arte en Colombia ha buscado ser en muchas ocasiones no solo un lugar de denuncia, de resistencia al olvido, sino también un espacio en el que se articulan de manera creativa gramáticas alternativas de la escucha, esto es, modos distintos de producción y creación de sentido que abren el camino para una escucha mucho más abierta, plural, capaz de redistribuir lo que de lo contrario se encuentra ya fijado en categorías que hacen invisible y sobre todo inaudible historias y memorias que exigen ser escuchadas y reconocidas. El arte se ha convertido así en un interlocutor fundamental de mi trabajo en filosofía, no solo porque me ha mostrado en qué sentido aún hay mucho trabajo por hacer a la hora de articular modos distintos de escucha, sino porque me ha permitido comprender la creatividad proveniente de aquellos lugares que, por ser usualmente silenciados, deben buscar gramáticas distintas de enunciación.

DAMIÁN PACHÓN

"Me preocupa el uso político del miedo"

Filósofo de la Universidad Industrial de Santander

SEMANA: ¿Cuáles son sus temas principales de reflexión sobre la realidad colombiana y por qué le inquietan tanto?

Damián Pachón Soto: En mi trabajo me he ocupado principalmente de nuestra tradición intelectual latinoamericana y colombiana, pero como filósofo de la cultura y filósofo social me han interesado la ausencia de cultura política, la importancia creciente que viene ganando la política del miedo y, recientemente, la corrupción.

Hay en la sociedad colombiana un profundo analfabetismo político, que se traduce en una incomprensión de la filosofía del Estado y los fines constitucionales, la importancia del rol del ciudadano, el funcionamiento de las instituciones, entre otros aspectos. Por eso, tenemos una ciudadanía acrítica, manipulable y pasiva. Esa ausencia de cultura política se traduce en indiferencia y abstencionismo, pues se desconocen los efectos y la importancia de la política para la vida cotidiana.

Es un tema que me ha interesado porque parte de mis esfuerzos ha sido llevar la filosofía a un mayor público, a espacios extra-académicos, facilitando el acceso a ella para forjar conciencia crítica y así contribuir a la transformación socio-política.

Igualmente, me he ocupado recientemente del uso político del miedo. El miedo es un sentimiento primario, un instrumento biológico de supervivencia. Lo que genera miedo es la posibilidad de perder la seguridad vital, existencial. Por eso pensar en la imposibilidad de reproducir la vida dignamente, o hacerlo de manera precaria, genera pavor colectivo. La política del miedo es una psicopolítica, donde se acude a las emociones y a la mentira como instrumento para alcanzar réditos electorales, y donde los medios de comunicación juegan un papel crucial. Como colombianos lo vimos claramente: el miedo al presunto castro-chavismo funcionó como estrategia política en las elecciones presidenciales y en el plebiscito por la paz. Éste tema me ha interesado justamente porque su presencia cada vez mayor en el espacio social incide en la capacidad de decisión de la ciudadanía y en sus elecciones políticas.

En tercer lugar, me interesa el tema de la corrupción política porque ésta es la destrucción de lo público; es la imposibilidad de realizar lo que las filosofías antigua y medieval denominaron bien común. La corrupción es la perversión de los fines del poder político. De ahí que en Colombia el acceso al poder se ha visto como un acceso a un botín que hay que repartir. Lo que está en el fondo de la corrupción es la ausencia de ética de lo público. La ética como autonomía individual y como autorresponsabilidad social debe guiar la actividad de los políticos, de aquellos que viven para la política y no de ella como decía Max Weber. Este tema es relevante porque la corrupción es un cáncer del Estado que condena a las sociedades al atraso, la pobreza y la perversión moral.

SEMANA: ¿Qué papel debe jugar la filosofía en momentos de zozobra y desorientación?

D.P.S.: Pienso que en estos tres problemas la filosofía puede contribuir, pues además de su papel de esclarecimiento, la filosofía tiene una función propositiva, creativa, genera utopías, etc., las cuales requieren para su materialización la actividad política, organizativa y colectiva, sin que haya un resultado garantizado. Por eso, sin dogmatismos y de manera experimental, puede ofrecer directrices para transformar estas realidades.

SEMANA: ¿Desde la filosofía puede haber solución a los problemas del país?

D.P.S.: Finalmente, quisiera anotar que en la sociedad colombiana actual la filosofía tiene la inaplazable tarea de luchar contra el fanatismo; fomentar la crítica, la educación política y cívica para facilitar la con-vivencia en una sociedad que pueda tramitar sin violencia sus conflictos y que le apueste a nuevos horizontes vitales.

LAURA QUINTANA

"Las prácticas desigualitarias se han instalado como sentido común"

Filósofa, de la Universidad de los Andes

SEMANA: ¿Cuáles son sus temas de reflexión sobre la realidad colombiana y por qué le inquietan tanto?

Laura Quintana: En mi investigación me ha interesado mostrar que el conflicto social no es eliminable y que la democracia tiene que ver con crear los espacios y las herramientas institucionales –estatales y no estatales– que le permitan canalizarse en prácticas ciudadanas que hagan más igualitario el espacio político. He argumentado así que las formas de violencia (simbólicas, económicas, físicas) se retroalimentan e incrementan toda vez que se asuma que la construcción de paz implique la neutralización del conflicto y no su tratamiento político, a través de una ampliación de las formas igualitarias de intervención ciudadana. En este sentido, las vías en que puede manifestarse y demostrarse la igualdad ha sido otro eje fundamental de mi trabajo. Por eso me han interesado las prácticas de movimientos sociales que revindican capacidades, problemas y formas de existencia que son invisibilizados, cuando no físicamente destruidos, por dinámicas de poder y de violencia, sedimentadas en la sociedad colombiana. En este punto, para destacar una tercera cuestión, me ha parecido crucial pensar en los efectos que han traído las formas de violencia y de poder, en particular, cómo se han incorporado en el tejido de experiencia de las personas, en las formas de tratarnos unos a otros, en las emociones y modos de percepción. Lo que más me inquieta al ocuparme de estas cuestiones es cómo visiones y prácticas tremendamente desigualitarias se han hecho hegemónicas, es decir, se han instalado como sentido común. Y cómo esta comprensión dominante nos ha llevado a pensar que ciertas formas de vida en los territorios (rurales y urbanos) no tienen derecho a la existencia; cómo ha producido afectos de odio y rabia de unos frentes a otros, así como un escepticismo y apatía que nos hacen pensar que nada puede realmente cambiar.

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SEMANA: ¿Desde la filosofía puede haber solución a los problemas del país?

L.Q.: Entiendo el trabajo filosófico como una reflexión situada, que se orienta e interviene en unas circunstancias históricas para crear y movilizar conceptos, que puedan alterar interpretaciones dominantes del mundo, y quitarle a lo asumido como “dado” y “real” su presunta evidencia y legitimidad. Es tarea entonces de la filosofía, a mi entender, crear formas de pensamiento que nos permitan atender y lidiar con la conflictividad del mundo social. Que no haya una realidad política y social dada, siendo ésta precisamente conflictiva, quiere decir que en ella se cruzan distintas visiones del mundo y de sus problemas que deben encontrar la manera de poderse expresar, y esto requiere que puedan ampliarse las capacidades y los espacios de intervención públicos. Por ende, me distancio de una imagen paternalista del filósofo y del académico en general, de acuerdo con la cual estos han de reconocer los problemas y encontrar las soluciones.

SEMANA: ¿Qué papel debe jugar la filosofía en momentos de zozobra y desorientación?

L.Q.: Me interesa entonces atender a cómo las personas pueden reconocer los problemas que les apremian e inventar prácticas para hacer valer su igualdad. Creo que la zozobra y desorientación que vive Colombia tienen que ver con condiciones de vida y lógicas desigualitarias muy incorporadas, también coloniales, que se conectan con dinámicas mundiales del capitalismo contemporáneo. Las prácticas clientelistas, los intereses económicos corporativos, la captura de las instituciones por estos, así como la lógica de expertos de la tecnocracia, invisibilizan, cuando no destruyen de maneras muy violentas, la capacidad de las personas para hacer valer que ellas mismas pueden y deberían decidir –más directamente– sobre sus circunstancias. Pienso así que esta sensación de que las mismas condiciones de desigualdad se repiten día a día y no podemos hacer nada, es lo que realmente nos tiene muy paralizados y desorientados.

LEONARDO TOVAR

"Como educador me preocupa el fomento de la lectura crítica"

Filósofo de la Universidad Santo Tomás, integrante de la Sociedad Colombiana de Filosofía

SEMANA: ¿Cuáles son sus temas de reflexión sobre la realidad colombiana y por qué le inquietan tanto?

Leonardo Tovar González: Como ciudadano, me inquietan los problemas relacionados con la corrupción pública y privada, con la violencia y el conflicto, con nuestra deficitaria democracia. Sin embargo, como persona que ha intentado tanto pensar filosóficamente la sociedad como pensar socialmente nuestra trayectoria filosófica, me preocupa la ruptura entre los principios, los valores y los ideales que sustentan normativamente nuestra convivencia social, y la realización falaz de aquellos. Unos y otros grupos de interés ubicados en los extremos partidistas, a nombre del principio de participación manipulan las aspiraciones de las mayorías, para validar así sus prebendas sectoriales. De uno a otro polo de populismo, al fetichizar el valor de la libertad, se impiden las conquistas de igualdad que lo hacen efectivo; o idolatrando el valor de la igualdad, se coartan las libertades que nos hacen iguales en dignidad y respeto. Aunque sabemos que nunca la podremos alcanzar plenamente, todos anhelamos la felicidad, ¿pero realmente cuánto estamos dispuestos a hacer para que los desposeídos y los desprotegidos logren al menos condiciones decentes de vida?

Y como estudioso de la historia filosófica de este país, me preocupa también admitir la contribución de la enseñanza filosófica a la formación de esta mentalidad escindida que nos divide internamente entre quienes debemos ser para poder ser lo que queremos, y quiénes queremos ser para poder ser lo que debemos. Como advirtieron pioneros de la filosofía contemporánea en Colombia, hemos vivido en una cultura de simulación, en la que las ideas del humanismo cristiano en que se fraguó la nacionalidad, han sido mero oropel de nuestra inserción neocolonial en la globalización capitalista.

SEMANA: ¿Qué papel debe jugar la filosofía en momentos de zozobra y desorientación?

L.T.G.: Como educador que trabaja en la formación de profesoras y profesores de filosofía, y como filósofo que indaga por las relaciones entre filosofía y educación, mis preocupaciones filosóficas sobre la realidad colombiana, no son ajenas a mis preocupaciones educativas sobre la filosofía en Colombia. El fomento de la lectura crítica, que parece enarbolarse como la competencia filosófica necesaria para la productividad económica y el desarrollo científico, debe ir más allá de la inferencia correcta, para promover en los educandos las capacidades de “pensar por cuenta propia”, “ponerse en el lugar de los otros” y “ser consecuentes”, como recordamos adaptando levemente las máximas kantianas. Y sin desmedro del aporte imprescindible de psicólogos, pedagogos y otros expertos, las competencias ciudadanas y la educación para la paz, no pueden menos que responder a una genuina educación filosófica, que motive en la ciudadanía la articulación entre sus proyectos plurales de vida y la convivencia pluralista entre dichos proyectos.

SEMANA: ¿Qué papel debe jugar la filosofía en momentos de zozobra y desorientación?

L.T.G.: Ciertamente, tras varias décadas de paulatina normalización filosófica en Colombia, es estimulante constatar el crecimiento del trabajo filosófico, evidenciado durante el VII Congreso Colombiano de Filosofía en Bucaramanga (entre el 15 y 18 de agosto). No obstante, sigue pendiente el interrogante de fondo sobre la realidad de presencia de la filosofía en nuestra sociedad. Para nosotros, el sentido profundo de esta pregunta sobre nuestra realidad filosófica, apunta a cuestionar el sin-sentido de nuestra realidad y a fomentar una educación filosófica que le confiera nuevos sentidos a nuestra experiencia como personas y como ciudadanos, y también como filósofos.