LIBROS

El voyerista sospechoso

La historia que el periodista Gay Talese aplazó durante tres décadas y se publicó rodeada de escándalo.

Luis Fernando Afanador
3 de junio de 2017

Gay Talese

El motel del voyeur

Alfaguara, 2017

227 páginas

En 1980, Gerald Foos, un hombre de Colorado, contactó al periodista Gay Talese, autor de La mujer de tu prójimo, un estudio sobre el sexo en Estados Unidos, para que contara su historia: desde hacía 15 años era propietario de un motel en Aurora, área metropolitana de Denver, donde, con la complicidad de su esposa, se dedicaba a espiar la intimidad de sus huéspedes. Había hecho unos agujeros en los techos de las habitaciones, de 15 por 35 centímetros, recubiertos con unas lamas de aluminio que simulaban conductos de ventilación. Desde ese camuflado “laboratorio de observación” veía y anotaba en un diario todas las actividades sexuales. Foos no se consideraba un simple voyerista, sino también un investigador del comportamiento de la gente, más valioso que Masters & Johnson, porque las personas que él analizaba no sabían que estaban siendo observadas y por lo tanto la información que ofrecían era más veraz.

Sin duda hay mucho de cinismo –y de manipulación– en sus historias. Foos juzga con dureza el comportamiento de sus clientes sin cuestionar su conducta aprovechada e ilegal, hasta el punto de haber llegado a ser testigo de un crimen que no denunció. Un curioso científico social o, mejor, un caradura que se masturba mientras observa su objeto de conocimiento. Foos cree alcanzar el rigor refiriéndose a sí mismo en sus diarios como “el Voyeur” y dándoles a sus huéspedes espiados el calificativo de “sujetos masculinos” y “sujetos femeninos”. O haciendo olímpicas generalizaciones: “Todos los hombres son ‘voyeurs’ hasta cierto grado y lo demostrarán si se les concede la oportunidad”. Y bueno, “las conclusiones” al final de cada una de sus observaciones no son menos cínicas: “Lo está pasando mal, es evidente, adaptándose al nuevo entorno de Denver, y se la ve un tanto superada por la depresión y la soledad. Pero la masturbación parece llenar parte de ese vacío, al menos de manera temporal. Tras observar a muchos sujetos, mi estudio concluye que las mujeres tienen tendencia a masturbarse más por depresión que otra cosa. Los hombres se masturban puramente por alivio físico. Este sujeto femenino en concreto, al masturbarse delante de un espejo, obtiene una segunda perspectiva…, y yo, en el desván, una tercera”.

Con todas las reservas que tengamos frente al sórdido testimonio del voyerista, no deja de ser interesante el libro: la intervención de Gay Talese pone en perspectiva a Gerald Foos –por cierto, él se considera dos personas–, indaga en su pasado familiar y en su infancia y le da otra dimensión, más profundidad. De todas maneras, no es despreciable la información que contiene. Son muchos años, cientos de personas: se alcanzan a apreciar importantes cambios ocurridos en la sociedad norteamericana en materia sexual.

Pese a las sospechas y a las dudas que siempre tuvo Talese con su fuente, decidió finalmente escribir el libro y publicarlo. El obstáculo mayor era que Gerald Foos aceptara aparecer con su nombre real, hecho que se resolvió luego de tres décadas. Sin embargo, cuando El motel del voyeur ya se encontraba en prensa en Estados Unidos (2016), The Washington Post puso en duda las fechas en que Foos fue propietario del motel de Aurora. Casi nada, los informes desde 1980, año en el que Foos contactó a Talese, ¡podían ser falsos! Lo habían asaltado en su buena fe, mucho más de lo que él había imaginado. De ahí su decepcionada declaración: “Gerald Foos no es de fiar, es un hombre deshonesto… Hice lo que pude en este libro, pero puede que no fuera lo suficiente”. Aunque a los pocos días reculó. Dijo que actuó con rabia y probablemente “había dicho cosas con las que no estaba y no estoy de acuerdo”. ¿El editor pegó el grito en el cielo? ¿Era imposible deshacer el contrato con Spielberg quien compró los derechos para su adaptación cinematográfica? Lo cierto es que la edición en español viene con una nota de autor que intenta desvirtuar el descubrimiento de The Washington Post. ¿El gran periodista de no ficción fue víctima de un mitómano? Esa sí que sería una gran historia, aún más interesante.