TOROS
Emilio de Justo, cuando el nuevo rey del toreo se forjó en la tierra del Sol y del Acero
Hace 10 años, y en plenos días patrios, el torero que recientemente se consagró en Las Ventas de Madrid se hospedaba en una habitación de $80.000 para presentarse en la plaza de toros de Sogamoso y abrirse paso lejos de su tierra, donde le habían dado la espalda. Hoy, es la máxima figura del toreo mundial.
Desde mucho antes del 20 de julio de 1968, cuando Pepe Cáceres, Vásquez II y el mexicano Manolo Espinosa “Armillita” inauguraron la plaza de toros La Pradera de Sogamoso, todos los días de la independencia de Colombia se han celebrado corridas de toros en la que se conoce como la tierra del Sol y del Acero. Incluso, desde los días de la colonia, hubo registros de festejos taurinos en el solar del Palacio del Corregidor, donde hoy está la sede del Concejo de la ciudad.
El ruedo más importante de Boyacá, el departamento que más número de corridas daba antes de la pandemia, y también el de mayor número de plazas de toros, se hizo famoso en todo el mundo taurino desde aquella feria del Sol y del Acero de 1987, cuando el 19 de julio, en la víspera de un día patrio, el toro ‘Monín’ de la ganadería antioqueña San Esteban de Ovejas corneó mortalmente a Pepe Cáceres -quien a sus 56 años seguía toreando y con trajes de la misma talla de cuando tenía 20-, al estampillarlo contra las tablas al primer intento de estocada. El pitón del toro le atravesó el pulmón, y tras casi un mes de agonía, el 16 de agosto, falleció en una habitación de la fundación Santafé, en el norte de Bogotá.
También, el ruedo de La Pradera ha servido, haciendo honor a la tierra, para forjar como el acero a figuras del toreo nacionales, pues la tradicional corrida de la independencia de Sogamoso es la más importante que se celebra en el país en mitad de año, y un triunfo puede catapultar a los toreros a plazas de mayor categoría, como la Santamaría de Bogotá.
César Rincón, por ejemplo, un año antes de la tragedia de Cáceres, hasta se midió en un duelo en banderillas con Gitanillo de América y el venezolano Morenito Maracay. Allí empezó su ascenso a la cima que alcanzó hace 30 años, en 1991, cuando salió a hombros cuatro veces consecutivas por la puerta grande de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, y se consagró como la máxima figura del toreo mundial.
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Esta historia se repitió pero con un protagonista insólito. Emilio de Justo, torero español que había tomado la alternativa en mayo de 2007 con Alejandro Talavante de padrino, pareció ver sepultada su carrera en la feria de San Isidro del 2010, cuando el 16 de mayo se le fue vivo un toro a los corrales luego de que le sonaran los tres avisos. El peor sonido que puede escuchar cualquier torero.
Sin contratos en España, el torero de Cáceres (Extremadura) aterrizó como cualquier forastero en Colombia, a buscar alguna plaza que le abriera las puertas. A pesar del tropiezo, Emilio siempre creyó que sus condiciones para lidiar y matar toros bravos lo llevarían “a comer de esto”, a ganar fortunas, tener ganadería, y solucionar su vida, incluso la de parte de su descendencia.
Sin embargo, no dejaba de ser una auténtica quijotada que un torero español, que llegó a ver su nombre en los carteles del mundial del toreo, esos treinta días ininterrumpidos de toros en Madrid, buscara resucitar en la plaza de toros de Sogamoso, en Colombia, a miles de kilómetros de la meca del toreo, y donde probablemente ni se enterarían de su actuación.
Emilio, con 28 años, y con la sensación de que podría estar viejo para alcanzar su meta de ser máxima figura del toreo, apareció en los carteles de la feria del Sol y del Acero de Sogamoso del 2011, en una de las dos corridas de toros que se anunciaron durante los días patrios de aquel año.
Se hospedó en un céntrico hotel de la ciudad, de habitación a $80.000 la noche, con televisor y baño privado como únicos lujos. Había que escatimar gastos por si el día de la corrida no entraba la suficiente gente y el empresario pudiera quedarse sin el dinero pactado para saldar la actuación. Era lo que menos le importaba a Emilio. Sentía haber vuelto a la vida porque después de aquella tarde de primavera (que para él fue de invierno) en Madrid, volvía a vestirse de torero con el traje de luces, para poder hacer lo que más le gusta, pasarse los toros cerquita de su cuerpo, y sin mover un ápice los pies del piso.
Un blanco y oro fue el vestido, el único que había traído de España, con el que hizo el paseíllo en La Pradera junto al rejoneador Andrés Chica y el matador bogotano Juan Solanilla. Los tres alternaron en la lidia de toros de Ernesto Gutiérrez.
Emilio de Justo dejó con la boca abierta a los más conocedores, a los profesionales, y emocionó al público menos entendido con una faena que pudo de ser de dos orejas y de puerta grande, pero que por un fallo con la espada se redujo a una vuelta al ruedo tras un aviso.
El motivo del asombro es que se había visto en una plaza de toros boyacense un quite por chicuelinas a lo Manzanares, y una faena de muleta que en sus formas asemejó a las de uno de los maestros más clásicos de la historia del toreo, José Miguel Arroyo ‘Joselito’, ese matador que en el San Isidro de 1996 le brindó la lidia de ‘Excusado’, toro de la ganadería de José Luis Marca, a Gabriel García Márquez en Madrid, al cual le cortaría las dos orejas.
No hubo puerta grande, y las noticias de un triunfo, que esperaba ver publicadas en el diario de Cáceres, se redujeron a un párrafo de cuatro renglones que apenas reseñaba su actuación en Colombia. Sin orejas, poco espacio habrá en las páginas taurinas. Lo sabe Emilio.
Al otro día, en esa habitación de 80 mil pesos la noche, Emilio de Justo se reunió con un fotógrafo taurino que le mostró las imágenes que había capturado en la que fue la tarde de su debut en la ciudad del Sol y del Acero. Se hizo con casi todas. Ellas, dijo en ese momento, le servirían como una especie de “prueba de supervivencia”, para que los empresarios y la prensa taurina de España supieran que no había desaparecido, y que por el contrario seguía en la lucha, aunque lejos de su tierra.
Decidió radicarse el resto de temporada en Colombia, en busca de nuevas oportunidades. Mientras llegaban no escatimaba esfuerzos en poner a sonar su nombre. Él mismo gestionó su primera entrevista en el país, tras su triunfo en Sogamoso, en el portal taurino Puerta Grande.
Se le abrieron las puertas de plazas como la Agustín Barona Pinillos de Palmira, Tuta, Sincelejo, y hasta un festival en la pequeña plaza de El Pórtico, ese restaurante a las afueras del norte de Bogotá, donde grabaron la famosa novela Pasión de Gavilanes, y organizado por quien se le conoció como su primer apoderado en Colombia, Ricardo Arboin.
Y es que este país fue el que lo rescató del precipicio tras aquella tarde de tres avisos en Madrid. “Había decidido retirarse”, le confesó a SEMANA el matador de toros caleño Guerrita Chico, quien consiguió ponerlo, también en un puente patrio, el del 7 de agosto (la batalla de Boyacá), pero el de 2010, en la feria de Ubaté. Ambos alternaron en mano a mano ante toros de la ganadería El Romerón, de la que pocos antecedentes se tenían, pues ese día debutaban. Emilio de Justo fue el triunfador al indultar uno de sus toros. “La que armó en la capital lechera de Colombia”, recuerda Alejandro Garzón, periodista de Ubaté.
Cada actuación en Colombia tenía la meta de que su nombre fuera incluido en los carteles de las plazas de primera, Cali, Manizales, Medellín y Bogotá, en esos días de diciembre, enero y febrero donde el país es el epicentro del toreo mundial. “Mi sueño es torear en la Santamaría de Bogotá, confirmar mi alternativa en un cartel bonito”, dijo Emilio hace 10 años. Hasta ahora no lo ha conseguido.
Y aunque volvió a sentir lo que es vestir el traje de luces con mayor frecuencia, nadie, ninguno de los casi tres mil espectadores que lo vieron un sábado de julio de 2011 en La Pradera, se iba a imaginar que aquel torero de fina figura se convertiría, diez años después, en el nuevo rey del toreo.
El pasado 5 de julio, en el mano a mano que sostuvo con Antonio Ferrera, Emilio de Justo, ya con 38 años, hizo historia al cortar tres orejas en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, dos de ellas a un toro de Victoriano del Río, cuya lidia y muerte brindó al maestro colombiano César Rincón, quien se encontraba en uno de los burladeros del callejón.
Pudo haber sido un hito si no es por sus dos fallos con el descabello, en el último de los tres toros que mató, de lo contrario se habría convertido en el primer matador de la historia en salir por la puerta grande de Madrid con cinco orejas cortadas.
Desde aquel periplo por tierras del valle de Sugamuxi, Emilio de Justo se marchó luego al sur de Francia, país donde la tauromaquia es patrimonio cultural inmaterial. Los triunfos que consiguió en plazas del país galo, y ante los toros de más difícil condición, fueron los que le volvieron a abrir las puertas de las plazas de su país.
Ahora, cuando el extremeño se encumbró a la cima del toreo mundial, algunos aficionados del país recuerdan que hace diez años el nuevo astro de la tauromaquia brilló en Sogamoso, la ciudad del Sol y del Acero.