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En ‘Infravalorado’, Stephen Curry demuestra su naturaleza irrepetible en tierra de gigantes
La historia imposible de un bajito que cambió la NBA también revela que un cuatro veces campeón de la NBA considera el graduarse de universitario uno de sus momentos cumbre. Repartiendo el balón y acudiendo a otros, en el deporte y en la vida, este francotirador se potenció y pasó a la historia.
No lo dice este documental, porque esa no es su naturaleza, pero Nike le hizo un pitch de negocios a Stephen Curry. A diferencia de ese momento histórico que le significó firmar a Michael Jordan y subir al tope, la ‘marca del chulito’ no logró apuntalar buen un detallito, su nombre. Le dijo StephOn y lo perdió ahí (y lo ganó Under Armour). Pero, en honor al espíritu de Infravalorado, se debe aclarar que el dinero y los negocios pasan a un plano invisible. Ni siquiera se mencionan. Esta es una película sobre valores, sobre confianza, sobre un talento que no ha debido suceder pero sucedió, sobre cómo sucedió esa combustión imposible en sus tempranas etapas y sobre deudas pendientes que resulta hermoso saldar.
En otras palabras, la naturaleza de Infravalorado se explica desde otro tipo de anécdotas.
En un segmento, Sonya Curry, la madre del jugador, le confiesa a su combo (amigas, mamá y hermanas) que le pesa que su hijo no se haya graduado de la universidad. Esto debido a que saltó a la NBA un año antes del grado, apenas se creyó capaz de destacarse en el juego profesional. Y sí que se destacó. En esa liga, desde 2009, ‘Steph’ se convirtió en el líder absoluto en lanzamientos de tres puntos convertidos, en múltiple campeón de la liga, en el único jugador más valioso (o MVP) unánime en la historia (en 2016) y en el jugador más valioso de las finales en su última conquista (en 2022).
Y cuando Sonya Curry le menciona el tema de la educación pendiente a su hijo, y este le responde, “He ganado cuatro campeonatos, Mamá”, ella replica, “Sí, pero dónde está el ‘campeonato-diploma’”. Madre no hay sino una, y justo le tocó a Stephen Curry.
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El episodio no solo ilustra humanamente las dinámicas entre madres e hijos (tan únicas, entre inspiradoras y tóxicas), que tienen lugar sin importar lo famosos y consumados que estos últimos sean en sus disciplinas; también refleja que no hay “chiste” pequeño.
Porque una vez el bajito Stephen Curry hizo su camino en un deporte de gigantes, en el que nadie le daba un chance de sobresalir, haciéndose un jugador histórico que contra todo pronóstico cambió el juego, redefiniéndolo desde un talento físico forjado y desde una puntería ridícula desde atrás de la línea de tres puntos, se enfocó en saldar esa deuda pendiente con su madre.
Sin querer queriendo, esta línea argumental encapsula las cualidades de este documental, Infravalorado, de Apple TV + sobre el camino de este hombre, que se tuvo fe, que hizo creyentes en el camino y pasó de enano e invisible, en un deporte de gigantes, a innegable superestrella . Porque es desde ese foco compartido que se separa de otras excelentes docuseries enfocadas en grandes jugadores de ese deporte. Se vienen a la mente The Last Dance, de Michael Jordan —en Netflix—, Shaq, del alto y poderoso campeón con los Lakers —en HBO Max—, y Magic —en Apple TV+—, sobre el icónico laker de la era del Showtime, en que son en parte un reflejo del ego (justificado) de sus protagonistas. Todas geniales, eso sí.
En esta única entrega de 110 minutos, Steph Curry replica su juego: brilla cuando tiene que brillar pero en general se dedica a ser un motor, ese que reparte el balón por toda la cancha. Y antes que regodearse en material de archivo de sus grandes logros en el profesionalismo, aprovecha ese tiempo para exponer los años y los hechos que los hicieron el jugador que llegó a hacer (aún juega, Steph, si bien parece su pico máximo e increíble parece una cosa del pasado).
Desde esa perspectiva, se entiende que Curry tiene claro que su madre fue esencial en términos de vida, pero que en términos de baloncesto, sin Bob McKillop, su entrenador universitario, no hubiera llegado a la esquina. Fue él quien lo reclutó cuando el resto lo ignoraban y pordebajeaban, quien apostó por él, quien lo apoyó incluso cuando su inicio fue menos que promisorio y lo mantuvo en la cancha hasta que al fin estalló.
Entre esos apoyos están los mencionados, su madre, el coach McKillop, y también su padre Dell Curry, ex jugador de la NBA, influencia clave en el momento de adoptar el deporte y en el momento de ponerse serio sobre jugar para vivir. Dell supo revelarle la clave: por su tamaño, si lo suyo sería destacarse desde la puntería, tenía que hacer sus lanzamientos imposibles de bloquear, empezarlos muy arriba y soltarlos explosivamente, más arriba aún. Y entrenó, y entrenó, y llevó a su cuerpo a acomodarse a ese tipo de juego. Y, cuando tomó confianza y supo que su sistema servía, se comió la cancha con equipos que se acoplaron a su juego.
En ese orden de ideas, el documental pasa mucho de su tiempo en Davidson, mirando a esa universidad que vio en Curry un diamante que nadie más vio y a ese equipo que lo percibió como un chiquito al llegar y lo vio salir como un gigante. Y por eso son voces del documental también varios de los jugadores que lo acompañaron en su campaña universitaria, de tres años.
En esa aventura, Curry y su equipo consiguieron algo que la universidad pequeña no conseguía desde 1969, y siguió de largo, quedándose en las semifinales nacionales. Su equipo y su hinchada vivieron nada menos que un delirio histórico. Por Curry, sí, pero sobre todo por su manera de acoplar su talento en el plano de integrar equipos sin ego. Y, para la muestra, a Curry lo vemos fallar en este documental, lo vemos fallar más de lo que usualmente estamos acostumbrados a verlo fallar. Y es ese el mensaje que quiere dar. Y es uno importante, que hace eco de las palabras del griego Giannis Antetokounmpo cuando le preguntaron si consideraba un fracaso una eliminación de playoffs: “No, no es un fracaso, son pasos hacia el éxito”.
Interesante resulta, eso sí, que en pocos minutos Curry (a través del director Davis Guggenheim) le da reconocimiento a Kevin Durant (compañero suyo en los títulos de 2017 y 2018 y MVP de las finales en ambas ocasiones) y lo destaca como uno de los grandes incomprendidos del juego. Esto mientras poca pantalla le otorga a su coach de la NBA, Steve Kerr, a su “hermano splash”, Klay Thompson, quien ganó con él los cuatro títulos, mientras a otro compañero de todos los triunfos, Draymond Green, le da unos pocos segundos en un abrazo.
Y hacia el final, este hombre que a la fecha suma 3.390 triples convertidos, no dejó pendiente la cuenta. Se tomó el tiempo de preparar una tesis que había dejado de lado y se graduó ante los ojos llorosos de mamá y todo el resto de su universidad que lo vio regresar como el hijo pródigo, por una noche más de gloria y de grado.
Los íconos de baja estatura en un deporte como el fútbol, como Maradona o Messi, no necesitan presentación, pero se puede argumentar que en un terreno más abierto como el del fútbol es menos difícil triunfar que en la NBA, donde dos metros es estándar. Curry no es más que Maradona, quizá, pero tampoco es menos.
Parece poca coincidencia que este documental se estrene en el servicio de streaming que también compró los derechos de otro bajito excepcional como lo es Messi, tras su llegada a la MLS y al club de Miami. También en ese servicio se encuentra la serie Swagger, inspirada por la vida de Kevin Durant, que sigue el camino de un joven hacia el profesionalismo. Es una serie bien actuada y muy bien filmada. en otros servicios de streaming, está a punto de estrenar su segunda temporada Winning Time, sobre los Lakers de Kareem y Magic (con más roces entre ambos de los que ya se han visto y, claro, rivalidad a murte con los Celtics de Boston). En Netflix, Bill Russell: Leyenda se centra en el camino admirable del jugador más veces campeón de la NBA (11 veces), un ícono de los Celtics y, ante todo, de la igualdad racial.
Bill Russell era Goliat en su tiempo, Curry fue el David contra toda la liga, y queda en los seguidores disfrutar de esta historia viva del hermoso deporte.