Arte
En la Galería El Museo: ‘Juan Antonio Roda 100 años’, porque el maestro vive en su obra
En el día que marcaría su cumpleaños 100, una amplia muestra marca la relevancia indiscutible de la obra autónoma, emocional y compleja del pintor. Repasamos su vida y obra y compartimos detalles de la exhibición.
Una vida de arte
Juan Antonio Roda nació en Valencia, España, el 19 de noviembre de 1921. Durante la Guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial vivió en Barcelona, y en 1943 comenzó a estudiar arte a la Escuela Massana. Dos años después, todavía sin graduarse, obtuvo el Primer Premio del Salón de Artistas Jóvenes de Barcelona. En sus inicios como pintor se dedicó al retrato, uno de los géneros más característicos de su obra. En 1950 recibió una beca para estudiar arte en Francia. Se radicó en París, se casó con la escritora barranquillera María Fornaguera, en 1954 fue merecedor del Primer Premio del Salón de artistas españoles residentes en París y al año siguiente, con su primogénito, Marcos, la familia se trasladó a Bogotá.
Su trabajo, que traía la influencia de clásicos como Velásquez, Rembrandt y Goya, así como de modernos como Chagall, Picasso y Matisse, se nutrió del arte abstracto, de la pintura figurativa y del expresionismo. Fue profesor de dibujo de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional y entre 1961 y 1974 dirigió la Escuela de Arte de la Universidad de los Andes, donde también se desempeñó como docente. Roda, además de destacarse con fuerza en la técnica del grabado, fue un paradigma para las nuevas generaciones de artistas colombianos. Influyó la obra de personajes como Luis Caballero, Beatriz González, Luciano Jaramillo, Camila Loboguerrero y Lorenzo Jaramillo.
En 1963 fue el primer pintor que expuso en la inauguración del Museo de Arte Moderno de Bogotá, en 1970 consiguió la nacionalidad colombiana y al año siguiente ganó el Primer premio de grabado en la Primera Bienal Americana de Artes Gráficas, en Cali. En 1972 se llevó la mención honorable de la VIII Bienal Internacional de Arte Gráfico de Tokio, en 1973 ganó el premio a mejor grabado latinoamericano en blanco y negro durante la XII Bienal de Sao Pablo, y en el 77, con la serie El delirio de las monjas muertas, recibió el primer puesto de la Primera Bienal Americana de grabado, en Maracaibo.
La obra de Roda es autónoma, emocional y compleja. Siempre se interesó en la búsqueda de la capacidad expresiva de la pintura y el dibujo sobre el lienzo y el papel. En su trabajo se encuentra una estructura que soporta la construcción descriptiva y simbólica de cada cuadro. La esencia de su firma manifiesta un manejo de convenciones clásicas, como la relación figura-fondo, la expresión del volumen, el gesto y el accidente donde todos convergen en una composición que permite múltiples acercamientos y significados. Empleaba técnicas diferentes para cada temática que abordaba. Sus lienzos se caracterizan por el color desbordante y sus grabados, por la fuerza del negro y el blanco y la intensidad del claroscuro.
Entre 1983 y 1988, durante la presidencia de Belisario Betancur, fue cónsul en Barcelona. Luego regresó a Bogotá, donde vivió hasta su muerte, en 2003.
La muestra
La exposición tiene lugar en la Galería El Museo, en la Calle 81 No 11 - 41 de Bogotá. Desde mañana, el público general podrá ver obras de las siguientes series (aquí explicadas).
Santuarios (2002-2003) La muerte de papá fue como una de esas olas gigantes que vienen después de una serie de olas normales, levantando a todos los bañistas, imponiendo un silencio de ola grande, tragándose la energía y el sonido de las otras con su gran masa transparente e insondable a la vez.
Los que estábamos cerca sabíamos que vendría, la veíamos venir lejos y sabíamos que acabaría por pasar.
Él también lo sabía. Lo sabía tanto, que al último cuadro que pintó, un cuadro pequeño de la serie Santuarios, delicado equilibrio de grises violetas y grises amarillos, atmósferas de color que cubrían y descubrían un ángulo sólido de gruesos brochazos negros, lo rayó con una espátula, o la parte trasera del mango de un pincel, lo cruzó con un solo trazo diagonal, descubriendo el blanco del lienzo bajo la pintura.
Ese fue el cuadro que pidió que le pusieran frente a su cama cuando volvió de la clínica, ya en muy mal estado, de manera que fue el último que vio, probablemente sobre el último que pensó, o sobre el que se dejó flotar, o en el que se sumergió mientras la gran ola se lo llevaba.
La última serie que pintó la llamó Santuarios. Era una serie pensada para ser expuesta en Madrid, en la galería Fernando Pradilla, al otro lado del océano. Era de cierta manera, o no, era ciertamente su última cruzada del gran Atlántico. Él lo sabía y ya no le tenía ganas a ese viaje. Estaba cansado y a pesar de eso, o tal vez por eso, pintó lo que alcanzó a pintar de esa serie, con una tremenda energía, una claridad y una decisión absolutas. Como sabiendo que iba a cruzar no ese mar, sino el otro. Por Marcos Roda. Tomado del libro Juan Antonio Roda, Exposición Retrospectiva. Museo de Arte Moderno de Bogotá. 2005
Autorretratos El retrato siempre fue un tema de interés en el trabajo de Roda. “El retrato es un acercamiento al ser humano donde para el artista hay un planteamiento plástico. Se trata de captar la expresión y la psicología de la persona por medio de sombras o, en el caso del color, éste debe también expresarlo todo. Es un reto interesante si uno logra libertad en el retrato. El autorretrato es una mentira, es un reflejo. Yo no he logrado verme. Nunca me he visto. Tanto hablar de uno y uno no sabe cómo es. Ante un espejo, uno se ve al revés, y lo toca y es plano y yerto”.
Bodegón (1954) “He contado muchas veces que un peligro grande de mi juventud fue el haber descubierto a Picasso: el embrujo fue tal que no podía hacer una línea sin referencia a él. Era un dios. Me identificaba plenamente con sus pensamientos”. Basado en la cocina catalana y en su interés por la preparación de platos mediterráneos, Roda pintó esta obra en la que se aprecia un porrón, jarro de vidrio para el vino típico de Cataluña.
Tumba No. 7 (1963) El origen de la serie Tumbas es literario. Eduardo Camacho, profesor y escritor amigo de Roda, realizó un trabajo que tituló La elegía funeral en la poesía española. Roda, inspirado en el texto de Camacho, se centró en figuras que lo intrigaron como Agamenón, Shakespeare y Rubens. Esta serie estuvo exhibida en 1963, durante la inauguración del Museo De Arte Moderno de Bogotá. “Entre las dos alternativas permanentes del arte contemporáneo, el orden y el desorden, Roda escogió el desorden… El desorden es el resultado de una actitud sentimental: de su convulsión nacen nociones de triunfo, de anarquía brillante, y también de apoteosis… El desorden particular de las Tumbas sostiene, por encima de cada episodio cromático, que solo la emoción es válida”. Marta Traba.
Objetos de culto (1977-1980) “Los Objetos de culto están mezclados en una cosa compleja; no diría que solamente de la sociedad de consumo, sino de la sociedad. En todos mis cuadros hay un poco de ironía. A mí me gustaría pintar como Buñuel hace cine. Para mí él es un dios, ha hecho el cine más inteligente, más satírico, más novedoso y sorprendente. Pensando en esto llegué a los Objetos de culto. Todo es un objeto de culto: uno mismo, la mujer, los hijos”.
Montañas (1989) “Después de vivir en Barcelona entre 1983 y 1988, regresé a Colombia, un país de montañas que España no posee. Aquí en verdad puede hablarse de una explosión del sentimiento. Pero obviamente no son montañas, sino que responden a una idea de estructura esencial que se desarrolla en la dinámica del cuadro. Alrededor de eso hay un planteamiento de color, un problema de una cierta violencia y tensión y muchas veces hay una cosa dramática. El color es la forma. Aquí utilicé unos colores más atrevidos”.
Tierra de nadie (1993) “Tierra de nadie es la tierra que como símbolo de poder ha sido objeto de las peores guerras; guerras por el control, por la propiedad de territorios, Tierra de nadie que ha ocasionado tantas tragedias. Siempre me ha fascinado la relación blanco-negro. El carboncillo me dio la posibilidad de volver a explorar los límites del dibujo. Una vez que la hoja está manchada de negro, comienzo a pintar con borrador. Por eso parece que uno dibujara en negativo”.
Suite María: Estas obras, dedicadas a su esposa, María Fornaguera, nacen en un periodo de transición entre las series Tierra de nadie y Lógica del trópico.
Lógica del trópico (1999) Roda consideraba que la mayor parte de los extranjeros que llegan a Colombia, empezando por él, se enamoran del país y jamás se irán, a pesar de las complejas dificultades. Existen incuestionables problemas: desde los cotidianos de la inseguridad hasta los profundos de la agobiante pobreza y la violencia. Problemas determinantes de un conjunto de manifestaciones que configuran la idiosincrasia de “lo colombiano”, que es diferente, es “el trópico”. Esta serie, en la que el color se desborda, se exalta en evocación a las desmesuras, las exuberancias, los extremos y el caos distinto de esta geografía.
El color de la luz (2000) El comienzo del siglo XXI en la carrera de Roda es un punto de llegada en su canto a la policromía, que retoma en un in crescendo a lo largo de la última década, cuando afirma que el color es la forma. “En este momento hay menos afán de drama, hay menos angustia, hay más placer de pintar y menos ganas de contar una tragedia”.
Para siempre (1987) Esta obra representa la inmortalización del matrimonio de Roda con la escritora barranquillera María Fornaguera, quien lo impulsó a radicarse en Colombia, en 1955.
Roda grabador
Roda aprendió los primeros rudimentos del aguafuerte en 1946, en el taller de Francesc Melich, en Barcelona. Mientras vivió en París, entre 1950 y 1955, volvió a ensayar el grabado por un breve periodo, pero fue en 1970, cuando dirigía la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes, en Bogotá, que su entusiasmo e interés por la técnica gráfica se incrementó con furor. La curiosidad lo condujo a visitar el taller en el que Umberto Giangrandi oficiaba su cátedra para los estudiantes de la academia. Roda abandonó temporalmente la pintura y presentó en 1971 un conjunto de doce planchas que denominó Retrato de un desconocido.
“Roda graba. Pero la identidad que le confiere a estos seres, identidad que nos permite distinguirlos, es la identidad perdida. O sea, el grabado como jeroglífico. Inició su carrera como grabador corriendo el riesgo de poner toda su maestría de retratista al servicio de una máscara. Máscara: persona. Apariencia concretada en unas líneas. Sobre la fijeza de la plancha de acero queda atrapado el fantasma”, define Juan Gustavo Cobo Borda en el libro Roda: un barroco subversivo.
Partiendo de Retrato de un desconocido, Roda asumió el grabado como parte íntegra de su práctica artística para convertirse en uno de los más importantes grabadores de la esfera internacional. Con su primera serie ganó el primer premio en la I Bienal Americana de Artes Gráficas del Museo La Tertulia, en Cali, en 1972 obtuvo la mención honorable de la VIII Bienal Internacional de Arte Gráfico de Tokio y al año siguiente ganó el premio a mejor grabado latinoamericano en blanco y negro durante la XII Bienal de Sao Pablo.
A esta serie, de manera continua, entre 1972 y 1985, siguieron Risa, cuyo punto de partida fue la intriga de una película de Elio Petri; El delirio de las monjas muertas, que se remonta a los retratos de algunas abadesas muertas pintados en 1840 por José Miguel Figueroa; Amarraperros, donde propone una reflexión alrededor de la peculiar relación entre los humanos y el perro, a quien considera su más fiel compañero; Castigos, producida por requerimiento del Museo de Arte Moderno de Bogotá; Tauromaquia, protagonizada por cuerpos de negrura intensa coronados por cuernos blancos en los que resplandece la agresividad; y Flora, una serie originada en las láminas de la Expedición Botánica de José Celestino Mutis.
*RODA 100 años abre el 18 de noviembre en la Galería El Museo. Más información sobre horarios y reservas en info@galeriaelmuseo.com o en www.galeriaelmuseo.com*