NACIÓN
“Muy pocos tienen el honor de pasar a la eternidad”: la conmovedora despedida a Jorge Oñate
Seguidores y familiares le dan un último adiós al Ruiseñor del Cesar, quien será sepultado el lunes en su pueblo natal, La Paz. El país entero llora su pérdida por covid-19.
Este domingo a las 5:00 de la tarde, en la Biblioteca Departamental Rafael Carrillo Luquez de la ciudad de Valledupar, la Gobernación del Cesar rinde un homenaje póstumo a uno de los ciudadanos más ilustres del departamento, Jorge Oñate, quien falleció en las últimas horas.
El Jilguero de América murió en la noche del sábado a la edad de 71 años en la ciudad de Medellín, desde donde trasladaron su cuerpo vía aérea hasta la capital del Cesar.
Hacia las 3:00 de la tarde aterrizó el vuelo en el aeropuerto Alfonso López Pumarejo, seguido por el avión privado de Silvestre Dangond, donde viajaron su esposa e hijos.
La Gobernación del departamento anunció que, una vez finalizado el evento, el cuerpo del artista permanecerá en cámara ardiente hasta las 7:00 de la noche y posteriormente será llevado a su pueblo natal, La Paz, donde será sepultado el lunes. Por su fallecimiento, en la población se decretaron tres días de duelo.
“El Jilguero De América”, “el Ruiseñor del Cesar”, tantos apelativos acompañaron en vida al hombre y artista que, desde La Paz, Cesar, proyectó su voz por más de 50 años de carrera a las multitudes vallenatas. Hoy, a sus 70 años (nació el 31 de marzo de 1950) esa voz única se apaga, pero el impacto de su camino y de sus canciones en cientos de miles de seguidores es imborrable.
Las palabras grandilocuentes siempre le ajustaron. Jorge Oñate se sabía un hombre importante que había protagonizado en parte una ola cultural. Se profesaba aprendiz de los juglares, un músico fiel a su estilo, a la poesía en el vallenato, a que sus cantos se pudieran bailar y no fuera necesario “saltar”. Alguien que se rehusaba a usar demasiado espectáculo visual y prefería que su voz y la música hicieran su efecto.
Después de todo, Oñate marcó un antes y un después en el género, pues, desde su aparición cantando con Los Hermanos López a finales de los años sesenta, se fue abriendo paso la que él mismo denominó “la era del cantante”. En efecto, hasta ese entonces, los juglares que abrieron el camino como Alejo Durán tocaban y cantaban. Desde la irrupción de Oñate en la escena, los músicos iban por un lado, el cantante por el otro. Y tomaron vuelo los acordeonistas y las voces superestrellas. Y tomaron vuelo también los éxitos, las grandes canciones, y también los egos, envidias y las pujas. Y emociona pensar en esa vibrante escena al escucharlo en viejas entrevistas hablar de ella.
Oñate recordaba con calidez esos inicios de cantar “no en conciertos, sino en patios”. De esas primeras canciones, consideraba que Amor sensible, de Fredy Molina (que muchos jóvenes conocieron muchos años después en voz de un muy reconocido samario que aún vive) lo lanzó al estrellato. Sobre cuál canción era su más famosa, Oñate reconoció en una entrevista con El Heraldo que en sus conciertos la gente enloquecía con No comprendí tu amor.
A la vez, en contraparte a ese artista que integra ahora el panteón vallenato, se trató de una figura que polarizó desde sus maneras intempestivas y sus sentencias, que amaba u odiaba y podía ir de un sentimiento al otro en segundos. Tantas luces, logros y anécdotas complicadas lo hacen un verdadero hombre de su tiempo y de su país. Uno que vivió como artista la ola que probó que el vallenato resistiría al embate de la salsa y del merengue y estalló por todo el territorio. Uno que, como persona, deja un legado gris, cargado de testimonios de comportamientos inexcusables e incursiones en la política que lo enlodaron. Su absolución en un proceso judicial en el que solo el autor material de un asesinato fue condenado tampoco le hizo favores en la corte de la opinión pública.
Esa faceta, claro está, poco importa a los tantos Oñatistas que siguen habitando su región, su país, y su mundo. Esa camada nutrida de seguidores de vieja y nueva data que ven en las canciones de Oñate (acompañado de tantos acordeonistas geniales como Colacho Mendoza, Juancho Rois, Álvaro López, Cocha Molina, y más) la banda sonora de sus vidas, de sus amores, parrandas, tristezas y alegrías. ¿La obra va por un lado, el artista por otro?, no será la primera o la última vez que el vallenato ponga al país en esa disyuntiva tan subjetiva.