FILBO 2017
Vila-Matas, el hombre que comenzó a ser escritor cuando no entendió una película
Se trata de uno de los autores contemporáneos más destacados de Iberoamérica. Estará en la FILBO este sábado presentando una novela llena de genialidad: 'Mac y su contratiempo'.
Tenía 15 años Enrique Vila-Matas para la época en que salía corriendo del colegio directo al teatro Savoy, en el paseo de Gracia, en Barcelona, para ver una película que, por más de que se lo proponía, nunca entendía.
El año pasado en Marienbad -del director Alain Resnais- se llamaba esa cinta extraña de 1961 que sigue cargando con la fama de ser una de las películas más incomprensibles de la historia del cine.
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Vila-Matas se devolvía a su casa, cada vez, con el sufrimiento a cuestas de no ser lo suficientemente inteligente. Y entonces regresaba al día siguiente al teatro, veía otro trozo, seguía sin entender y se lanzaba una vez más a la calle con la esperanza de hallar una respuesta en la próxima sesión. Vila-Matas vio la película unas 16 veces.
Treinta años después, ya siendo escritor, Vila-Matas tuvo la suerte de encontrarse cenando un día en París con Robbe-Grillet, el guionista de El año pasado en Marienbad, quien, hacia la mitad de unas copas, le preguntó:
-Con todo el tiempo que ha pasado, ¿al fin has entendido la película?
Vila-Matas pensó mucho antes de responder. Seguía sintiendo vergüenza de no ser lo suficientemente listo. Pero, con algo de bochorno, lo resolvió diciendo:
-Sigo sin entenderla…
Y Robbe-Grillet dijo que aquella respuesta lo hacía absolutamente feliz porque él había escrito el guión –que está basado en la Invención de Morel, de Bioy Casares- justamente para que no se entendiera. La película era un constante juego que impulsaba al espectador a que viera cosas que no había percibido hasta entonces, empujándolo al abismo de la imaginación. Las caminatas de Vila-Matas, a los 15 años de edad, tejiendo asociaciones mentales y tratando de descubrir el sentido de la película, lo convirtieron, por qué no, también en escritor. No de otra forma se construyen tramas, posibles desenlaces, personajes, locaciones, paisajes.
Vila-Matas cuenta esa historia sentado en un salón de clases en el máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, en el viejo edificio de la calle Balmes. Es un hombre alto, jorobado, de manos laxas, dice un estudiante, horas después, con varias cervezas destrozándole la cabeza. El humor a Vila-Matas le sale por los poros. Y por las páginas. Quiere beber agua. “Tengo una sed enorme provocada por el miedo. Por el pánico. Para no tener más miedo teneis que preguntarme”, dice.
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Lo de las historias que no se entienden, como la película de Resnais, tiene más fondo. En un libro posterior a París no se acaba nunca hay una declaración de principios de Vila-Matas sobre lo que es la literatura para él. El narrador, palabras más, palabras menos, dice que la literatura del siglo XIX no tendría sentido hoy porque se entiende todo desde el principio hasta el final.
“Sí, lo he dicho en varias ocasiones y la primera vez fue en este libro que se publicó en Chile. Después, el año pasado, escribí un artículo en El País de Madrid en el que decía que me interesaba más lo que no entendía que lo que entendía, sin valorar que una cosa sea mejor que la otra. Si veo un cuadro figurativo de Rubens me parecerá magistral, pero si veo un cuadro que no entiendo habrá un espacio para la imaginación. Lo mismo pasa con un lector. Aquello que no entiendo me atrae porque se abre una puerta. Lo que entiendo, en cambio, puede parecer maravilloso, pero me dejará de interesar”.
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Las historias de Vila-Matas (ha escrito más de treinta libros entre novelas y ensayos) no suelen entenderse a la primera pasada. No son como esas piezas musicales que te las sabes de memoria y que de oírlas mil veces llega el punto en que no te vuelven a interesar. En estas novelas, en estos artefactos, se entra a un mundo que al principio puede parecer extraño. Pero luego sucede lo extraordinario: el lector comienza a tener una libertad enorme para decidir posibles caminos para reescribir la historia.
Aunque los personajes de Vila-Matas son seres locos, fuera de la realidad –como diría el escritor Juan Antonio Masoliver-, sus vidas se dejan leer bien. Que las historias no se entiendan a la primera no quiere decir que sean inescrutables. Los lectores de Vila-Matas tampoco son extraterrestres ni profesores de literatura. Son personas más normales de lo que parece.
“Es algo que no puedo controlar, porque hay una cantidad de lectores diferentes que se han acercado a mí. Pero normalmente al lector al que me dirijo al escribir es a mí mismo. Ahora bien, en una época estaba en París firmando libros, y había una cola de diez personas. Y se me ocurrió mirar a la cola y me di cuenta de que esos diez tenían pinta de estar completamente locos, por seguro. Y había uno notablemente más loco que el resto. En cambio, ahora en las colas me encuentro con todo tipo de lectores que no son los que yo esperaba. Para mí el lector ideal antes era una persona de 21 años, muy delgada, vestida de negro, desesperada. Pero ahora me llevo enormes sorpresas, hay lectores de todo tipo”.
Si algo tiene Vila-Matas es humor. Y sucede porque en sus novelas hay una falta de respeto grande a la seriedad. Escribe un par de páginas y al día siguiente vuelve sobre esos mismos dos folios y los toma como si los hubiera escrito otra persona. “Entonces añado un par de frases que se ríen de lo que está escrito de antes. El trabajo que hago conmigo mismo es crítico porque deja en entredicho lo que yo mismo he escrito. Puedo estar hablando de algo muy serio, para luego terminar parodiándolo siempre. Y es cierto que hay un juego siempre”.
Esos personajes raros nunca dejan de pensar en el oficio de escritor. Los planteamientos teóricos aparecen de la nada como si el narrador tratara de explicar la escritura de Vila-Matas para luego burlarse de ella misma. En Mac y su contratiempo, la última novela, el protagonista suelta reflexiones del tipo:
"Uno puede pasarse años y años considerándose escritor y seguramente nadie va a tomarse la molestia de ir a visitarle para decirle: desengáñate, no lo eres. Ahora bien, si un día esa persona se decide a debutar y a poner toda la carne en el asador y a escribir por fin, lo que ese atrevido principiante notará enseguida, si es honesto consigo mismo, es que su actividad no tiene la menor relación con la grosera idea de considerarse escritor. Y es que, en realidad, lo quiero decir sin perder más tiempo: escribir es dejar de ser escritor".
Entonces lo que resulta de todo esto es que el lector siempre trate de buscar en las novelas la propia vida de Vila-Matas. Es la tentación que produce la autoficción. Esa que genera alucinaciones cuando uno se encuentra en Barcelona a Vila-Matas caminando con un bastón por el barrio de Gracia, luego de lo cual, en un arranque irracional, dan ganas de seguirlo, de espiarlo para saber el final de la historia de su próximo libro. El personaje principal de Dublinesca, al igual que Vila-Matas, por ejemplo, era uno cuando bebía y otro cuando dejó de beber para siempre. Es un antes y un después. Y es imposible dejar de pensar en la conexión que hay entre entre un autor que bebía y un autor que ya no bebe porque su salud ya no se lo permite.
“Es un tema muy difícil esto. A veces me he propuesto poner por escrito cuáles son las diferencias (si es que existen) entre un autor que bebe y uno que no. Lo que pasa es que el origen de Dublinesca fue el colapso físico al que me llevó la mala vida en todos los sentidos (La verdad es que el origen de Dublinesca, todos lo saben, es El Ulises). Prácticamente caí muerto. Y el momento en el que volví a la vida –lo recuerdo muy bien- fue a través de un sueño que tuve en el hospital. En ese sueño estoy en Dublin bebiendo y mi mujer llora desconsolada porque he vuelto a beber. Entonces el libro, como lo decía Masoliver, es un viaje al centro de ese sueño para comprobar si vuelvo a la bebida. El sueño fue tan vívido que significó la recuperación de la vida".
Pero una cosa es el final del libro y otro el desenlace de la vida del señor que está sentado de cara a unos estudiantes que en clase lo reverencian con el mismo entusiasmo que aquellos diez deschavetados que hacían fila para que les firmara un libro en París. "Yo por salud no volví a beber. Al cabo de un tiempo de no tomar alcohol la mente comienza a funcionar con una lucidez que no tenía antes. Lo que uno creía que era genialidad producida por la bebida y la noche, en realidad no lo era. Entonces cuando volví de ese sueño quise hacerme a la idea de que yo era otro. Me divertía mucho la idea de ser otro. Me dije: ‘soy otro a partir de ahora’. La experiencia de un escritor que ha bebido es tan útil como la otra. Siempre he estado entretenido, antes con la gran juerga, ahora con otra nueva juerga amplia de pensamiento, de mente, de aventura intelectual”.
*Editor general de Semana.com