POLÉMICA

¿En la Conquista hubo un genocidio indígena? un ensayo reaviva el debate

Una reciente publicación del escritor Enrique Serrano toca de nuevo el debate sobre si hubo un genocidio indígena. Las opiniones están divididas.

31 de marzo de 2018

Han pasado más de 500 años de la llegada española a tierras americanas y el debate sobre qué sucedió a raíz del encuentro del mundo hispánico con el amerindio todavía continúa. Unos consideran que los españoles llevaron a cabo una de los mayores genocidios de la historia de la humanidad, que acabó con culturas milenarias. Otros creen que no hubo conquista a sangre y fuego, sino un encuentro relativamente pacífico del que surgió una nueva cultura base de la identidad hispanoamericana.

En ambas posiciones no existen puntos medios. En una versión, la leyenda negra, los españoles aparecen como seres malévolos que no sintieron la más mínima compasión por los indígenas, víctimas de un destino que no se merecían. Por el otro lado, la leyenda blanca, a los peninsulares se les considera personas compasivas con los nativos a los que les trasmitieron, por su bien, la cultura y la religión de España.

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En Colombia, este debate se vuelve a encender con la publicación del libro Colombia: historia de un olvido, del escritor y filósofo Enrique Serrano, un ensayo en el que ahonda la hipótesis de su polémico texto ¿Por qué fracasa Colombia? Al preguntarse sobre el significado de la identidad colombiana y la importancia de la hispanidad en su formación, Serrano afirma que en Colombia no hubo conquista, sino la llegada de españoles, en su mayoría andaluces, que expulsados de la península buscaban la tranquilidad que su tierra natal les negaba. Para él, el carácter pacífico de los peninsulares hizo que en la sociedad colonial, base de la identidad colombiana, reinara la paz durante 300 años.

Para sustentar su hipótesis, el autor recurre a polémicas afirmaciones como que en este territorio no hubo una masacre indígena, al estilo de México o Perú, y que su descenso demográfico se debió a las enfermedades traídas por los españoles. Y va más allá: dice que en el Reino de la Nueva Granada, al no haber grandes plantaciones esclavistas, los esclavos africanos tuvieron la opción de ser libres y establecerse en un territorio virgen donde no se enfrentaron con los descendientes de los españoles ni con los indígenas.

Tales afirmaciones indignan a los afrocolombianos e indígenas y muchos intelectuales. Para ellos no hay ninguna duda de que aquí hubo un exterminio indígena y citan los textos de los cronistas Pedro Cieza de León y Juan de Castellanos, en los que relatan la manera como los españoles les soltaban los perros a los indígenas para que los mataran. Y señalan a Serrano de defender la leyenda blanca. Sin embargo, él dice que “en mi libro no defiendo la leyenda rosa o blanca, al contrario, al explicar que de España fueron expulsados miles de personas que llegaron acá en busca de paz, voy más allá de esa explicación, pero sí trato de demostrar los excesos y falsedades de la leyenda negra”.

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Algunos historiadores y antropólogos prefieren alejarse de un debate que consideran anacrónico y simplista y piensan que oculta las complejidades de la Conquista y de la Colonia; no niegan que la conquista fue un proceso profundamente violento que aniquiló centenares de indígenas y arrasó con poblaciones enteras. Jorge Augusto Gamboa, coordinador del área de historia colonial del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh), cree que “no fue un acto pacífico como las crónicas de la época intentaron mostrarlo, sino que hubo una guerra constante que duró más de una década”.

Otros historiadores y antropólogos también señalan que la Colonia estuvo lejos de ser una sociedad pacífica: hubo constantes conflictos protagonizados por los estamentos que la conformaban, como, por ejemplo, las guerras entre las autoridades españolas y los indígenas guajiros durante el siglo XVIII.

Sin embargo, afirmar el carácter violento de esos momentos históricos no significa ratificar la validez de la leyenda negra. Al contrario, como explica Germán Mejía, profesor de historia de la Universidad Javeriana, la violencia y el adoctrinamiento forzoso que hubo en los años de dominio español “hacen parte de la construcción de una sociedad nueva, muy compleja, en la que no se pueden ver a sus actores como simples villanos y víctimas. Pese a las estructuras rígidas y jerárquicas, en la Colonia existió el ascenso social de indígenas, alianzas entre encomenderos y caciques y otros fenómenos imposibles de explicar si se mira la historia de este periodo en blanco y negro”.

Esa visión se acerca a la de Armando Martínez Garnica, historiador y director del Archivo General de la Nación, que cree que ambas leyendas se centran en la violencia en el periodo colonial y dejan de lado que “todo encuentro entre grupos humanos median distintas relaciones; por ejemplo, muchos soldados que tuvieron hijos con indias fueron benevolentes con ellos y buscaron protegerlos o caciques mestizos consiguieron mercedes de la Corona”.

Pero si ni la leyenda blanca ni la negra logran explicar las complejidades de la sociedad colonial, ¿por qué siguen teniendo tanta fuerza entre el público e incluso entre intelectuales? Francisco Ortega, profesor de la Universidad Nacional, ofrece una respuesta: ambas posiciones, al simplificar la realidad histórica, son fáciles de entender, emotivas y efectistas a la hora de utilizarlas como movilizadores políticos e ideológicos. Por ejemplo, para promover el hispanismo en el siglo XIX, sus arquitectos tuvieron que despojar a los conquistadores de su carácter violento y así lograr un discurso no contradictorio, fácilmente digerible entre un amplio público, que generara simpatía y pertenencia por la cultura española.

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Pero estos discursos son posturas ideológicas construidas con propósitos políticos que inventan el pasado y lo interpretan de manera acomodaticia para justificar posiciones actuales. Tanto en la leyenda negra como en la blanca, no hay un ánimo de descubrir lo que pasó, sino de utilizar los datos y los documentos en forma fragmentaria para probar una hipótesis preconcebida, y no al contrario, como sucede en la investigación histórica. Como resultado, según señala Gamboa, la historia queda reducida a un relato maniqueo entre buenos y malos. O en términos de Ortega, este tipo de discursos “crean un anacronismo que termina imponiendo una serie de valores que no corresponden al presente y conducen a un esencialismo”.

Precisamente, ese esencialismo es el mayor problema de la difusión de este “tipo de relatos ideológicos –comenta Garnica– que imponen una conducta social y política que en ciertos momentos históricos pueden ser nocivas”. Uno de los mejores ejemplos en la historia mundial reside en el esencialismo israelí. Durante más de un siglo los judíos han construido una historia basada en haber sido víctimas de otros pueblos, lo que les sirvió para crear un fuerte nacionalismo, pero les ha impedido convivir con otros, como los palestinos.

Por eso, y aunque es imposible despojar a la investigación histórica de todo interés político o ideológico, los académicos hacen un llamado a abandonar el inocuo debate entre ambas leyendas. Piden reconocer, en el caso de la Colonia y la Conquista, que su relato no transcurre entre seres malvados y víctimas inocentes, sino tratar de entender, sin simplismos exagerados pero taquilleros, las complejidades inherentes a las sociedades pasadas. Y a partir de entonces, sí reflexionar sobre el presente.