Entrevista

“Me gusta meterle un poquito el dedo al fuego y al enchufe de la luz”: Andrés Burgos

El escritor y cineasta lanza su quinta novela ‘Clases de baile para oficinistas’, en la que refleja la belleza escondida en el lugar de trabajo.

27 de julio de 2018
"No es verdad que el mundo de la oficina sea aburrido"

Andrés Burgos usa el ambiente de una oficina para una historia profunda y pícara sobre los pequeños momentos de la vida. El director de Sofía y el terco (2012) se inspira en los estereotipos de Bogotá –donde vivió 12 años- y en la informalidad de Cuba –donde estudió cine- para crear a Amalia y a Lázaro, los personajes de su nueva novela. Clases de baile para oficinistas es un homenaje a las fiestas de diciembre y a los bogotanos, pero también es una forma de narrar momentos poéticos que Burgos quería publicar.

SEMANA: ¿Cómo surge Clases de baile para oficinistas?

Andrés Burgos: De varias cosas. Primero, una deuda con Bogotá, de la que mucha gente habla mal, que es ruda y complicada, pero que a mí me gusta. Me parece que tiene muchos matices y una calidez que me acogió. Me interesaba contar la historia de una bogotana que fuera el reflejo de la ciudad y asomarme a su vida más allá del prejuicio. Y este tema se juntó con otro: la música de baile que nos mueve el corazón, que no tiene mucha alcurnia, incluso es un poco loba, pero que está enraizada en nosotros.

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SEMANA: En la novela la primera impresión sobre los personajes cambia a medida que se conocen a profundidad, ¿pasa lo mismo con los prejuicios sobre Bogotá?

A.B: Es que a mí me gusta meterle un poquito el dedo al fuego y al enchufe de la luz, yo soy el clásico niño que le dicen “no meta” y yo meto. Los colombianos a veces somos muy susceptibles y reacios a burlarnos de nosotros mismos y entonces todo se vuelve una ofensa. Con el libro quiero que seamos capaces de asumirnos con nuestros defectos pero también con nuestras virtudes. Mi idea era reírme de los estereotipos y llevarlos al extremo, y luego terminar en reflexiones locas como comparar el apareamiento de los bogotanos con el de los pandas. Y si el chiste entre bogotanos y pandas lo ofende mucho, seguramente no seré yo el autor para esa persona.

Foto: cortesía Penguin Random house

SEMANA: El estereotipo es que los oficinistas son aburridos y rutinarios, ¿cómo hacer que el lector se interese por este tema?

A.B: No es verdad que el mundo de la oficina sea aburrido. En el caso colombiano es súper divertido por los personajes que uno encuentra: la secretaria, la señora de los tintos, el jefe que puede ser el hijo del jefe. Colombia está ahí reflejada y es donde la gente pasa la mayor parte del día. A mí el oficinista me parece un personaje fascinante, por su humor y cotidianidad muy palpitante y colorida. Es un homenaje a ellos.

SEMANA: Antes de lanzar el libro estrenó la película Amalia, la secretaria, basada en Clases de baile para oficinistas, ¿por qué lanzar la película antes?

A.B: Eso no lo decidí yo: la editorial se despelotó pero el libro tenía que haber salido antes. Salió después y me gusta que tengan una vida aparte. Aunque hay personajes compatibles, quería que el libro fuera diferente, juguetón, mamar gallo y soltarme completamente.

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SEMANA: ¿Cómo logra hacer guiones, escribir libros y dirigir películas al tiempo?

A.B: Con mucho desorden. No, yo he hecho dos veces libro y guión paralelo, espero no volverlo a hacer para que no se me vuelva un truquito. Un libro puede enriquecer el guión porque habla de muchas cosas que no se cuentan en pantalla. Lo que me engancha de un libro es llegar a ciertos momentos de poesía que me embelesan. Si yo tuviera que responder por qué escribir un libro sería por dos o tres momentos específicos, que no sé si el lector identifique.

SEMANA: ¿Nos puede mencionar uno?

A.B: Hay uno que siempre quise meter de algún modo en una historia: es la imagen de un patio bogotano con un árbol de brevo en la mitad, quería contar un jardín como si fuera Game of Thrones.

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SEMANA: ¿Qué es el triunfo literario?

A.B: Esa es una pregunta que me he hecho mucho y que ha cambiado con el tiempo. Cuando era más joven y estaba en mis treinta, con las primeras publicaciones y el boom de nuestra generación, había un deseo de dejar una huella y de conseguirse la plaquita. Luego, la vida misma y la madurez me enseñaron que esa plaquita no iba a llegar, o si llegaba daba igual. Me gusta hacer esto porque me gusta el proceso. En esa medida fui encontrando lo que quería para este libro: contar una historia de gente común y corriente y llegar a los oasis de pretendida poesía. De resto, si se vende uno o si se venden mil me da un poco igual.

SEMANA: Es muy activo en twitter y tiene casi 40mil seguidores. ¿Para qué twitter?

A.B: Yo no sé para qué, para tratar de vender el libro y tratar de que vaya gente a la película. Por ahí conocí gente chévere de la que aprendí muchas cosas. Y también para estar enterado. Yo llegué por accidente a redes y terminó siendo un cuaderno donde voy poniendo cosas, como los momentos en los que en Bogotá llueve y es como si alguien trapeara sin haber barrido. Todas esas descripciones de lluvia en Bogotá que están en la novela estuvieron antes en twitter.