LITERATURA

“Los caminos que recorren mis personajes son caminos que yo he corrido”

De Corea del Sur a los Llanos en los años sesenta: una entrevista con Andrés Felipe Solano.

20 de mayo de 2017
| Foto: Archivo particular

Por: Sara Malagón Llano.

Como es bien sabido, el escritor Andrés Felipe Solano vive en Corea del Sur hace cinco años. A principios de este año visitó Colombia para el lanzamiento de su última novela, Cementerios de neón, y luego volvió a Corea al centro de traducción del gobierno en el que trabaja, a reencontrarse con su esposa, Soojeong Yi (o Cecilia), a seguir escribiendo.

Solano es una figura interesante de la literatura colombiana reciente. En sus dos últimos libros no habla de su país, o al menos no desde su país. En uno describió la experiencia de inmersión en una cultura ajena, y en el otro rescató unas relaciones históricas olvidadas entre dos países que no podrían ser más distintos. En ambos Solano mira al colombiano desde su condición de extranjería, lo pone como “el otro” que observa una cultura ajena desde adentro y desde afuera al mismo tiempo.

La curiosidad va más allá de todo lo que alcanza a contar en sus libros, así que hablamos con él de esa vida en Corea, de su trabajo, de literatura, de cómo su literatura se mezcla con Corea, de la carpintería detrás de sus últimos libros. Contó, sin poder dar más detalles, que ahora está dedicado a otro tipo de escritura, un guion cinematográfico sobre la historia de un médico en los Llanos Orientales en los años sesenta.

A pesar de haberse desplazado varias veces, Solano dice que se quedará por mucho tiempo más en Corea. Probablemente tendrá que volver a Colombia para sus próximos proyectos, y tal vez podría descubrir si con cada año que se pasa afuera, uno se va convirtiendo en un extranjero en su propio país.

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Semana.com: Para comenzar, quisiera saber cómo empezó su fascinación por Oriente desde tan lejos, porque usted ha dicho que sabía un par de cosas sobre Japón antes de decidir irse.

Andrés Felipe Solano: Debo aceptar mi total ignorancia sobre Corea del Sur cuando llegué por primera vez, en 2008. De hecho, la única referencia que tenía era el Batallón Colombia. Ahora bien, en la universidad tomé un curso sobre literatura japonesa contemporánea con el profesor Jaime Barrera que fue, digamos, idílico. Consistía en sesiones de intensa lectura –una novela a la semana– y en clase teníamos que escribir un corto ensayo. Eso era todo. Así conocí a Tanizaki, Oe, Kawabata, Abe, Mishima, B. Yoshimoto y Endo. A la vez tenía algunas referencias cinematográficas. También por ese entonces estrenaron en Colombia un par de películas de Takeshi Kitano –estamos hablando de 1998 o algo así–, y antes había visto Tokyo-Ga, el documental de Wim Wenders sobre el director Yasujiro Ozu. Digamos que ese era el Japón que conocía por esa época, armado de esas lecturas y de esas imágenes. Así  quedó cristalizado en mi cabeza por mucho tiempo hasta que diez años después aterricé en la capital del país vecino, Seúl. Muy pronto dejé atrás Japón y me sumergí en Corea.

Semana.com: Los personajes de sus tres últimos libros comparten un sentimiento de extrañamiento. Y si pensamos en su propia experiencia –haberse sumergido en Corea, o haberse sumergido en un barrio totalmente ajeno de Medellín–parecería como si le gustara ir a situarse en lugares ajenos donde se siente como un extraño. ¿De dónde viene la búsqueda de ese sentimiento, para luego escribir al respecto?

A.F.S.: Alguien me dijo que le sorprendía lo violento que había sido conmigo mismo al haberme lanzado a esa experiencia. Quizás venir a Corea y luego decidir quedarme a vivir aquí también guarde algo de esa violencia, que tal como yo lo veo está relacionada más con una pulsión por descentrarme, moverme hacia el margen. Pero creo que viene de mucho antes, es casi una pulsión existencial más que una búsqueda literaria. Me pasó cuando dejé mi casa y me fui a vivir con mi abuela muy joven, cuando estudiaba y dejé la carrera por un tiempo para lavar platos en Nueva Jersey, cuando abandoné mi trabajo como periodista y me fui a Medellín… Sí, definitivamente hay un patrón, que igualmente puede calificarse como de huida constante. Ahora que lo pienso en Sálvame, Joe Louis y Los hermanos Cuervo, mis otras dos novelas, los personajes también huyen de sus circunstancias, se resisten a verse moldeados por ellas y se lanzan a la búsqueda de otras, lejos de cualquier cosa que les recuerde la autoridad, padres, profesores, jefes, patria, no importa si se hunden en el intento o si tienen que pasar por impostores para salvarse. Y bueno, también es un motivo profundamente literario, sin duda. En el fondo creo que ser escritor no es otra cosa que ser un impostor. Ser escritor es ansiar ser otro y estar al acecho, ser un espía de la propia vida y contarla.

Semana.com: Además del impostor, en sus libros también está presente la figura del sobreviviente: a una guerra, a unas relaciones familiares fracturadas, a un amor, a un salario mínimo. ¿Por qué surge y resurge esa figura?

A.F.S.: Me interesan los que han huido y tratan de hacerse a una nueva vida, así sea momentánea, pero sobre todo lo vulnerables que se encuentran mientras lo intentan. Quizás por eso cuando consiguen salir a flote resultan ser sobrevivientes. Han atravesado el fuego en alguna de sus formas y buscan la redención. A lo mejor proviene del ambiente católico en el que crecí. Fue mucho tiempo y debe seguir latiendo en algún lado. Lo intuí cuando hace unos años, precisamente en un cine de Seúl, volví a ver la escena de La misión en que Robert De Niro carga su armadura en un costal mientras sube las cataratas para expiar la culpa de haber matado a su hermano. Me conmovió muchísimo.

Semana.com: En sus libros hay otra cosa interesante: narrar, en su caso, es también recorrer calles, bares, restaurantes, hoteles, y llevar de la mano al lector en ese recorrido. Parecería que usted es un escritor que tiene que estar allí, donde tienen lugar las historias, para escribir. ¿Cómo es el proceso de preparar un libro desde el punto de vista espacial?

A.F.S.: Digamos que no hay una preparación en ese sentido. Es tan simple como que los caminos que recorren mis personajes son caminos que yo he corrido, mal que bien. Por eso la segunda parte de Cementerios de Neón, donde se narran unos meses de la guerra de Corea, era todo un desafío y me tuve que emplear a fondo para no sentirme un falsificador. Tuve la buena suerte de vivir en Corea y de haber entrevistado hace unos 15 años a dos veteranos colombianos y hace nueve a uno coreano. Pude valerme de sus propios recorridos. Haber hablado con ellos, frente a frente, me dio el valor necesario para escribir esa parte, valor que quizás no hubiera tenido de haber tan solo leído sus historias en un libro para documentarme sobre aquella guerra.

Puede que otra explicación rápida a esta cosa del narrador-caminante es que no sé manejar y aprendí a conocer la ciudad a pie. En esa medida desde mi primer libro está muy presente la figura del que camina, porque solo al caminar se puede a la vez descubrir, desenterrar, reflexionar, recordar e imaginar. Por eso dos de los escritores que más me han interesado en los últimos años son G. Sebald y Teju Cole, aunque en ellos caminar sea un acto totalmente desprovisto de humor. Ese podría ser mi reparo a sus libros. En el caso de Cole, sobre todo a Ciudad abierta, su segunda novela, no tanto a la primera. Eso es algo que no pasa con otros autores con narradores caminantes que para mí van más allá del interés y entran en el terreno de la idolatría, como me sucede con Rubem Fonseca. Uno de sus mejores cuentos se titula precisamente El arte de caminar por las calles de Río de Janeiro. Y bueno, en general en la novela negra, que siempre me ha interesado, los personajes caminan mucho en busca de pistas, y Cementerios de neón, como mis otras dos novelas, tiene algo de novela negra. Por otro lado está mi experiencia como periodista. Arranqué joven, a los 21 años, y desde ese entonces entendí que mi fortaleza no iba a residir en las entrevistas, en hablar con las personas, sino más bien en estar atento, en observarlas a ellas y su entorno, dónde vivían y los objetos que las rodeaban. Y ahora que lo pienso, también puede tener que ver con haber querido ser arquitecto. Antes de cursar Literatura hice unas semanas de Arquitectura pero me llamaron a prestar el servicio militar y al regresar me cambié de carrera. En realidad la historia de la arquitectura era lo que me atraía.

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Semana.com: Pasemos a su primer libro sobre Corea, Corea: apuntes desde la cuerda floja, que es magnífico no solo por la belleza que usted logra con un mínimo de recursos, también por la manera en que describe lo más simple y cotidiano como lo más asombroso. Quisiera que nos contara un poco sobre el proceso de escritura de esos pasajes que componen el libro. Y de la estructura que escogió, como si cada párrafo fuese una pequeña idea, una experiencia, una iluminación fugaz.

A.F.S.: Aún me sorprende ese libro porque partió de un encargo. No fue algo que yo hubiera elegido, fue algo que me propusieron. Se puede decir que lo escribí mientras lo vivía. Poco a poco se fue desenrollando a mis pies, como un largo tapete. A eso también se debe la estructura, con entradas de diferentes extensiones, sin jerarquías. Veía una cosa que me interesaba en mi barrio, escribía algo. Se hablaba de un posible ataque de Corea del Norte, escribía algo. Tenía una pelea con mi esposa, escribía algo. Oía el graznido de un cuervo o caía una lluvia torrencial una tarde de verano y algo se movía en mí, pues escribía sobre ese algo. Solo estuve en control de una cosa: al final de cada estación imprimía en una fuente gigante los trozos que había escrito y los recortaba. Los ponía en el piso y me paraba en una silla. Desde lo alto los leía y luego me agachaba para moverlos según el arco emocional que quería darle a esa estación, bien fuera invierno, primavera, verano, otoño. En eso consistió la mayor parte de la edición del libro, en mover cada trozo, más no en editarlo en sí para no quitarle el tono confesional de un diario. 

Semana.com: Otra cosa que me llamó la atención de ese libro, y también en los otros dos de los que hemos hablado, son las descripciones de la comida y la bebida. En los libros no suele estar tan presente aquello que comen los personajes. Además, cuando usted escribe sobre comida al lector le dan ganas de ir a comer eso que usted describe. ¿Por qué hace énfasis en ello –no solo en los libros sobre Corea, también en Salario mínimo–?

A.F.S.: Uno de los directores de cine que más me gustan es Aki Kaurismaki. En sus películas muestra a sus personajes fumando, oyendo música, durmiendo, comiendo y bebiendo. Hago lo mismo, tengo que poner a los personajes de mis novelas haciendo esas cosas que todos hacemos. Solo así los siento vivos, solo así puedo sentir admiración por ellos, misericordia o desprecio. Porque me interesa que el lector se acerque a ellos desde muchos ángulos, sin necesariamente acudir a eso que se llama la psicología de los personajes, cosa que por otro lado tampoco no me interesa mucho. A lo que voy es que esos actos tan simples y sus descripciones, según como estén dispuestos en la narración, sirven para volver más complejos a mis personajes sin recurrir a grandes dramas internos. También me ayudan a que el lector no los vea como receptáculos de ideas y nada más. Odio eso en un libro, sentir que el escritor ha usado a sus personajes tan solo como vagones en los que transporta sus ideas como ganado apretujado. Y bueno, en Corea es verdad que muchas cosas se discuten alrededor de una comida, que además por lo general va al centro y se comparte entre todos. Los oficinistas coreanos no hablan de cosas importantes en el trabajo con sus jefes, solo lo pueden hacer una vez van en grupo a una parrilla. No creo exagerar al decir que el país con más restaurantes por metro cuadrado del mundo es Corea del sur. En cuanto a la bebida, es el que más consume per cápita, de eso sí que estoy seguro.

Semana.com: En un conversatorio dijo que Cementerios de neón podría haber sido “su intento de novela decimonónica”, pero que decidió escribir no la novela que quería escribir sino la que podía escribir. ¿En qué sentido esta novela es lo segundo?

A.F.S.: Creo que apuntaba a que escribí la novela que podía escribir en esos momentos. O tan solo me copié de José José, el cantante dueño de esta verdad de a puño: “Uno no es lo que quiere sino lo que puede ser”.

Semana.com: De esa novela me gusta mucho el personaje de Salgado: es el eje alrededor del cual giran el resto de los personajes, y a pesar de ser el centro, no es del todo un héroe: es detectivesco y torpe a la vez, es inseguro y siempre parece estar un poco perdido. ¿Podría hablar sobre él?

A.F.S.: Cuando me entró esa idea pendeja de querer escribir una gran novela decimonónica en vista de las novelas flacuchentas que ahora se publican en todos lados, opté por usar la tercera persona, como debe ser. Antes solo la había usado en la última parte de Los hermanos Cuervo, que no va más allá de 60 páginas. Al empezar tenía tres personajes, un veterano de la guerra de Corea, un profesor de taekwondo coreano y su discípulo descarriado, todos muy sólidos a mi modo de ver pero también muy distanciados de mi propia experiencia vital, así que pronto me estrellé con una pared. Pero como no quería dejar la tercera persona por pura tozudez, decidí incluir a Salgado, un personaje que comparte algunas de mis circunstancias. Solo una vez este tipo entró en escena el nudo se desató, me sirvió de ancla y ya no estuve más a la deriva. Pero claro, no me interesaba que se leyera como un personaje calcado de mi experiencia coreana, que ya estaba descrita hasta la minucia en el libro anterior. Así que lo asordiné y decidí que fuera él quien debía conocer las historias de los otros tres personajes sin que fuera el protagonista absoluto, tan solo el encargado de armar el rompecabezas propio de una novela negra. Y como Salgado nunca se había enfrentado a una situación parecida, su intento detectivesco resulta torpe, extraviado, cómico en cierta medida, pero también muy doloroso.

Semana.com: La primera parte de Cementerios de neón es una búsqueda. Tiene un aire a novela negra. Pero me pregunto si, precisamente por Salgado, esta novela no es solo algo así como una novela negra, sino también su parodia.

A.F.S.: Definitivamente. Tiene los elementos de una novela negra, pero la gran diferencia es que la búsqueda más importante resulta siendo la que emprenden los personajes en el interior de sí mismos. En ese sentido sería algo así como un policial-existencial en el que no se resuelve ningún crimen como tal, o mejor, en el que el crimen a dilucidar se relaciona con el propósito de estar vivo y el sentido de la muerte.

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Semana.com: ¿Es Salgado en realidad otro Solano?

A.F.S.: Esos apellidos comparten varias letras pero no todas. En esas letras que los distinguen está la literatura.

Semana.com: En Corea usted trabaja cinco horas a la semana en un centro de traducción del gobierno y le pagan bien por ello, lo cual es una ventaja para alguien que quiere dedicarse a escribir. ¿Podría contarnos un poco sobre ese trabajo? ¿Qué es lo que traduce? ¿Cómo es traducir sin saber una de las dos lenguas?

A.F.S.: Me he vuelto un hombre muy austero, quizás a la brava, así que siento que me pagan bien según mi propio estándar, pero para otra persona puede ser una miseria. Y bueno, estoy casado y mi esposa también trabaja. Lo cierto es que agradezco ese trabajo porque me deja mucho tiempo para escribir, que como se sabe es sobre todo tiempo para pensar, leer a otros o simplemente perderlo. En cuanto a las clases, no traduzco del coreano, es más bien un taller en el que les doy a los alumnos herramientas para abordar sus textos una vez tienen un primer borrador limpio. Es más una cosa de estilo literario que de traducción propiamente dicha. 

Semana.com: En otra entrevista usted dijo que su proceso de escritura era “lento, lentísimo”. ¿Le parece además tortuoso?

 

A.F.S.: No, una vez me encamino puede ser incluso hasta gozoso. Me demoro en empezar, eso sí, no en escribir propiamente. En todo caso la parte que más me gusta es corregir. Pero emocionalmente al final sí que puedo quedar muy agotado. Al terminar Cementerios de neón en noviembre del año pasado quedé hecho un trapo y juré no escribir nada aparte de mi nombre en la hoja de asistencia del centro de traducción, pero a mediados de marzo me lancé de cabeza a un guion cinematográfico. Nunca antes había escrito algo parecido y en ello me gasté un mes, desde la concepción de la idea hasta tener un primer borrador decente. Algo he mejorado.

Semana.com: "Todavía conservo casi todo el pelo. Muy pronto iré a Colombia y sabré cuantas caries me gané con este libro", dijo en una publicación en Facebook. ¿Supo finalmente si este libro le sacó caries?

A.F.S.: No, caries ni una sola, pero el odontólogo insistió en hacerme una limpieza exhaustiva con una fresa periodontal. Salí pálido y tembloroso de su consultorio. Creo que es un sádico de verdad, digo, un sádico en términos clínicos. Es un poco raro ese odontólogo, ahora que lo pienso.