Nacido en Bogotá- Cundinamarca, comenzó su carrera musical a los 8 años. | Foto: Danilo Canguçu

MÚSICA

Las duras historias con las que carga el músico de la escopetarra

César López ha acompañado a las víctimas de la violencia en Colombia por más de 16 años. Las historias que cuenta son tan crudas y macabras que parecen irreales.

8 de agosto de 2017

Una mujer vivía con su esposo en La Dorada, Caldas. De pronto llegó un grupo de paramilitares. Se llevaron a su pareja arrastrado mientras ella suplicaba que no lo mataran. Los días pasaban y no supo más de él. Cuando empezaron los problemas económicos, ella decidió lavar la ropa de sus vecinos en el río La Miel a cambio de unos cuantos pesos. Un día cuando trabajaba vio cómo flotaba entre la corriente el cuerpo de su esposo. Lo reconoció por su ropa. Desde entonces cada día, una vez por semana, ella lleva la mejor camisa de su esposo a la orilla y la unta de río. Luego, espera a que la prenda se seque y se la pone. Siente que su amado la vuelve a abrazar. Esa es una de las pocas historias de violencia que el músico César López no ha podido convertir en canción. Con esa deuda carga desde entonces.

En la casa de César en el barrio La Soledad de Bogotá siempre había fiesta los fines de semana. Sus padres, sus tíos y sus primos se reunían a cantar y tocar. El primer instrumento que interpretó de niño fue un tiple. En una de las tantas juergas, un amigo de la familia le enseñó en una tarde a tocar Yo defiendo mi tierra de Isabel y Ángel Parra. Todos se dieron cuenta de que tenía facilidad para la música. Y sin saberlo, esa canción social marcaría el rumbo de su carrera; se convertiría en uno de los artistas que le cantan a la paz y que acompañan a algunas víctimas de la violencia en Colombia.

El papá de César, don Iván López, tenía una guitarra española que cuidaba como el mayor tesoro. Todos los días se la prestaba a su hijo durante cinco minutos. El pequeño tocaba cualquier cosa en esos pocos segundos y luego su padre se la quitaba y la guardaba. Cuando César cumplió 14 años ya no se sentía tan atraído por el viejo instrumento; ahora quería una guitarra eléctrica. Un día el adolescente se despertó y al lado estaba una Yamaha roja que su padre le había comprado a un amigo. Tuvo que entregar su guitarra y dar un dinero más para que su hijo tuviera lo que anhelaba. “Ese fue el acto de mayor generosidad que he recibido en mi vida —recordó César, con una voz pausada y suave— esa guitarra era muy importante para mi papá pero hizo ese sacrificio por mí”.

De pronto llegó un grupo de paramilitares. Se llevaron a su pareja arrastrado mientras ella suplicaba que no lo mataran.

Unos años después el padre de Cesar murió. En su funeral un hombre se le acercó y le devolvió la vieja guitarra. “Para usted puede ser más valiosa”, le dijo. “La guitarra de mi papá no era tan fina, es que era un exagerado. Él creía que era una joya y hoy que uno sabe más o menos de guitarras se da cuenta de que no lo era. Pero se volvió un objeto místico para mí; siempre la tengo conmigo, con esa compongo, sé que sirvió para que tuviera mi guitarra eléctrica, se fue y volvió a mí. Pero sobre todo representa una gran muestra de generosidad”. De hecho, pensando en ese gesto, el artista creó una vacuna contra la violencia que consiste en recordar el mayor acto de generosidad que una persona ha recibido.

César estaba en la Clínica La Paz, especializada en salud mental. Él iba de visita con una organeta para tocar unas piezas a los pacientes. Mientras sus dedos pasaban por las teclas del instrumento su mirada se conectó con una de las personas que estaba allí. Ese personaje estaba como embelesado y se balanceaba hacia adelante y hacia atrás. César cambió el ritmo de la pieza, hizo lo posible para que sonara al compás del movimiento del paciente. Quería generar empatía, quería conectarse con las emociones de aquella persona que parecía que había perdido la cabeza.

Tras la muerte de su padre en 1994, César empezó a reflexionar sobre la ausencia y buscó lugares donde podía encontrar pérdidas. Visitó algunas cárceles y algunos centros de salud mental con el pretexto de hacer terapia musical. Fue así como llegó a clínicas como La Paz y o compuso las canciones de El álbum de la ausencia, un disco dedicado a su papá y su forma de hacer el duelo. “No es que tuviera total claridad de lo que estaba haciendo y hay que decir que había mucho de morbo. Me daban curiosidad los loquitos, los detenidos… en general otras realidades”. Fue con la muerte de su padre que se convenció de que quería dedicar su vida al trabajo social en las realidades distintas. Y por eso empezó a recorrer el país para llegar a zonas de violencia.

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En Granada, Antioquia, llegaron los paramilitares e irrumpieron en la casa de una señora. Le dijeron que preparara un sancocho, que ellos ponían la carne. Le entregaron en una bolsa la cabeza de su hijo y la obligaron a preparar el caldo. Luego la obligaron a que se lo comiera mientras ellos se reían. “Escuchar por tanto tiempo ese tipo de historias tiene un costo psicológico. Sufrí algo conocido como quemamiento, un tipo de trastorno emocional por estrés. Tuve que parar por un tiempo. Luego seguí. La señora a la que le asesinaron su hijo hoy en día hace terapias a otras personas que han perdido familiares por la guerra. Si ella lo hace, yo tengo que estar mínimamente a la altura”, afirmó él. Muchas de las historias que el artista comparte son tan dramáticas y tan macabras que parecen irreales. De hecho él mismo tuvo que parar por un tiempo después de escuchar las atrocidades de la guerra.

Después de descubrir los rostros detrás del conflicto, César pensó que los artistas podrían tener un grupo de personas que actuaran como los bomberos, cada vez que hubiera hechos violentos llegarían artistas para acompañar a las víctimas, escuchar sus historias y apoyarlos en la superación de su miedo, rabia o indignación y otras emociones a través de la música como herramienta terapéutica. En 2002 fundó El Batallón artístico, en una época en la que el paramilitarismo azotaba a los pueblos colombianos; hacía poco habían pasado las masacres de Bojayá y el Salado.

“Cuando llamo a artistas famosos nunca llegan, siempre están ocupados —dijo César— Pero llegan muchos artistas de las regiones”. Mientras miraba el desastre de la guerra él se preguntaba cuál era la pertinencia del arte. Las enfermeras atendían a los pacientes, las organizaciones daban comida, pero él se sentía inconforme, no le era suficiente hacer un concierto para enviar plata que nunca bastaba.

El Batallón de artistas creció. Crearon uno en Cali y otro en Medellín. Brasil también quiso acoger la misma iniciativa. En 2013 el cantante regaló unos instrumentos en el sur de Bolívar. Una persona lo llamó y le dijo que si era cierto que daba gratis instrumentos a todo el mundo. Él dijo que no pero que podía ayudar a conseguirlos. Fue así como creó un banco que recoge instrumentos musicales que las personas no usan y que pueden ser donados a víctimas de la violencia. La idea es que con ellos compongan canciones para contar qué pasó, quiénes fueron, dónde sucedió y cómo los afectó. Es una forma de usar la música para hacer memoria histórica.

"Uno me dijo: ‘Cuando salga ayúdeme para que no me maten’”

En 2011 salió el primer informe de Medicina Forensis. César se dio cuenta de que la mayoría de víctimas fatales por violencia no eran por el conflicto armado. Entendió que moría más gente por las bandas criminales, por el machismo, por las riñas o incluso por el uso de sustancias psicoactivas. Entonces pensó en qué pasaría si por un día en Colombia no se reportara ningún muerto. Así nació otro de sus proyectos bandera, 24-0. Se trata de exaltar el valor de la vida a través de muestras de danza, teatro, y música. La idea ha tenido gran acogida y se ha replicado en nueve países de América Latina como Guatemala, Venezuela, Honduras, Argentina y El Salvador.

Foto: Cortesía del artista.

Por su trabajo el artista de 44 años ha sido nominado a varios premios de paz. El último fue el Premio Internacional Por la Paz de La Fundación Alemana Schwelle, que finalmente ganó un joven del Congo. “Lo raro es que esos reconocimientos tengan que venir de afuera (...) lo bueno de esos premios es que todos ganamos porque el dinero será invertido en obras para que el mundo sea un poco mejor”.

Pero sin duda uno de sus mejores premios de los que ha sido testigo fue el día de la entrega de las 7.000 armas de las Farc. Allí cantó Fin, una canción que hizo dos días antes para ese evento memorable. “Fue increíble estar en la victoria de la palabra. Yo tal vez soy muy igualado y arrogante, pero yo sentía que de alguna manera toda mi vida había trabajado por eso”, dijo.

Dos días antes de la entrega de las armas, César viajó a Mesetas, Meta, para componer algo especial para el gran día. “Yo sabía que podía cantar cualquier cosa de mi repertorio porque todas mis canciones son mamertas, hablan de la esperanza y esas vainas. Pero quería algo especial y que fuera capaz de componer en poco tiempo”.

“¿Qué estás dispuesto a dar por tu comunidad? Hasta la vida y siempre”.

La entrada al lugar fue un poco difícil. Llovía y había barro por todas partes. El primero que lo saludó fue Timochenko y después empezó a conversar con los excombatientes. Les hablaba de la escopetarra, una guitarra hecha con un fusil, que se ha convertido en el símbolo de la paz. Fue creada por César en 2003 en un encuentro tras el ataque al club el Nogal, cuando vio a un soldado sujetando el arma como si fuera una guitarra. Gracias a esta guitarra —les contaba César— había podido entrar a cárceles, pero también a la comuna 20 de Cali, al retorno de Guaviare o al Tigre, Putumayo.

Ese martes César se levantó a las cinco de la mañana. Caminó por el campamento y vio que ya todos estaban afuera. “Me impresionó ver sus caras, pensándose la vida, preguntándose qué iban a hacer. Veía también cuerpos muy lastimados, por las balas por las cicatrices; uno cojeaba, a otro le faltaba una mano. Uno me dijo: ‘Cuando salga ayúdeme para que no me maten’”. César entonces hizo una canción pensando en que hay que acompañar el proceso, que la paz apenas comienza.

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Foto:Danilo Canguçu/ Semana.

El cantante tiene un tatuaje en su brazo. Dice “Hasta la vida y siempre”. La frase nació en el Norte de Santander en una toma guerrillera en 1987. La gente se juntó para manifestarse en contra de las acciones violentas. Gritaban “¿Qué estás dispuesto a dar por tu comunidad? Hasta la vida y siempre”.  Cuando César entendió su proyecto de vida decidió ponerse esta marca en su cuerpo. Para él todo lo que hace “no es nada más que un intento”.