LITERATURA

“Colombia está llena de fosas con gente que no pudo ser despedida”

Ricardo Silva Romero acaba de lanzar 'Río muerto', una novela que narra una de las tantas historias de la violencia que ha azotado a Colombia pero que pocos conocen.

20 de mayo de 2020
Ricardo Silva Romero dice que es mentira que haya un exceso de historias sobre la violencia. | Foto: Semana

SEMANA: ¿Por qué contar este trágico episodio de la violencia en Colombia?
Ricardo Silva Romero: En un primer momento, la idea era cumplirle la promesa a una persona que me contó su historia, su tragedia. Y me pareció tan importante de contar, tan urgente de contar, que interrumpí lo que iba a escribir: una novela de ciclismo. Realmente, él necesitaba que su historia fuera contada. Ahora, viéndolo con la perspectiva del tiempo, me parece que es justamente lo que hemos tratado de hacer los narradores del país desde que empezaron a contarse las historias de nuestra violencia y creo que es lo que hay que seguir haciendo mientras no haya justicia, mientras haya 8 millones de víctimas, cientos de miles de desaparecidos y de familiares que nunca tuvieron funerales, que nunca fueron nombrados. Colombia está llena de fosas llenas de gente que no pudo ser despedida.

SEMANA: ¿‘Río muerto‘ podría ser la forma en la que la persona que le contó la historia pueda hacer duelo o pueda despedir debidamente a su ser querido?
R.S.R: Podría ser, porque ‘Río muerto‘ es la historia del asesinato de un padre que tiene que ser despedido de afán y olvidado para no ser un problema mayor. Yo creo que aquí, en las páginas de la novela, se busca restablecerle a un olvidado su derecho a ser despedido, a ser nombrado, a no ser un fantasma errando por ahí. Ese era el favor que se me pedía y me pareció fundamental. Y lo hice también porque en ese momento acababa de morirse mi papá, y porque yo no solo tenía la edad, en ese momento, que tenía el personaje de la historia, sino que tenía los dos hijos a los quiero acompañar hasta que sea muy viejo.

SEMANA: Su libro comienza con una conversación entre usted, que votó Sí en el Plebiscito de 2016, y un interlocutor que lo hizo por el No. En los años que siguieron los rencores entre los partidarios del Sí y del No han aumentado, y pareciera que ambas posiciones fueran irreconciliables ¿Cómo hacer ejercicios de reconciliación desde dos orillas distintas?
R.S.R: Justamente la nota inicial es importante en ese sentido. Yo creo que el mundo que dejó el plebiscito no es el que quieren hacernos pensar los políticos. Ellos nos han dicho que hay una polarización que vuelve irreconciliable nuestra sociedad. A mí me parece que eso no existe. Que simplemente es una estructura narrativa de los políticos para coleccionar enemigos, para dividir a la gente en dos y para que la gente crea que los demás están en contra de ellos. Que, en últimas, hay una pelea por la patria. Por eso me parecía importante esa anotación inicial, porque fuera de las redes y de los pulsos políticos la gente sí tiende a reconciliarse, sí tiende, al menos, a convivir

Por otra parte, también esa introducción la hice para que la gente comprendiera que en el otro bando hay matices. Me explico: todo este espectro liberal al que yo pertenezco y que votó Sí en el plebiscito creyó que ese sector conservador y de derecha que votó por el No era monolítico y sin matices. Al contrario. Hubo mucha gente que votaba No porque no le gustaba el acuerdo desde punto de vista jurídico. Hubo gente que no les creía a los guerrilleros porque habían dado sobradas razones para que no les creyeran. Había otra gente que simplemente había vivido historias muy dramáticas, personales, como el personaje del que hablo en esa nota inicial. Y había también gente muy infame, muy guerrerista que lo único que quería era que esto fallara. Y había politiqueros que simplemente querían que le fuera mal a ese gobierno. Creo que a nosotros los liberales en general nos ha faltado matizar a los conservadores, dejarlos de estereotipar, dejarlos de reducir como a una manada de católicos intransigentes. Con la escena del carro queda claro que narrar nos pone de acuerdo. Contar la historia de un personaje que es testigo de la muerte de su padre nos demuestra que lo que hay aquí es un horror que nos iguala. Creo que a eso apunta la nota inicial, a advertir que tenemos que estar de acuerdo en que el asesinato de esa persona es un imposible que se da con frecuencia en Colombia.

SEMANA: Se ha escrito mucho sobre la violencia en Colombia, ¿será que este tipo de literatura está sobreexplotada?
R.S.R: Yo siempre he oído eso y me ha parecido fascinante e infame esa afirmación en un país donde en los últimos años han matado a 800 líderes sociales y a 200 desmovilizados de las Farc. Hay una violencia típica que no se ha superado y que no tiene por qué ser ajena a la ficción. Es la ficción la que puede contar cómo se desquicia una sociedad y tratar de articular esa realidad para que se oiga y se vea y se huela. Esta novela sigue una tradición literaria de un siglo que busca que la novela llegue a donde no llega la justicia, al relato de cada acto de violencia, porque estos relatos reales pocas veces llegan a los fallos de los jueces.

Es mentira que haya exceso de historias sobre la violencia. Esta afirmación es negacionista, de cierto modo, porque en realidad lo que se escribe sobre violencia es un porcentaje mínimo de lo que se escribe acá. Y vale escribir sobre violencia hasta que sea un drama reconocido por la sociedad, hasta que se deje de creer que esta violencia nuestra es una excepción. A mí me fascina esa afirmación de que hay mucha literatura sobre la violencia, repito, porque refleja a una sociedad que realmente no le ha puesto la cara, no ha mirado a los ojos, su propia violencia.

SEMANA: Como usted lo cuenta en el libro, muchos de los crímenes ocurren en pueblos y zonas rurales que ni siquiera aparecen en el mapa y casi nadie tiene noticia de ellos. ¿Esa falta de desconocimiento de lo que sucede en otras regiones de Colombia no contribuye al desconocimiento de la violencia y también a una falta de empatía con las víctimas?
R.S.R: A mí me parece que hay un desconocimiento muy grande de nuestro territorio, incluso desde el mismo Estado que no ha cubierto su propio mapa. Si el Estado no llega al territorio es improbable que la sociedad también lo haga. Uno siempre se entera de algún horror, crimen, masacre, desplazamiento en algún municipio, vereda o corregimiento cuando un medio, que tampoco tenía conocimiento de que esos lugares existían, difunde la noticia, o por relatos que le cuentan a uno mucho después. Pero eso no es lo peor: lo peor es que el Estado también se entera a destiempo. Es como si toda esa gente que no pertenece a las ciudades fueran menos humanos y es una señal de que aquí el clasismo ha sido el criterio de fondo. La falta de empatía es nuestro drama de base porque aquí se sigue matando, se sigue desplazando, se siguen mandando volantes debajo de la puerta porque se ha comprobado que se puede, que no pasa nada si se hace, que el castigo puede venir en 40 años, si es que viene. Solo se da la justicia en la ficción y repito, ni siquiera en suficientes ficciones, sino en un porcentaje mínimo.

SEMANA: ¿Por qué es importante la memoria y cómo construirla en un país donde es difícil conciliar distintas versiones?
R.S.R: Hay muchos menos fundamentalistas en la sociedad colombiana de lo que uno cree. A veces los fundamentalistas logran que personas cercanas a sus ideas se les unan por ratos, pero en general yo creo que la gente es capaz de corregirse a sí misma y de ponerse de acuerdo en unas cosas muy básicas. A mí siempre me gusta poner el ejemplo de un avión en turbulencia porque en esos momentos los pasajeros quedan despojados de ideologías y de intereses mezquinos y se igualan en una lucha común: la de salir vivos. Yo creo que aquí es posible llegar a un punto en común que es muy básico, pero al que no hemos podido llegar: reconocer el horror de la violencia, venga de donde venga y se cometa contra quien se cometa. Eso es una cuestión en la que tendríamos que estar de acuerdo y para eso se escribe ‘Río muerto‘ y por eso tiene esa nota inicial. Haya uno votado Sí o No, se sienta cercano a la izquierda o a la derecha, o sea progresista, verde o de cualquier tendencia, uno se puede poner de acuerdo en que alguien a quien le asesinan a su padre es una víctima y que lo sucedido es una infamia. Ese tiene que ser nuestro punto en común: que ninguna violencia tiene justificación, que la violencia política es un contrasentido.

Tenemos que llegar a esa idea de que podemos odiarnos sin matarnos y que podemos odiarnos sin justificar que maten a quien odiamos o a quien no entendemos. Ese me parece que es el sentido del ejercicio de la memoria: el de ponernos de acuerdo en lo mínimo, y para ello no hay terreno más fértil que el de la ficción. A mí me sirvió que la persona que me contó la historia me haya dicho: “asúmala más como una ficción, no diga los nombres, cuéntelo como fue, pero póngalo en el terreno de la ficción”. Eso lo saca del terreno de los informes de memoria histórica y lo manda a una especie de tierra de nadie –lejos de las trincheras- en donde podemos ponernos de acuerdo en que el asesinato de un padre de familia es un horror y una pesadilla. También podemos vernos reflejados en el coraje de esa familia y es ese el coraje que ha sustituido al Estado acá.

SEMANA: Uno ve en sus libros la recurrencia a la memoria, a la historia, al contexto histórico… ¿Por qué son tan importantes estos conceptos?
R.S.R: Siempre me han interesado los dramas en general. Los dramas que tiene que soportar una persona en una sola vida, que si se los advirtieran antes de nacer creo que lo pensaría dos veces para venir a este mundo. Pero a partir de la novela ‘Parece que va a llover’, y luego con ‘Autogol’, incluí dentro de los dramas que tiene que soportar una persona a su sociedad y su historia, de tal modo que los personajes que se me ocurren suelen tener que ver con Colombia y los dramas que se me ocurren tienen que ver con una sociedad que está construida para ir cerrando puertas. Una sociedad regida por unos cuantos que siempre saben sobrevivir a los tiempos y estar en la cima de una pirámide. Eso es muy claro en “El libro de la envidia” que hace un relato de Bogotá del siglo XIX, de esa Bogotá con una desigualdad tan profunda. Me interesa también la historia porque cada vez que uno se mete más en el género por medio de la novela, más descubre que está contando la historia de una sociedad mal hecha. Desde el punto de vista personal, a mi desde muy pequeño me han afectado directamente las vicisitudes históricas y políticas y me parece que narrar eso es un paso a nuestra sanidad mental y a nuestra justicia.

SEMANA: Después de casi cuatro años del plebiscito ¿cómo ve a la sociedad colombiana y su futuro?
R.S.R: Creo que hay señales a favor de una transformación hacia la convivencia. Me parece que la gente no está matriculándose ya más en eso del Sí o No. Veo que ya no le comen cuento a quienes quieren crear dos narrativas o empobrecer la sociedad colombiana en dos narrativas. Antes de que entráramos en la pandemia, la sociedad venía protestando de una manera muy vigorosa. También veo que el discurso que quería imponer el gobierno, el de de corregir el proceso de paz y ponerlo en su sitio, digamos, a punta de decretos sueltos, llegó a una popularidad del 20 por ciento en el país. Porque la única narrativa que ha propuesto el gobierno no ha sido propiamente la tal economía naranja, sino que la venganza de lo que se hizo en los 8 años anteriores. Y a eso la gente pareciera no jugarle. Yo creo que hay señales muy buenas de que no es tan fácil abusar del poder como lo piensan esas élites. Me gusta mucho ver cómo ha ido quedando claro que la Iglesia católica no era una santa institución enlodada por algunas unas ovejas negras, sino un árbol torcido. Algo así sucede con los escándalos del Ejército. Y cuando nos enteramos de los contratos multimillonarios para mejorar la imagen del presidente. No se puede abusar del poder impunemente como antes y esa es una señal de transformación, una transformación un poco más lenta, eso sí, de lo que uno querría, pero una transformación a fin de cuentas.