PERIODISMO
La historia de El Faro, el periódico digital que despierta admiración en América Latina
El Faro es un medio inspirador y pionero: mostró cómo hacer periodismo de calidad en internet. Sus investigaciones sobre inmigraciones, la Mara Salvatrucha y el crimen de Monseñor Romero son ejemplares. SEMANA habló con su director, José Luis Sanz.
Este medio salvadoreño es toda una referencia en periodismo digital y muchos en América Latina decidieron seguir su camino. No solo por su modelo sostenible, sino por la calidad de sus trabajos. De hecho, dos investigaciones de El Faro, La revolución de las ovejas -sobre la convivencia de evangélicos y pandillas-, y De migrantes a refugiados: el nuevo drama centroamericano, sobre el drama de los que huyen de la violencia, estuvieron nominados el Premio Gabo. Hace dos años ya habían ganado el premio a la excelencia en este mismo certamen.
Además se le conoce por haber profundizado como nadie en temas como los Mara Salvatrucha, el crimen de Monseñor Romero y abordar sin descanso el tema de las migrantes. SEMANA habló con su director, José Luis Sanz, sobre la vida y obra de este medio.
SEMANA: El Faro nació en 1998. Si en ese momento los medios tradicionales dudaban en dar el salto a internet, ¿cómo ustedes, un medio alternativo, le apostaron a lo impredecible?
José Luis Sanz: El Faro no le apostó totalmente a internet. Sonaría fantástico decir que fue una decisión visionaria, pero en realidad fue más una necesidad convertida en oportunidad. El Faro nació en internet porque era el único lugar donde podía nacer. Jorge Simán y Carlos Dada, los fundadores, soñaban con un periódico de calidad en la nueva etapa política de El Salvador después de los acuerdos de paz de 1992.
SEMANA: ¿Cómo eran los periódicos de El Salvador entonces?
J.L.S.: Los periódicos tradicionales no tenían vocación democrática ni de periodismo independiente. No había un periódico de la transición de posguerra. No había un nuevo periodismo todavía y, si empezaba, era muy incipiente y aislado. Simán y Dada querían crear un periódico pero la inversión era demasiado alta en un país sin tradición, por ejemplo, ni siquiera de quioscos, por lo cual la distribución era complicadísima. Decidieron que mientras conseguían llevar el periódico al papel, lo iban a crear en internet. El primer editorial de El Faro promete a los lectores que irá de internet al papel.
SEMANA: ¿Y qué pasó?
J.L.S.: Por un lado, internet se convirtió en el espacio natural de desarrollo del proyecto, y luego como el espacio de referencia del nuevo periodismo independiente. En 2006 decidimos que no tenía sentido seguir soñando con ese camino. Desde entonces, nos declaramos agnósticos en cuanto a la plataforma.
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SEMANA: En 1998 en El Salvador había un dos por ciento de usuarios en internet. ¿El contenido era solo para ellos?
J.L.S.: El Faro siempre tuvo vocación de periódico de calidad y era consciente de la incapacidad de cubrirlo todo por falta de recursos. Entonces, empezó haciendo una propuesta de opinión y análisis con colaboradores externos y luego creó una pequeña redacción que le apostaba al reportaje, con una visión muy clara: distinguirse del resto de medios, no permitir que nos diluyéramos en la oferta. El Faro era un periódico con vocación democrática, con vocación centroamericana, con referentes de calidad de periodismo global y eso no lo había en El Salvador. La apuesta era abordar temas omitidos en la agenda de los principales medios y con enfoques que desafiaran la narrativa habitual.
SEMANA: ¿Tenía algún significado especial llamarse El Faro?
J.L.S.: Venía de la idea de orientar a los navegantes de internet. Y también de hacer un periodismo explicativo, de reivindicar al periodismo como un ejercicio intelectual, con estándares éticos y de calidad. Y con la evolución del proyecto, los estándares de calidad subieron y hacemos investigaciones más complejas, textos narrativos más elaborados, más profundos y prolongados en el tiempo.
SEMANA: El Faro está cumpliendo 20 años ¿Cuál es su gran valor hoy?
J.L.S.: Sonará un poco cursi, pero a mí me gusta pensar que El Faro aportó una nueva noción de lo posible. El gran aporte ha sido inspirar a otros proyectos y a otros periodistas a lanzarse a generar su propio proyecto periodístico, al saber que hay una forma de sobrevivir haciendo periodismo de calidad en internet.
SEMANA: Pero esa inspiración también ha sido de estilo y de formatos…
J.L.S.: Hubo una etapa en la que parecía que el periodismo de investigación y el periodismo narrativo eran dos ríos que no se cruzaban nunca. Nosotros tuvimos claro que cuidar la forma era una herramienta muy valiosa pero que debía estar al servicio de los grandes temas.
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SEMANA: ¿Cómo deciden abordar un tema?
J.L.S.: El corazón de El Faro siempre ha sido su redacción, que discute mucho. Somos 22 personas, muchos para un periódico on line, pero insuficientes para los desafíos que plantea la realidad. Y discutimos antes, durante y después de las coberturas y de la publicación. La autoexigencia hace que las cosas funcionen mejor.
SEMANA: ¿Hay tiempo?
J.L.S.: No es que lo haya. El tiempo es como el dinero, lo inviertes o no. El punto es en qué inviertes y qué priorizas. Siempre hemos pensado que el tiempo es materia prima imprescindible para comprender y luego para encontrar la mejor forma de contar. Cuando hemos tratado temas de crimen organizado, el tiempo es también la primera medida de seguridad: te permite no asumir riesgos innecesarios, discutir todo lo que haga falta, te permite construir fuentes hasta que tienes confianza en ellas, como para depositar en ellas tu seguridad, te permite no hacer una entrevista en un momento peligroso. Tener tiempo para reflexionar sobre nuestra seguridad ha sido importante para hacer algunos de los trabajos que hemos hecho.
SEMANA: Acá conocemos mucho de El Faro, sobre todo, por las investigaciones de las migraciones, las de las maras y por el caso de Monseñor Romero. Por ejemplo, ¿Cómo visibilizar un tema tan complejo como el de las migraciones?
J.L.S.: Primero estando en terreno y permaneciendo en terreno. Y de nuevo: es el tiempo, la mirada y también la decisión de aceptar que no puedes explicar si no entiendes la problemática. El trabajo de Óscar Martínez, en el proyecto En el camino, que termina siendo el libro Los migrantes que no importan, es el trabajo de un año y medio recorriendo las rutas, subiéndose a los trenes, arriesgándose… Pasando mucho tiempo. El problema de hacer periodismo con poco tiempo es que uno no revisa muchas veces su propia hipótesis. Comprender lo complejo lleva tiempo. Óscar hizo eso y en el tema migratorio no fuimos a confirmar un titular o una hipótesis sino a buscar. Y a tratar de entender, y a escuchar, sabiendo que estás en deuda con la gente que te confía su vida y sus verdades profundas.
SEMANA: ¿Cree que el fenómeno de la Mara Salvatrucha puede entenderse ya?
J.L.S.: El fenómeno de las maras en Centroamérica es complejo, evoluciona y uno no termina de hacer preguntas. Pero lo cierto es que cuando pusimos en marcha Sala negra, un equipo de ocho personas dedicado a tiempo completo a cubrir el fenómeno de la violencia en Centroamérica, teníamos claro que nuestra primera tarea era entender. No contar historias fascinantes sobre lo que la gente creía saber, sino hacernos preguntas. Nosotros admitimos que ese era un proyecto que partía de reconocer el fracaso del periodismo centroamericano en tratar la violencia y, entonces, nos aproximamos desde diferentes ejes. Por ejemplo, que si eran un fenómeno que cruzaba fronteras entonces teníamos que cruzar fronteras. Que si había que comprender el origen de las maras había que ir a Los Ángeles. Y puede parecer obvio, pero nadie antes había reconstruido los orígenes. Tú no puedes comprender un conflicto o una dinámica compleja si no comprendes la lógica de los diferentes actores.
SEMANA: ¿Y cuál es esa lógica?
J.L.S.: La conjunción de muchas cosas. Es el resultado de una sociedad que no da oportunidades, que sigue reivindicando aún hoy la violencia como forma de resolución de conflictos. Pandillas hay en todas partes, ¿pero por qué las centroamericanas son las más violentas? Porque la tradición de la violencia sigue absolutamente vigente, porque la impunidad es altísima y porque la falta de políticas para la juventud es absoluta y porque, además, durante los últimos 25 años las políticas públicas han sido, en el mejor de los casos, erráticas e irresponsables. Y han generado mutaciones en estos grupos hasta sofisticarlos y volverlos más complejos, más desordenados en algunos casos y por ello más violentos.
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SEMANA: ¿Por qué se han fortalecido?
J.L.S.: Las pandillas en El Salvador no tenían estructura nacional hasta que, para evitar violencia en las cárceles sin invertir en ellas, las autoridades decidieron concentrar a las pandillas en sus propias cárceles y de esa manera darles tiempo y espacio para tomar consciencia de que tenían presencial nacional. El Estado nunca asume su responsabilidad sobre el impacto de sus irresponsabilidades y de sus acciones inmediatistas, la mayoría formuladas muchas veces desde la ignorancia.
SEMANA: ¿Tiene algo que ver un posconflicto mal ejecutado o un acuerdo de paz mal hecho?
J.L.S.: Como si el proceso o el acuerdo fueran un actor… No es la posguerra la que genera las pandillas, pero sí las decisiones políticas o la ausencia de decisiones lo que alimentó u orientó el rumbo de la violencia en Centroamérica. Entendamos una cosa y lo digo porque se piensa que la violencia después de la guerra es un destino que hay que tratar de evitar, si se puede, a veces rezando. De nuevo, el cortoplacismo de los actores políticos en El Salvador fue absoluto, el desprecio por la vida de los ciudadanos y por la seguridad pública fue absoluto. Y se interpusieron intereses electorales una y otra vez.
SEMANA: ¿Cómo cuáles?
J.L.S.: En 2003 se lanza el primer plan ‘mano dura’, pero en 2012 se negocia con las maras una tregua en secreto. O cuando en 2014, como hemos probado, los dos partidos de El Salvador mientras pedían penas más largas y una lógica de represión absoluta, se sentaban en secreto con los líderes de las pandillas para negociar con ellos apoyo electoral.
SEMANA: ¿Los periodistas de El Faro han estado en peligro?
J.L.S.: Somos un periódico que decidió invertir en el tiempo de sus periodistas, que decidió invertir en el trabajo en equipo, que antepone el qué queremos contar al cómo. Hemos asumido riesgos pero intentamos que sean muy medidos. Discutimos mucho sobre nuestras circunstancias de seguridad y los protocolos, pero además siempre hemos estado arropados internacionalmente y contamos el apoyo de organismos de derechos humanos, de organizaciones de periodistas que siempre han estado ahí cuando hemos recibido amenazas duras o afrontamos riesgos.
SEMANA: ¿Cómo desenmascararon a los asesinos de Monseñor Romero?
J.L.S.: Para escribirlo, Carlos Dada trabajó casi cuatro años, pero es una investigación a la que le había dedicado mucho más tiempo en la construcción de fuentes y de comprensión. Era un tema demasiado importante para la memoria de El Salvador y de América Latina, y más ahora que estamos a pocos días de la canonización de Monseñor Romero. Y es que hay un nivel de pasión por la historia, por su valor, por la importancia que hay que darle, que hace que persistas por años en el rastreo de una fuente, que planees entrevistas hasta el último detalle y que luego le dediques muchísimo tiempo a darle forma para que el texto, Así matamos a Monseñor Romero, seis años después de su publicación, siga teniendo una vigencia absoluta. Eso también es corazón.
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SEMANA: ¿Cómo logran que El Faro trascienda al resto de América Latina y Europa?
J.L.S.: Con más recursos llegaríamos a más gente y tendríamos estrategias más depuradas. Como todos los medios, en esta época de cambios, tratamos de adaptarnos y de optimizar nuestro trabajo. Pero el hecho de que haya mucha población de El Salvador en Estados Unidos hace que tengamos un 15 por ciento de lectores en ese país. La vocación por explicar un fenómeno, por encima de la anécdota, permite que gente en otros países pueda comprender, valorar, disfrutar y encontrar utilidad en nuestro trabajo. Y eso hace que tengamos lectores alrededor del mundo y que medios internacionales como el New York Times quieran trabajar con nosotros.
SEMANA: ¿Qué posición tuvieron frente a Trump y el muro?
J.L.S.: La que puedes tener ante la sin razón, que es cuestionamiento y denuncia de los principios de los derechos humanos, de la violación de legislación internacional y de la estupidez interesada, cruel, que hemos visto en otras ocasiones en Centroamérica y ves ahora en Estados Unidos. La irresponsabilidad de Trump, que le atribuye a la mara salvatrucha violencias y dimensiones que no tiene, porque no es ni la pandilla más grande ni la más violenta ni mucho menos la que controla el narcotráfico en Estados Unidos, pero la utiliza como una herramienta, como un enemigo interno para estigmatizar a la migración. Ante eso denunciamos que Donald Trump, al deportar a padres y romper familias, facilita que la mara salvatrucha permee ciertas regiones del país; que al magnificarla le dé más fuerza en las calles: el valor identitario de las pandillas hace que cuando se consideren más poderosas sean más atractivas para los jóvenes que están pensando en unirse.
SEMANA: Para finalizar, ¿Cómo se sostiene El Faro?
J.L.S.: El Faro se financia todavía, más de un 60 por ciento, con aportes de fundaciones internacionales. Estamos trabajando para reducir ese porcentaje y apostar por otras fuentes de ingreso. Organizamos todos los años el Foro centroamericano de periodismo y eso nos genera unos ingresos; intentamos mejorar la estrategia de publicidad, aunque evidentemente nuestro trabajo hace que haya muchos patrocinadores que no se sientan cómodos con nosotros, pero aún significa un 15 por ciento de los ingresos. Y, sobre todo, le estamos apostando a los aportes de los lectores, a través de donaciones. No creemos en un muro de pago en Centroamérica porque estamos en una región en la que el acceso a la información ha sido limitado. La información es un privilegio y sería absurdo que convirtiéramos nuestro periodismo en un privilegio, en algo a lo que solo puedes acceder si tienes dinero.