Entrevista

“Quiero escribir novelas que el lector no abandone”: Ricardo Silva Romero

El ganador del quinto Premio Biblioteca Narrativa Eafit conversó con SEMANA sobre su más reciente novela. Además, profundizó en temas tan diversos como el amor, la tradición literaria del siglo XIX y sus columnas de prensa.

21 de abril de 2019
La más reciente novela del bogotano se mete de lleno en el fatídico 2016. | Foto: Pilar Mejía

Ricardo Silva Romero (Bogotá,1975) ya no le hace un largo duelo a las novelas que termina de escribir. A diferencia de hace unos años y gracias al consejo de su esposa, Carolina López, apenas termina la escritura de un libro se embarca en otro. Curiosamente, no lo hace por presión de sus editores. Lo hace porque escribir novelas es su pasión, es lo que siempre quiere hacer todo el tiempo.

Su más reciente novela, Cómo perderlo todo (Alfaguara, 2018) ganó el quinto Premio Biblioteca Narrativa Colombiana Eafit. En tiempos de tuits y de videos de Instagram, Silva Romero escribió una novela de más de 600 páginas para retratar uno de los años más raros y convulsos del joven siglo XXI: el fatídico 2016.

La novela entrelaza la historia de decenas de personajes sin que quede la sensación de que uno es más importante que el otro. Tal como dice en esta entrevista, a todos se les dió un “asomo de humanidad”.

SEMANA conversó con el novelista bogotano en su casa, donde él y su esposa comparten oficina. En medio de paredes repletas de libros y películas, el autor de Historia oficial del amor habló sobre los retos narrativos que implicó la escritura de Cómo perderlo todo, de por qué no extraña ser crítico de cine y sobre el amor, esa “disciplina” de todos los días.

SEMANA: Cómo perderlo todo entrelaza la historia de muchos personajes. ¿Cuáles fueron los retos creativos de trabajar con tantas voces narrativas?

Ricardo Silva Romero: Esa es una pregunta me pone a pensar una cosa en particular. En el siglo XIX, cuando no había cine, era más frecuente tener novelas que le daban la misma importancia a cualquier personaje que apareciera. Es decir: había un esfuerzo para que cada uno tuviera vida y que los lectores pudieran intuir su drama.

Esa es una cuestión que he tratado de seguir: ningún personaje es en vano, todos tienen un asomo de humanidad. En Cómo perderlo todo creo que eso se logra, así haya personajes que, por el peso de sus historias, se impongan como protagonistas, pero siempre son relevados por otros personajes.

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SEMANA: Su novela recuerda mucho esa tradición tan propia del siglo XIX (como la de Balzac) de crear mundos literarios con decenas de personajes. ¿Hay algún autor de ese tiempo que lea frecuentemente?

R.S.R.: Yo creo que las lecturas que más me han entusiasmado en los últimos años han sido esas novelas del siglo XIX, quizás porque hacen cosas anteriores al cine. Me parece que esas novelas le proponen a alguien del siglo XXI un ritmo y un esfuerzo anterior. El Conde de Montecristo puede ser la novela que más he disfrutado en los últimos años. Casi que es un catálogo de arquetipos muy parecido al Tarot, que me gusta bastante.

SEMANA: Además, esas novelas imponen un ritmo de lectura particular…

R.S.R.: Sí, son propuestas muy interesantes para nosotros, que vivimos en la época de Twitter o Netflix. Son novelas que, sin ningún problema, se detienen en la historia de un personaje durante 200 páginas. Es una oportunidad de contemplación, de reflexión y de silencio. Además, uno termina viviendo con esas novelas un buen tiempo, pues no se pueden despachar en dos horas.

SEMANA: Al final de la lectura, se puede decir que el profesor Horacio Pizarro es el personaje más cercano a ser el protagonista de la ficción. Él no entiende muy bien los códigos de Facebook y por eso se mete en un lío terrible después de publicar un comentario que era un guiño para su hija. ¿Qué le interesó de un personaje así?

R.S.R.: El profesor es un personaje sacado de otro tiempo para mostrar los desmanes, triunfos o las nuevas patologías de la sociedad actual. Funciona como el el extranjero en cualquier historia: el que llega a un pueblo que considera absurdo. Hay una novela que me gusta mucho que se llama La historia de la humanidad contada por un gato y es el gato el narrador: ve a los hombres con sus absurdos y costumbres. Este señor es un poco así.

SEMANA: El profesor representa una contradicción de nuestro tiempo: las redes sociales están hechas para volver público lo privado, pero cuando él lo hace produce críticas y queda como un machista o un conservador aunque no lo sea...

R.S.R.: Creo que este personaje encarna a una generación: fue la que trajo a la opinión pública valores progresistas, la defensa de los derechos humanos, la democracia, marcharon en el 68, ponían en práctica las canciones de los Beatles, dieron pulsos con el Frente Nacional...

En 2016 todo por lo que lucharon en los años 60 queda en el limbo porque ganó la materialización de lo conservador, lo reaccionario y lo nacionalista. Pero más allá de eso, el problema del profesor Pizarro es no entender los nuevos códigos de las redes sociales. Creo que ese personaje, además, pone en evidencia un problema de nuestro tiempo: privar de contexto las opiniones de la gente. Los matices son necesarios.

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SEMANA: La novela juega con la focalización: lo que vemos de un personaje en un capítulo se replantea o contradice con lo que leemos en el siguiente. ¿La novela es el género por excelencia que muestra los matices, el contexto de una historia?

R.S.R.: Creo que esa es la función de la novela: darle contexto a la experiencia humana. Es el modus operandi de Cómo perderlo todo: apenas uno critica a un personaje, luego se fascina con su forma de pensar.

SEMANA: Otro de los ejes transversales de la novela es el amor y la relación en pareja. ¿La novela muestra que ninguna pareja es totalmente feliz o miserable?

R.S.R.: Me interesa la idea de que el amor es una práctica o un hecho, por lo que sería un error cargarlo de adjetivos. El amor es la disciplina de estar presente, de estar siempre con otra persona o personas. Y eso implica lo que implica cualquier día de cualquier vida: uno puede amanecer desesperanzado pero en la tarde está feliz y en la noche aliviado. Claro, el amor puede ser una suma cuyo resultado sea negativa, pues dos personas que parecen dispuestas a ser felices pueden sumarse para mal.

Para mí es interesante mostrar cómo la gente sobrevive en pareja y familia o en grupos de amigos, porque lo que va pasando es lo de menos, lo que importa es el hecho de estar juntos. El cliché es cuando se entiende el amor como destino: el amor ni es problema ni es logro.

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SEMANA: La novela abarca todo un año: 2016. Hay un tejido muy fino entre hechos reales de ese año y hechos ficcionales. ¿En algún momento ese equilibrio se le salió de las manos?

R.S.R.: Siempre hay un momento en la escritura de un libro cuando uno piensa que se enloqueció. ¿Cómo voy a lograr salir adelante sin que me lapiden? Uno de mis temores era hacer una novela que tuviera personajes o partes prescindibles. Por eso ideé un narrador que siempre es el mismo y que logra darle unidad al relato, pues desde el comienzo le advierte a los lectores que la historia va a cambiar mucho de personajes y que los hechos van a estar ajustados al 2016.

El reto era grande, hacer una novela sobre un año en el que fue muy difícil vivir con las personas que nos tocaron en suerte y en un año donde pasaron muchos reveses. Yo no quería que el lector se perdiera o alienara. Para mí lo más importante es escribir una novela que el lector no abandone.

SEMANA: ¿Cómo tenía tan clara la línea cronológica de ese año? ¿cómo fue el trabajo documental para la escritura de la novela?

R.S.R.: La escribí en el 2017 y creo que antes hice una lista de los hechos del 2016 y no fue difícil pues, gracias a mis columnas de El Tiempo y El País tengo un registro muy completo de lo que, al menos a mí, fue lo más importante de cada semana.

Esos hechos, mezclados con las historias de los personajes, hace que sea una lectura muy interesante para alguien que vivió en Colombia en ese año, pero también para quien no estuvo. Todo lo que pasa hoy en día pasa en todas partes, como lo de Trump y lo del brexit. Pero la novela sí le da una visión “colombiana” a esos hechos y, en sentido, cumple con una promesa muy del siglo XIX: se leen novelas rusas porque, precisamente, son rusas.

SEMANA: Y puede que justamente eso, el hecho de que abarque ese año desde la perspectiva colombiana, asegure la vigencia de la novela en 10, 50, 100 años. Como lo siguen siendo las del siglo XIX...

R.S.R.: Para el Conde de Montecristo lo que importa es su venganza, pero el trasfondo de sus acciones es Napoleón. Es impresionante. Lo que a todo el mundo le ha estado pasando es su propia vida. El pulso entre ser un individuo y luchar por seguir siéndolo en una sociedad determinada es una de las cosas más propias de cualquier novela.

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SEMANA: En un reportaje de Christopher Tibble para ARCADIA, usted dice que cada vez le cuesta más salir de su casa y hacer otras cosas, pues le quita tiempo para escribir, que es lo que más le gusta hacer. ¿Cuándo se dio cuenta de que quería dedicarse a esto siempre?

R.S.R.: En un primer momento, casi desde la primera publicación, acumulé novelas y noté que el ritmo de la escritura no coincidía con el ritmo de la publicación. Me pintaba una situación ideal que no existe: tener tiempo y tranquilidad para escribir a un buen ritmo. Es una trampa mental, porque eso nunca se da, siempre hay que estar trabajando en medio de lo que esté sucediendo en la vida.

A cada novela que yo terminaba le hacía un duelo. En un momento dado Carolina, mi esposa, me preguntó por qué esperaba meses para seguir si ya tenía la siguiente idea literaria en la cabeza. Hoy en día cuando acabo una novela la releo, corrijo y arranco con la siguiente. Es el trabajo que más me apasiona: inventarme historias y maneras de contarlas.

SEMANA: A diferencia de muchas de las novelas colombianas actuales (Tiempo muerto, El diablo de las provincias, La perra, etc.) sus dos libros más recientes son bastante largos. ¿Se siente cómodo con un formato de novela tan extenso?

R.S.R.: Sí, me gusta mucho.Me siento muy cómodo y me empujan a explorar esos mundos con todos sus pliegues y rincones.

Pero esas novelas cortas que menciona me gustan mucho, no solo como lector sino también como creador. De hecho, después de Cómo perderlo todo he estado trabajando en novelas de ese formato.

SEMANA: Llama la atención lo mucho que se está moviendo el panorama literario colombiano...

R.S.R.: Sí, y todos tienen sus lectores. Y esto puede hacernos entender que hay obras que solamente las pueden escribir ciertos autores, sobre todo en ésta época de "hágalo usted mismo". Comprender eso es la base de una convivencia menos violenta. Decir, “esto lo hace esta persona y yo no lo puedo hacer”.

SEMANA: Durante muchos años fue crítico de cine de SEMANA, pero desde que dejó ese espacio no ha retomado ese ejercicio crítico, ni siquiera eventualmente en sus columnas de El País o El Tiempo. ¿Extraña ese rol de crítico de cine?

R.S.R.: Yo duré 12 años haciendo crítica de cine y no creo que sienta nostalgia por hacerlo. Soy consciente de que me esforcé para que fueran reseñas bien hechas y luché mucho para no estar en piloto automático, porque de lo contrario uno termina diciendo que todas las películas son inquietantes, sorprendentes, etc., y yo no quería eso.

En Cómo perderlo todo, el profesor Pizarro vuelve a las películas clásicas como se vuelve a un lugar donde los valores con los que se creció siguen intactos. Creo que esa es la característica más parecida a mí que tenga un personaje en ese libro. A mí me alivia mucho ver ese cine. Creo que el cine hecho entre los años 40 y 70 es el mejor que ese arte ha producido.

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SEMANA: Marcha fúnebre, su columna en El Tiempo, ha sido muy fiel a su estilo. No importa sobre qué opine, suele haber una constante muy marcada en el uso del lenguaje. En los medios colombianos, ¿que tan necesario es que los columnistas piensen sobre la forma en que cuentan las cosas, en que manifiestan sus opiniones?

R.S.R.: Ese balance entre cómo se dice y lo que se dice es fundamental. Eso es lo que me empuja a decir que yo soy escritor y no periodista. No porque me parezca inferior ser periodista (hay muchos que son admirables y me daría vergüenza graduarme de esa profesión teniéndolos a ellos como referente). Pero sí creo que mi compromiso principal es con el texto. Creo que pensar muy bien cómo se va a decir las cosas evita caer en el fanatismo y, de paso, en la intención de aniquilar al otro argumentativamente. Escribir bien implica convivir con los que piensan diferente.