DOCUMENTAL

“Es como si moralmente hubiera más permiso de abusar de una niña o de una mujer indígena”, Liliana Matsuyama

‘María salvaje’ sigue a una niña amorúa en su paso de la infancia a la adolescencia y eleva muchos dilemas morales sobre las condiciones de discriminación y abuso que enfrenta. Hablamos con su directora.

Alejandro Pérez Echeverry
21 de enero de 2023
Matilde, la líder de este clan familiar de amorúas, carga a su nieta María en María salvaje, un largometraje que se presenta esta semana en la Cinemateca de Bogotá.
Matilde, la líder de este clan familiar de amorúas, carga a su nieta María en 'María salvaje', un largometraje que se vuelve a presentar en la Cinemateca de Bogotá el 22 y el 29 de enero. | Foto: Cortesía María Salvaje

El abuso de algunos integrantes de las Fuerzas Militares hacia niñas indígenas, una pesadilla pasivamente normalizada, se puede empezar a entender por medio de obras que ilustran el marco en el que sucede.

María salvaje es una de esas obras. Este documental se gestó por más de una década y empezó cuando Liliana Matsuyama, antropóloga de padre japonés y madre paisa (con un interés fuerte en el cine), llegó a trabajar a Puerto Carreño como parte del Bienestar Familiar, donde se chocó con situaciones impactantes: “Los casos más apremiantes eran de niños amorúas menores de 2 años en estado severo de desnutrición. Mi primer año en Puerto Carreño vi morir cuatro niños, todos amorúas”.

Acercándose a los amorúas comenzó a entenderlos y analizar su relación con Puerto Carreño. Sabía que había una historia, sin tenerla definida, y comenzó a registrar “lo que pasaba entre los amorúas, la gente del pueblo y las entidades del Estado a través de los niños que conocía”. Es decir, plasmó en cámara la coexistencia y el choque de culturas entre los “blancos racionales” de Puerto Carreño y esta comunidad indígena, cuya estructura es de clanes familiares, nómadas por tradición, y de la cual, para su sorpresa, no había absolutamente nada de investigación (hecho que ella cambió publicando El territorio ancestral de los amorúas).

Algunos de estos clanes siguen siendo nómadas. Otros, como el que lidera Matilde, la abuela de María, se asentaron en Puerto Carreño. Y en este se enfocó. “Matilde me llamó la atención por su carisma y liderazgo. Además, María y sus primas mostraban una actitud muy diferente al resto de los amorúas, que no te ven a los ojos, ni los niños ni los adultos, porque es tanta la humillación y la discriminación que les da pena ver a los blancos. Pero en el grupo de Matilde eran hasta insolentes”.

No es por falta de oportunidades que María no sabe leer y escribir, es porque desde su espíritu rebelde y desprendido, aunque no le parezca al mundo, así lo ha decidido. En este documental, con el paso de los años, la inocencia se va perdiendo.
No es por falta de oportunidades que María no sabe leer y escribir, es porque desde su espíritu rebelde y desprendido, aunque no le parezca al mundo, así lo ha decidido. En este documental, con el paso de los años, la inocencia se va perdiendo. | Foto: Cortesía María Salvaje

Cuando su tiempo como contratista terminó, Liliana se fue a estudiar cine a Barcelona. A su regreso, alimentó el proyecto en varias tandas de grabación en distintas épocas y también en los circuitos del cine documental.

Sin embargo, fue la editora María Alejandra Briganti quien definió que la historia era la de María. Las horas filmadas revelaban el camino de una amorúa que, sin querer queriendo, Matsuyama había seguido en su camino de niña a adolescente. María salvaje la sigue en momentos distintos de su vida a lo largo de ocho años. Esta joven no lee ni escribe, pero no por falta de oportunidad. De niña le pega a su papá por borracho y de adolescente le gusta emborracharse y recibe regaños, pero es María una niña rebelde que reta al público a conectarse con ella.

El último envión de financiación vino por cuenta de Señal Colombia, canal con el que Liliana llegó a un acuerdo: haría un corte para ellos, pero guardaría la posibilidad de hacer uno propio. Y eso hizo. Entregó un documental que no deja de tocar los temas sensibles, como la prostitución, y que más que respuestas deja cuestionamientos. En un mar de grises no sirve ver en blanco y negro; por eso, hablamos con la directora.

Liliana Matsuyama Hoyos se graduó como antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Hija de japonés y colombiana, Liliana sintió de niña también lo que es ser considerada "distinta" y el matoneo que este hecho suele acarrear. | Foto: Cortesía María Salvaje

SEMANA: La coyuntura pone el foco en el Guaviare. ¿Cómo empieza a cambiar esa situación tan fuerte?

Liliana Matsuyama: Es duro decirlo, pero lo que denunciaron es algo normal en muchos lugares de Colombia. En el Vichada, incluso amigos cercanos me decían que iban a tener encuentros con las guahíbas (las mujeres indígenas, casi todas amorúas). Es como si moralmente hubiera más permiso de abusar de una niña o de una mujer indígena. Y en Carreño también hay unas bases militares, y el tema no solo toca a las niñas indígenas, también abundaban casos de niñas de colegios de secundaria de Carreño que terminaban teniendo relaciones sexuales ¡a través de la malla! Entonces, las Fuerzas Militares son el Estado, y hay un permiso como moral entre ciertos hombres en esas zonas de que se puede abusar de esas niñas más que de otras, pero también de las mujeres en general.

Por otro lado, yo formaba parte del Estado. Fui funcionaria, y siendo funcionaria y contratista hice la película. Siendo parte del Estado, también vi a muchas personas hacer mucho más de lo que les exigen sus trabajos para cambiar la situación. Con Durán, un policía de menores que sale en la película, terminamos recogiendo cuadernos, lápices para que pudieran estudiar. En la Alcaldía, en el ICBF, en el hospital, conocí a personas que intentaban hacer cambios. El Estado es imperfecto en esas zonas, no hace presencia como debería, no cumple lo que debería, y el machismo y las estructuras patriarcales hacen que eso suceda, pero, en el fondo, es una cuestión de humanidad. Cuando ves una situación que no está bien, no importa si eres del Estado o no, o tu formación. Lo mínimo que debes hacer es entenderlo. Y si está mal, intenta que no suceda.

SEMANA: Se le llama salvaje a lo que no se entiende. ¿Se puede cambiar eso?

L.M.: Yo creo que sí. Algunos lo hacemos. Yo los considero cercanos a mí, dialogo con ellos a pesar de las diferencias. Hay muchas personas en Carreño, profesoras, psicólogas, el policía Durán, que pasan esa barrera y se relacionan con ellos. Entienden que todos somos humanos, y queremos que nuestros hijos estén bien, tener un bienestar básico, no tener hambre. Más allá de las diferencias.

Lo que pasa es que aquí la diferencia con ellos es abismal. La diferencia con ellos te cuestiona moralmente. Hacen cosas que ética o moralmente te pueden cuestionar, que reta las bases de cómo te han criado. Pero todo esto quedaría en un segundo plano si se partiera de lo básico: que son mujeres, hombres, mamás, hijas, abuelas, nietas, que al final quieren lo mismo que cualquiera de nosotros.

SEMANA: Y tienen el derecho...

L.M.: Es muy común la idea de que “los amorúas echen pa su resguardo, porque qué hacen aquí en el pueblo, pasándolo mal, con las niñas saliendo de noche buscando trago”. En el caso de Matilde, no le interesa volver al resguardo, le gusta estar en el pueblo, quiere aprender de los blancos.

Las niñas estudiaron en un colegio de blancos, y Matilde tomó esa decisión. Había otro colegio con un programa más bilingüe, con un maestro que habla en sikuani, pero ella quería que sus nietas aprendieran de los blancos. Entonces, no estoy de acuerdo con pensar que nosotros podemos decidir sobre cómo deben o deberían vivir los indígenas, o imponer que vuelvan con sus cantos a su territorio. Carreño es territorio de ellos, de hecho. Cada uno es libre de decidir cómo quiere vivir independiente de su pasado, de sus ancestros, de su cultura. Y con los indígenas suele pasar eso: creemos saber la mejor manera para que vivan, con el anhelo de que sigan siendo esos indígenas que nos imaginamos.

SEMANA: Es una película con mujeres frente a la cámara y detrás de ella.

L.M.: No pensé en feminismo o enfoque de género, pero terminó siendo un documental que hacen mujeres sobre personajes femeninos y que les llega mucho a ciertas mujeres. Al final, esta situación de que es una historia de una niña muy diferente a nosotros, pero también muy parecida a muchos de nosotros. Ese mismo espíritu de ella conecta con el público por ese lugar donde se encuentran las similitudes.

En el documental, los paisajes de Puerto Carreño sirven para mostrarnos un paso de tiempo. | Foto: Cortesía María Salvaje