urbanismo

"Es cuestión de justicia social"

Jordi Borja, el urbanista español más respetado, lanzó su libro 'La ciudad conquistada'. Opinó sobre la importancia del espacio público.

15 de agosto de 2004

SEMANA: ¿Cuál es la propuesta central de su nuevo libro 'La ciudad conquistada'?

Jordi Borja: En el libro hay dos hilos argumentales principales. Primero, el espacio público es el valor más importante de una ciudad. Es un espacio de convivencia social y de comunicación. Segundo, la necesidad de definir los derechos urbanos de los ciudadanos como la accesibilidad al espacio público, belleza, monumentalidad, movilidad, empleo y la conversión de la ciudad marginal de las periferias en una ciudad legal.

SEMANA: ¿Qué valor tienen la estética y el espacio público en la ciudad y en la formación de ciudadanos?

J.B.: De una novela se espera que diga cosas, pero también que esté bien escrita. Con la ciudad ocurre lo mismo. La estética en la ciudad forma parte de la ética, de la misma manera que el estilo en la novela forma parte del contenido. Contraponer la belleza del espacio público a su carácter social es absolutamente reaccionario porque el espacio público es el espacio de todos. Las personas con más dinero no necesitan tanto el espacio público porque se pueden crear sus propios espacios de recreación y encuentro: los conjuntos cerrados, los clubes. Pero para los más pobres el esparcimiento y disfrute de la ciudad está en los parques, en los plazas y en los andenes.

SEMANA: Pero aún hay quienes piensan que el espacio público no es una prioridad.

J.B.: Todo lo contrario. El espacio público puede ser un factor de redistribución social si en los barrios populares se construyen andenes, monumentos y equipamientos atractivos. Lo que hay que tener en los barrios más pobres, junto a viviendas y servicios de buena calidad, es un gran teatro de la ópera. Hay que dar elementos que generen autoestima, que los menos favorecidos digan 'nosotros también tenemos derecho a la calidad de la ciudad'. El espacio público y la belleza son cuestión de justicia social. Las calles son para transitar y también, para estar. Son para proporcionar sentido a la vida en la ciudad.

SEMANA: ¿Y qué hacer con los vendedores ambulantes?

J.B.: El ambulantaje degrada el espacio público o lo anima. Si es absolutamente anárquico, crece exponencialmente, puede ser agresivo para los ciudadanos. Pero si está bien organizado, puede darle vida a la ciudad. Lo que hay que tener es una capacidad de negociación para que el Estado organice a los vendedores, al tiempo que garantice los derechos de los ciudadanos a caminar por las calles. Cuando hay mafias de comercio en las calles la ciudad se degrada, y ahí es donde se hace necesario gestionar el espacio público. Ese es el gran reto para las ciudades latinoamericanas.

SEMANA: ¿Cómo generar una mayor apropiación del espacio público por parte de los ciudadanos? ¿Cómo lograr que ocupen los parques, las calles, las plazas?

J.B.: Una ciudadanía activa tendría que reclamar espacios públicos de calidad y, a su vez, los gobiernos tienen que construir nuevos espacios. Los espacios deben estar bien diseñados y deben responder a las necesidades de la gente, deben tener en cuenta que los hombres no utilizan los espacios de manera igual a las mujeres, que los niños y los ancianos no hacen lo mismo en un parque. Los ciudadanos deben participar también en la definición de los espacios que quieren. Por último, hay que promover una cultura de lo público. En Bogotá, por ejemplo, durante 40 años, desde los 50 hasta los 90, hubo un desprecio hacia el espacio público y ahora que se ha recuperado es necesario promover una cultura cívica para defenderlo.

SEMANA: Debido a la inseguridad, en las ciudades colombianas la gente está acostumbrada a vivir en conjuntos cerrados, a encontrarse en centros comerciales, a buscar sitios cerrados de encuentro. ¿Cuál es su visión al respecto?

J.B.: Lo más peligroso para una ciudad es que pase eso. El afán de los ciudadanos de encerrarse divide la ciudad, refuerza el miedo y la sensación de inseguridad. El miedo genera inseguridad y no solo la inseguridad genera miedo. Los espacios públicos abiertos son la mejor garantía de seguridad en una ciudad porque están llenos de gente. Los conjuntos cerrados y los centros comerciales expresan miedo a la ciudad, miedo a los otros, miedo a los pobres.

SEMANA: ¿Cómo ve la transformación de Bogotá en los últimos años?

J.B.: Bogotá, después de 40 años de crecimiento masivo, acelerado, especulativo, sin conciencia ciudadana, en los años 90 dio un cambio. Desarrolló una gestión pública y una cultura ciudadana. Ha habido un intento de devolverle a la ciudad calidad y espero que de la misma forma que ha progresado se siga avanzando en saldar deudas con los sectores populares urbanos. El reto es popularizar la ciudad de las clases medias y altas y aburguesar -darles calidad- a los sectores populares. Y esta calidad tiene que ver con la realización de intervenciones importantes en el espacio público.

SEMANA: ¿Le atribuiría la disminución de los indicadores de violencia en Bogotá a la recuperación del espacio público?

J.B.: Totalmente. El espacio público accesible a todos genera pautas que permiten la convivencia. Si en una plaza hay unos niños que juegan fútbol, unos viejos que están sentados en unos bancos y unas parejas que pasean, inevitablemente tienen que buscar formas de compartir los espacios armónicamente.

SEMANA: ¿Cómo pueden afectar los adelantos tecnológicos y la posibilidad de 'hacer todo' desde la casa, la dinámica de las ciudades?

J.B.: La utopía tecnológica de que en la ciudad cada uno va a vivir aislado en su casa y va a hacer todo desde allí es un disparate. No sólo porque es negativa, sino porque no tiene sentido. Cuando apareció el teléfono también se decía que la gente no saldría a la calle y haría todo desde casa. Pero ¿para qué sirve el teléfono? Para hacer citas. ¿Para qué sirve el correo electrónico? Para comunicarse con más gente que antes. Lo que hay es un retorno a la ciudad cada vez más fuerte y la necesidad de hacer tertulias, de encontrarse en cafés. Lo que es retrógrado es encerrarse en casa, lo moderno es que haya avenidas, paseos, alamedas. Cada vez cuenta más lo sensorial, el mirarse a la cara, el tocarse, el abrazarse.

SEMANA: Entonces ¿qué es lo que ha cambiado en las ciudades?

J.B.: Lo que ha cambiado es la movilidad ciudadana. A lo largo del día la gente se desplaza por muchos sitios. El uso del tiempo y del espacio es distinto, se trabaja en más sitios, se hace algo de trabajo en casa. Pero la gente sigue usando la ciudad, los estudiantes siguen yendo a las bibliotecas y cada vez se hacen más bibliotecas en el mundo. En España el 50 por ciento de las familias tienen computador y a pesar de ello cada vez se producen más libros. Las utopías tecnológicas producen más miedo que otra cosa, el miedo sin sentido de que ahora no saldremos de casa.

SEMANA: ¿Qué les recomienda a las ciudades colombianas?

J.B.: Que el único miedo que hay que tener en la ciudad es a tener miedo. El miedo y el encerrarse no protege a nadie. A los habitantes de las ciudades colombianas les recomendaría que piensen la ciudad como el producto más complejo, más justo y con más potencial de progreso que se ha generado en la humanidad. Una ciudad que no ofrece un espacio público de encuentro y que no construye memoria e identidad es una ciudad en decadencia. Por eso, los gobiernos tienen que desarrollar legislaciones urbanísticas que prohíban barrios cerrados, que promuevan operaciones de vivienda para estratos bajos con calidad y que integren distintos sectores de la ciudad con redes de equipamientos, espacio público y transporte público masivo.