CULTURA
Pablo Montoya gana un nuevo premio por Tríptico de la infamia
En la noche del jueves se anunció que Casa de las Américas le entregará el premio de narrativa José María Arguedas.
El escritor Pablo Montoya ganó en la noche del jueves el premio de narrativa José María Arguedas de Casa de las Américas, que tiene carácter honorífico.
Entre los ganadores de otros años están Ricardo Piglia, Eduardo Galeano, Sergio Ramírez, Rubem Fonseca, nombres importantes.
La novela premiada de Montoya fue Tríptico de la infamia (Literatura Random House, 2014), que ya fue reconocida con el Rómulo Gallegos y con el José Donoso, no es poco para una novela, pocos autores contemporáneos colombianos pueden contar la proeza. Pero no vengo a hablar del premio, sino de otra cosa.
En Los derrotados (Sílaba Editores, 2012) hay un personaje narrador que en una charla de café con un editor se compromete a hacer una biografía de Francisco José de Caldas, el sabio. El editor le advierte que el libro debe dirigirse a los nuevos lectores: a jóvenes que nunca leyeron, a jóvenes desencantados.
El narrador reflexiona en unas cuentas líneas: ¿está dispuesto a renunciar a su carácter de escritor en las sombras por firmar este contrato? ¿Dejará de escribir lo que se le ha dado la gana para complacer a un editor y quizá tener un libro de éxito? Sí. Pero seguidas las páginas se lee que su instinto es otro, que la selva de las tareas difíciles se lo consume.
Algo de toda esa historia me recuerda a Pablo Montoya, cuya obra es prolífica y bien aplaudida por eso que llaman la crítica especializada: académicos, literatos de biblioteca. No se ha aislado a escribir solamente novelas, ha escrito poesía, ensayo y cuento, sin embargo en Colombia sigue pasando por debajo, como si nadie lo conociera. Tríptico de la infamia fue una buena venta en Colombia, y ya, de resto su obra sigue ahí, en el catálogo de pequeñas editoriales, o de editoriales universitarias.
Como el narrador de Los derrotados, Pablo Montoya no ha dejado de ser fiel a su instinto, leerlo puede ser una tarea un poco compleja, su prosa lírica, sus largos pensamientos en los que los personajes se pierden en recuerdos, en fantasías, a veces pueden dejar en el camino a un lector desprevenido. Y Pablo, a su vez, no frecuenta los grandes espacios donde los escritores se dan palmadas de ánimo en la espalda. Su trabajo ha sido silente, lo ha desarrollado entre la Universidad de Antioquia, alguna cátedra extranjera y su casa de Envigado, donde vive con su esposa y su pequeña hija.
Músico de formación clásica, como es, prefiere los pequeños recitales, el trabajo laborioso y callado del compositor que recibe el aplauso en la trastienda. Ojalá a Pablo le llegue también su momento en Colombia.