Cine
¿Están obligados los documentales a contar la verdad?
Sobre las funciones del cine documental y las normas éticas que lo rigen, un análisis.
El documental es un género con una gran riqueza y variedad de formatos, modalidades y temáticas. Cumple una doble función formativa e informativa. Su materia prima es la propia realidad –a diferencia de la ficción–, y, aunque tenga un carácter creativo, se rige por unas normas éticas, tanto en referencia a los protagonistas como a los espectadores.
Debemos tener en cuenta que se trata de un género basado fundamentalmente en historias personales y en testimonios reales, y que se caracteriza por el tratamiento en profundidad de los hechos. Todo ello exige a los documentalistas una atención fundamental a las cuestiones de carácter ético.
Un contrato implícito
Así, en primer lugar, debe cumplir su compromiso con las personas que participan en el documental –protagonistas, testigos, fuentes expertas–, que se han prestado a aparecer ante las cámaras. Estas esperan que su testimonio sea tratado con honestidad y respeto y que no se utilice para unos determinados fines o intereses.
En segundo lugar, si se manipula o adultera la realidad, ofreciendo visiones sesgadas de los hechos, el autor no estaría cumpliendo con el compromiso ético que tiene con la audiencia. Como defiende el experto Carl Plantinga:
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“En el mismo momento en que una cinta recibe la calificación de documental, surge un contrato implícito entre el realizador y los espectadores mediante el que la audiencia recibe como verídicas (es decir, como verdaderas y exactas) las imágenes y el sonido, las afirmaciones e insinuaciones”.
El principio de la veracidad
El principio máximo en un documental de carácter informativo o divulgativo es el de la veracidad, al ser una obra de no ficción, basada en la propia realidad. Es preciso mostrar los múltiples puntos de vista del tema, y hacer que sea el público el que reflexione, analice los hechos y extraiga sus propias conclusiones, sin orientaciones ni sesgos.
Ante un documental que refleja, por ejemplo, una situación de injusticia, cada parte se retrata a través de sus testimonios y de sus hechos, de lo que defiende y de lo que hace. El público es inteligente, no quiere ser adoctrinado. Quiere que se le cuente una historia, que se le muestre con todos sus matices, desde todos los ángulos, para poder pensar y reflexionar libremente.
Un documental informativo o divulgativo no puede ser propagandístico, pues no respondería a lo que la audiencia espera del género –que le cuente la verdad sobre unos hechos–. Paradójicamente, el documental ha sido usado de manera propagandística a lo largo de su historia.
¿Qué pasó en realidad?
Pueden presentarse distintas hipótesis sobre un acontecimiento, pero no dar una por sentada con respecto a otras si no existen pruebas suficientes que lo confirmen. Como afirma Michael Rabiger, el tema debe ser abordado desde una perspectiva crítica, que no exponga al público “un punto de vista ya aceptado y cerrado”, sino que “incite a la audiencia a formarse su propio juicio”.
Si una obra audiovisual tiene carácter propagandístico debe hacer evidente este sesgo al público. Algo similar a lo que ocurre en el caso de las investigaciones científicas que están financiadas por una organización que tiene determinados intereses en relación con los resultados obtenidos. En ese caso, existe un conflicto de intereses que debe reconocerse cuando se difundan dichos resultados.
Lo mismo podemos advertir en el caso de los documentales. Si el autor tiene determinados intereses y esto le hace orientar la historia en un determinado sentido, y tratar los hechos de una manera parcial, ha de dejarlo patente. Y no crear así falsas expectativas a los espectadores. Para ello podría recurrir al formato del falso documental, que imita al género documental, pero que realmente no lo es, porque inventa o altera la realidad.
Visión subjetiva del autor y dramatizaciones
Existe un tipo de documental que ofrece la visión subjetiva de su autor sobre un tema íntimo o de interés personal. Como ejemplo podríamos mencionar Conversation y Conversation II de Marianela Vega Oroza. En estas obras, la clave también está en hacer evidente este carácter subjetivo a los espectadores.
Otra excepción a la norma son las llamadas “dramatizaciones”, recreaciones de escenas con actores, empleadas en los documentales cuando no existen imágenes sobre los acontecimientos. Se usan habitualmente en los documentales históricos y biográficos. Aquí tenemos un ejemplo: Carmen Laforet, la chica rara. Su uso sería legítimo, siempre que se deje claro a los espectadores que se trata de imágenes reconstruidas y no captadas de la propia realidad.
Representación o interpretación
Tampoco debe pasarse por alto que la elaboración de un documental exige una labor de selección: se eligen unos elementos y se descartan otros. Los encuadres de la cámara, las preguntas de las entrevistas, las imágenes –propias o de archivo– y los testimonios escogidos para el montaje, todo ello supone una elección, que debe basarse en principios éticos, para no manipular la realidad, ni tergiversar las palabras de las personas que participan.
Por ese motivo, el documental se define como una representación o una “interpretación creativa de la realidad” (en palabras de Magdalena Selles), no como la propia realidad, pues es imposible mostrarla tal cual y al completo. Forma parte del compromiso ético de los documentalistas transmitir una representación de la realidad que sea plural y no sesgada, y que haga justicia a los protagonistas.
Puede haber autores que no cumplan con ese compromiso ético con los protagonistas y la audiencia, y busquen una finalidad propagandística. Pero frente a esto, se impone la necesidad de la alfabetización mediática de la población: saber hacer un consumo crítico de los medios de comunicación.
Ciudadanía crítica y alfabetización mediática
El documental es un género crítico, de divulgación y de denuncia, de defensa de los derechos humanos, de visibilización de los problemas y de atención a los más vulnerables. Tiene esa doble finalidad informativa y formativa. Y si la educación busca ciudadanos libres, críticos y participativos, tolerantes y empáticos, lo mismo ocurre con los documentales.
El documental “debería tocar nuestros corazones, no solo nuestros cerebros. No solo existe para informarnos sobre algo, sino también para cambiar lo que sentimos sobre ello”. M. Rabiger, Tratado de dirección de documentales.
*Docente e investigadora. Departamento de Periodismo de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga, Universidad de Málaga
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