MÚSICA
Estéreo Picnic, día 2: un viernes heterogéneo
El segundo día ofreció a los asistentes una mayor cantidad de conciertos y una mayor variedad de estilos. El tono varió, más gente asistió, y el festival empieza a verse en el retrovisor.
La gente le madrugó al segundo día del festival pago más grande del país. Desde temprano se sintió un paso más lento en los desplazamientos, en los baños, en las comidas. No era de extrañarse, una de las cartas fuertes del Festival, Kings of Leon, cerraba el escenario principal y en su presentación congregó una gran cantidad de público.
Poco antes, aterciopelados hizo lo que sabe hacer: movió gente y alternó el dulce discurso del amor con tiernas canciones como ‘Baracunánata’. Alt-J respondió a la expectativas, Damian Marley ofreció una versión fuerte del reggae. En la carpa, actos como Kasabian y Rudimental marcaron sus estilos en sus horas frente al público bogotano e internacional (pues a la bandera de México que recorrió el parque el jueves se le sumó una de Venezuela).
Buena nueva. Los horarios se respetaron más que el día inaugural. La carpa fue un reloj suizo. Lo cual sirve a quien arma su plan, es dueño de sus tiempos. La tarima, sin embargo, mantuvo su religioso desfaz de veinte minutos. Musicalmente, el viernes mezcló la influencia extranjera del jueves y el tinte hispano y reggae del sábado. En la tarima principal Superlitio calentó con sus riffs y cantos melosos al público, y se lo cedió 45 minutos después a Alt-J.
La banda británica supo agradecer las atenciones y respondió a las expectativas. Al comienzo, ofreciendo un espectáculo visual conservador que jugó con ‘spotlights’ y fondos monotonales para proyectar la silueta de los músicos, luego, con todos los juguetes… fueron algo para contemplar.
El baterista tuvo una gran noche en su instrumento híbrido entre batería clásica y eléctrica, que lo separa de la mayoría. La voz es y fue única, una que fluctúa entre lo agudo y lo casi quejumbroso, complementada de forma impecable por el segundo cantante -y teclista- en sus melodías. Los quiebres marcados por los bajos, que redirigieron la ruta de más una de sus canciones hacia lo profundo y electrónico son una marca de la banda. En conjunto, sus diálogos de guitarristas, su líder (el teclista se comunica con el público, no el cantante) mejoraron conforme avanzaron, propusieron un uso de las pantallas que cohesionó la onda introspectiva y melódica que los caracteriza.
Alt-J dejó el escenario en manos de Damian Marley. Sus enormes rastas, que llegaban hasta diez centímetros del piso, agraciaron el escenario. Su banda, sus coristas, su propuesta visual, impactaron por el carácter directo de su mensaje. Este no fue un reggae lindo, fue impactante y visceral y con los bajos puso a retumbar los adentros de los miles que lo vieron hasta el fin. Entre los cuales no me puedo incluir. A mitad de set era hora de un sacrificio. Era hora de ir a la carpa.
Allá, Rudimental estableció su contrato rápidamente: un show visualmente sencillo, pero que recompensó al público musical y emotivamente. La gente bailó a la altura los ritmos quebrados veloces de Drum and Bass, y los más lentos, y cantó las líneas vocales de sus canciones conocidas. El trio compuesto por DJ, un trompetista y un vocalista, potenciaron los decibeles de la carpa. La experiencia valió la pena para quienes disfrutan de le emotividad en la electrónica y de mover los hombros sin parar: un acierto por donde se le mire.
Los Aterciopelados asumieron el escenario principal, mientras la carpa se preparó para recibir a Kasabian. La banda inglesa hubiera podido beneficiarse del sonido y el marco del escenario principal, pero dominó con fuerza la carpa. Visualmente predominó el 48:13, en el fondo y en el bombo de la batería. Fue grato exponerse al bajo estallado que tanto los caracteriza y a sus divertidos, agudos y casi animales vocales de apoyo. El rock de Kasabian fue puro y duro y no decepcionó, sus tempos son marchas rocanroleras y, si bien tenían fama de apáticos en ciertas presentaciones, esta no fue la ocasión, en Bogotá cumplieron.
El acto más concurrido de la noche fue el de cierre en el escenario principal. Los estadounidenses de Kings of Leon satisficieron a sus fanáticos, pero no cautivaron a los curiosos. El show fue, visualmente, el más pobre de los actos grandes hasta el momento, y pareció contagiar la actitud de los músicos en el escenario. La presentación rayó con lo parco. Y bueno, no todo le puede gustar a todo el mundo, y si algo dejaron ver las caras de los fanáticos de primera fila es que algunos sí entraron en total comunión y gozaron a fondo del concierto.
Para cerrar la jornada, Major Lazer se la jugó por las dinámicas de grupo. La agrupación movió al público con su contundente electrónica kitsch, literalmente trató de descamisar a la audiencia y fomentó el caos pidiéndole que corriera de un lado a otro de la carpa. Las dinámicas de grupo hicieron recordar a los recreacionistas de Bosquechispazos, pero como dinámica, la propuesta fue precursora en el festival. El show tuvo dinámica musical, pero visualmente enriqueció poco (lo más destacado fueron un par de bailarinas morenas expertas en ‘twerking’ que retaron a una mujer de la audiencia a seguirles el paso). También vale la pena destacar el hombre que caminó sobre la audiencia sirviéndose de una gran bola de plástico. El ‘prop’ de la noche.
El día dos abrió el abanico musical. Hubo lugar para más estilos, más propuestas de gran calidad, pero curiosamente, el aspecto visual fue más descuidado que el mostrado por los actos del jueves. A Estéreo Picnic 2015 le queda un día, en el que predomina la onda hispana con actos como Draco Rosa y Calamaro, pero también con un componente electrónico fuerte con Calvin Harris y Deep Dish. El conteo es regresivo, y a muchos de sus asistentes les tocará sacar piernas de donde no les quedan... en nombre de la música, que viva el sacrificio.