EVOCANDO A SCHUBERT
Los 4 discos de la colección "Los Grandes Compositores" constituyen una buena antología de este compositor romántico.
A propósito de las últimas entregas de la enciclopedia Salvat de "Los Grandes Compositores", cuya aparición se ha celebrado tan justamente en los medios culturales del país, cuatro de los veinte primeros títulos donde abundan los románticos se dedicaron a Schubert. La maestría de las composiciones y la calidad de estas versiones, particularmente en el quinteto de cuerdas dirigido por Casals que representa una auténtica joya discográfica, invitan a evocar la presencia del joven Schubert y el destello de los salones vieneses del siglo XIX cuando el romanticismo ensayaba sus nuevos colores. Nacido en el modesto hogar de un maestro de escuela, regordete y tímido, Schubert es el más joven de la primera generación de músicos románticos. Rodeado de pocos y buenos amigos, asistía con frecuencia a las célebres "schubertiadas" o tertulias culturales en las que el romanticismo musical, literario y pictórico de la época encendía sus primeras luces. Músico desprovisto de espectacularidades y fuegos pirotécnicos, es el más discreto y profundo de los compositores románticos. Autor de ocho sinfonías, su gran aporte musical lo constituyen básicamente los "lieder" o canciones y su vigorosa música de cámara, uno de los grandes momentos de la creación artística vienesa y del siglo XIX. Schubert creó, desarrolló e inmortalizó la forma musical "canción", poema cantado a una voz y con acompañamiento de un sólo instrumento, generalmente el piano, heredero de la rica tradición del madrigal medieval. El "lied" alemán, fusión de música y poesía como en tiempos de juglares y trovadores, tuvo en Schubert a uno de sus mejores y mayores artífices, siempre bajo el signo generoso de la riqueza y la innovación. Compuso más de 600 canciones: sólo en el año de 1815 escribió 145. Inspiradas en textos poéticos de gran belleza (Goethe, Schiller y Heine, entre otros), las canciones de Schubert cristalizan la amalgama casi alquímica del discurso lírico con la melodía que respira el teclado: el piano, además de acompañar la voz del barítono o de la soprano, ilustra y sostiene el ritmo dramático, enriqueciendo el dibujo temático confiado.
No obstante su hiperactividad creativa, múltiple y diversa, caracterizada no tanto por la cantidad como por la calidad, la prematura desaparición de Schubert, acaecida a la corta edad de 31 años, subraya la creencia griega de que "muere joven el elegido de los dioses". La historia del arte está poblada de casos insólitos a este respecto. En la burbuja cristalina de la creación literaria, Byron y Rimbaud son dos paradigmas recurrentes. Pero la creación musical es más patética y abundante: Mozart murió a los 35 años y toda la primera generación del romanticismo estuvo estigmatizada con este sino trágico. Chopin, Schumann y Mendelssohn desaparecieron entre los 38 y los 44 años. Lustros antes, Purcell y Pergolesi murieron a los 36 y 26 años respectivamente. Lustros después, el mismo oráculo vuelve a repetirse con absurda severidad: Musorgski murió a los 42, Wolf y Scriabin a los 43, Gershwin a los 39 y Revudtas a los 41. No dejará de asombrarnos el hecho de que el compositor de las hermosas caminatas por los bosques (Weber), contemporáneo de Schubert, hubiese fallecido a sus tempranos 40 años. La historia de la música quiere insistir obstinadamente en ilustrar esta dolorosa paradoja: cuando se es joven, la vida y la muerte son quizá igualmente embriagadoras y fáciles.
Los compositores románticos del siglo XIX partieron de los mismos principios musicales propuestos por Mozart y Beethoven: distinción de los movimientos que integran el cuerpo de la obra, unificación por medio de temas o ideas comunes, y variaciones que amplían el motivo central subyacente. Estos principios se afirmaron y consolidaron durante el siglo pasado a través de dos tendencias: la construcción musical rigurosa y tradicional (con Schubert, Schumann, Brahms y Franck en un principio, Bruckner y Mahler posteriormente) y la música de programa. La concepción tradicional con 3 ó 4 movimientos dio rienda suelta al uso seguro de la composición contrapuntística y del cromatismo, adaptando las reglas de la variación y de la unificación en cada obra en particular. La música de programa fue desarrollada principalmente por la escuda alemana (Wagner, y Liszt en menor grado) y por la apoteosis orquestal de Berlioz; esta escuela, heredera directa del romanticismo, vincularía la obra musical a preocupaciones literarias y filosóficas, generando nuevas formas: el poema sinfónico ("Así hablaba Zarathustra" de Richard Strauss, inspirado en el colosal texto de Nietzsche) y la ópera filosófica ("La Tetralogía" de Wagner, apoyada en la abigarrada mitología germánica). Sin embargo, estas formas clásicas empezaron a disolverse a mediados del siglo XIX: "El preludio a la siesta de un fauno" de Debussy (inspirado en el poema de Mallarmé) ofrece, por ejemplo, una novedosa y atractiva manera de tratar la materia sonora. Simultáneamente con el romanticismo musical alemán, y un poco más al este, la música rusa evolucionó independientemente (Borodin, Tchaikovski, Rimski-Korsakov, Musorgski): a partir de temas populares creó nuevas estructuras armónicas y expresivas que prepararon el caudal renovador de Stravinski. Los románticos tardíos (Grieg, Sibelius, Rachmaninov) vivieron una época en que la música cambiaba otra vez de rumbo, descubriendo y ensayando un nuevo lenguaje, gracias a la magia vigorizante del impresionismo musical francés (Ravel y Debussy). El nacimiento del romanticismo como fenómeno artístico y social tiene sus raíces más hondas en la utopía roussoniana de una comunidad igualitaria y libre. Especie de epidemia espiritual incubada simultáneamente por poetas alemanes (Holderlin, Novalis y Schlegel) e ingleses (Coleridge, Wordsworth, Byron y Keats), pronto se propagó a otros culturas europeas: Francia (Madame de Stael, Chateaubriand, Hugo y Nerval) e Italia (Manzoni y Leopardi). Todos vivieron con ardor ese "giro copernicano de subjetivación que fue el romanticismo, promulgando a los cuatro vientos la apasionada reivindicación de la originalidad individual, la rescatada supremacía de la vida afectiva, la peculiaridad del alma humana. Más que un endulzado sentimentalismo, un retorno al instinto y a la intuición. Exaltación de la pasión y la desesperación, del entusiasmo y la libertad, el romanticismo trascendió su apariencia inicial de movimiento artístico. Como apunta Octavio Paz, fue "una moral, una erótica y una política. Si no fue una religión fue algo más que una estética y una filosofía: una manera de pensar, sentir, enamorarse, combatir, viajar. Una manera de vivir y una manera de morir".
Por todo ello, la música romántica también es eminentemente subjetiva. Caracterizada por la ampliación de las estructuras clásicas y por la búsqueda de nuevas percepciones, innovó en las galaxias brumosas de la armonía y la modulación, multiplicando los géneros y las formas. Y como gran telón de fondo del paisaje romántico, pintado por Caspar David Friedrich la hermosa música de Schubert: sus fantasías para violín y piano, sus hipnóticos ciclos de "lieder", su misa alemana y su Salve Regina, su sonata para arpeggione, su sinigual octeto, sus óperas cortas "Los amigos de Salamanca" y "El caballero del espejo", sus magistrales tríos opus 99 y 100, sus "Impromptus" para piano, su solemne cuarteto "La muerte y la doncella", su alegre quinteto "La trucha", su música incidental y su obra sinfónica... caudaloso y rico legado de un joven compositor austriaco que alcanzó, en una creatividad artistica asombrosamente temprana y veloz, alturas musicales sólo vislumbradas por Bach y Beethoven.
La música es la más volátil y etérea de las artes. Como la brisa del mar, fluye, transcurre, pasa. Llena el espacio, pero no lo ocupa como una escultura o un dibujo. Está dotada de transparentes herramientas: las formas musicales y la misma notación, que prolongan su longitud temporal o acentúan su densidad sonora. Schubert, como muchos otros artistas románticos, supo acercarse a este espíritu de la música para paladearlo y divulgarlo. Las cuatro magníficas grabaciones de la enciclopedia Salvat dedicadas a Schubert y consignadas en los discos 7 a 10 constituyen una breve pero válida antología de este joven romántico, maestro en el milagro infinito de los sonidos.
"Schubert,Franz". Discos Philips y Deutsche Grammophon, Madrid, 1983.
. Sinfonía No. 8 en si menor, D. 755 "Incompleta"Rosamunda" D. 644. D. 797. Orquesta de Concertgebouw de Amsterdam. Directores: Pierre Monteux y George Szell.
. Quinteto en do mayor, D.956 Pal, Casals (violoncelo), Cuarteto de cuerdas Végh.
. La bella molinera. Hermann Prey (barítono)y Leonard Hokanson (piano).
.Impromptus, Op. 90 D. 899 y Op. 142 D. 935. Momento musical en fa menor, Op. 94 No. 3 D. 780.Ingrid Haebler (piano).