Toros
Feria de Cali: James Arias y El Cordobés, la foto que los unió para siempre
Veintitrés años después, el reportero que capturó la espeluznante cornada del torero en la boca pudo tenerlo nuevamente frente a su lente. Esta vez, su obturador no disparó. Historia de un reencuentro frustrado.
El lunes 28 de diciembre de 1998, Día de los Santos Inocentes, la vida del torero español Manuel Díaz —quien entonces decía ser el hijo no reconocido de Manuel Benítez El Cordobés—, se cruzó en una milésima de segundo con la del reportero caleño James Arias. Lo que para el matador supuso una tragedia, para el fotógrafo significó la gloria, al “arrasar” con todos los trofeos en disputa a la mejor fotografía del año, como esas figuras del toreo que pasaban año nuevo en Colombia y que “arrasaban” con el Señor de los Cristales, la Catedral de Manizales, el Señor de Monserrate, los prestigiosos trofeos que históricamente han estado en disputa en la temporada grande de toros en Cali, Manizales y Bogotá.
James Arias (Cali, 1947) se encontraba en uno de los palcos del tendido de sombra de la plaza de Cañaveralejo, con el ojo derecho en el visor de su cámara Canon, y el dedo índice de su mano derecha dispuesto a disparar su arma. Era el corresponsal de El Tiempo en el Valle del Cauca y como también cubría orden público, estaba curtido en el arte de capturar un momento para la eternidad.
Manuel Díaz ‘El Cordobés’ (Arganda del Rey, Madrid, 1968) había brindado la muerte de ‘Sonajero’, segundo toro del encierro de Ambaló que se lidió en la tercera tarde de aquella feria. Aunque el animal había reculado al caballo de picar y se había dolido en banderillas, el torero que vestía de grosella y oro se tiró de rodillas en todo el centro del ruedo de la plaza. La gente enloqueció en los tendidos cuando el toro arrancó a perseguir la muleta, una, dos, tres veces, y lo iba a repetir por cuarta ocasión.
Mientras el público gritaba oles, James Arias permanecía impertérrito, al lado derecho de Luis Noé Ochoa, la mano derecha de Hernando Santos Castillo, entonces director de El Tiempo, y el encargado de cubrir la temporada taurina colombiana. Le quedaban pocas balas para disparar, y estaba concentrado en no dejar escapar el momento, pues en los años 90 las cámaras fotográficas aún eran con película y cada rollo tenía 12, 24 o 36 disparos. Hoy, con 1.300 disparos por memoria, y la posibilidad de masacrar con ráfaga cada instante, sería imperdonable no capturarlo.
El fotógrafo
Arias nunca pensó que la fotografía sería su destino, pero antes de graduarse de bachiller, un amigo que había emigrado del Tolima instaló un modesto estudio fotográfico. Lo que empezó como un juego se materializó en 1970, cuando ingresó al departamento de fotografía del diario El País de Cali. “Llegué muy joven y tuve que enfrentarme a unos colegas veteranos que se creían eternos. Me hicieron la guerra porque no aceptaban a una persona nueva. Allí me defendí”, recordó James a SEMANA.
También se acuerda de su primer maestro, Jorge Arturo Sanclemente, por esos años subdirector del diario vallecaucano. No solo le dio la oportunidad sino que le exigió en exceso para desarrollar todo su potencial. “Todos los trabajos que llevaba decía que no servían”, relata el reportero. “Déjelos en la basura, o no, mejor guárdelas en su archivo”, fueron las palabras del subdirector.
Cada mañana siguiente, James, como de costumbre, ojeaba la edición del diario al llegar a la redacción del periódico, y la rutina terminó con la sorpresa de encontrar las fotografías que debían haber parado en el bote de la basura en primera plana. “Oiga, viejito, es que no había nada más para publicar”, decía Jorge Arturo Sanclemente para justificar la decisión.
Así como los toreros adquieren oficio matando y matando toros, los periodistas se curten cubriendo tragedias. James Arias se “graduó” como reportero tras el jueves santo de 1983, día en que un terremoto sacudió y destrozó a Popayán. Dos meses en una carpa instalados para informar. “La profesionalidad. A pesar de tener lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, uno termina trabajando por inercia. No es que uno se vuelva insensible, lo que me movía a hacer mi trabajo para mostrarle al país la realidad desde las regiones, que en esos años la capital ni se enteraba”.
La madrugada del 13 de noviembre de 1985, cuando la erupción del volcán Nevado del Ruiz enterró al municipio de Armero (Tolima) -pueblo donde nació el torero Vasquez II-, fue el primero en llegar a Chinchiná (Caldas) pues se creía que allí había sido el epicentro de la tragedia, ya que se habían reportado 200 desaparecidos. Años más tarde, el 25 de enero de 1999, James Arias fue uno de los tantos reporteros que llegó a Armenia, a contarle al mundo con sus fotografías cómo había quedado Armenia tras un terremoto que cobró la vida de algo más de 500 personas.
El torero
Aquel Día de los Santos Inocentes de 1998, El Cordobés, con 30 años de edad y cinco de alternativa, era un ídolo en Cali, entre otras porque hacía las mismas “chaladurías” (locuras) que hicieron famoso a su presunto padre. “Saltos de la rana, daba las vueltas al ruedo corriendo a gran velocidad, se tiraba de rodillas y besaba la arena”, recuerda Arias al torero que ese 28 de diciembre, antes de las cinco de la tarde, tenía enfocado con su lente.
Cuando El Cordobés citó para dar el cuarto pase de muleta con las dos rodillas en tierra, ‘Sonajero’, el toro de Ambaló, se le quedó corto, primero lo corneó en la espalda y en el siguiente movimiento estiró su encornadura por debajo de la axila del matador y le metió el pitón en el cuello. Todo sucedió en cinco, quizás diez segundos que parecieron minutos. Manuel Díaz confesó que sabía que el toro lo había herido en la espalda e intentó levantarse para seguir toreando. Pero se llevó la mano al cuello, y también en cuestión de segundos, esta se tiñó con su sangre. Los banderilleros y su hermano Chema lo llevaron a la enfermería, y la tarde quedó en un mano a mano entre el colombiano César Camacho y Pedrito de Portugal.
“Punto culminante”
Mientras los médicos exploraban las heridas del torero en el quirófano de la enfermería de la plaza, James Arias tuvo una especie de alucinación, según sus palabras. Le dijo a Luis Noé Ochoa que cuando había obturado su cámara vio algo en la boca del torero. “En la redacción revisamos, siga atento a la corrida”, fue la indicación del cronista del diario bogotano.
Al revelar el rollo y ampliar la imagen que rondaba en su cabeza, James vio que el pitón del toro asomó, en una especie de “metisaca”, por la boca del torero. “Entró y salió en una milésima de segundo. Si el toro hubiera movido la cabeza, hasta ahí hubiera llegado Manuel Díaz”, recuerda el fotógrafo, veintitrés años después.
Cuando Luis Noé vio la foto llamó a Bogotá para que pararan las rotativas y la diagramaran en primera página. Como Hernando Santos Castillo, director de El Tiempo, estaba de vacaciones, y el editor encargado de la edición había dicho que no publicaría toros en primera plana mientras estuviera al frente, tuvo que emprender una odisea para que la foto apareciera en la edición matutina que despertaría a los colombianos tras el día de los santos inocentes. “Hasta por radioteléfono buscaron a don Hernando y lo encontraron. Él mismo ordenó la publicación”, relata James.
La tarde siguiente, la cuarta corrida de la feria, a James nadie lo felicitó por la captura del momento -o “punto culminante” en palabras de los fotógrafos-. En cambio, todos los periodistas taurinos lo señalaron de haber hecho un montaje. “Fernando González Pacheco dijo que había un programa de nombre Photosop con el que se hacían montajes que parecían reales”, recuerda Arias lo que decían en las transmisiones radiales de ese día. Tuvo que ser el médico que intervino al Cordobés el encargado de certificar la autenticidad de lo sucedido. En su parte médico explicó que la herida había roto el piso de la boca, le había tumbado un diente, y pese a grave, apenas mereció cuatro puntos de sutura en el cuello. “Ni Pacheco, ni nadie rectificó públicamente. Jamás se excusaron conmigo”.
El premio
El Cordobés estuvo varios días internado en la clínica y allí lo visitó Luis Noé y Arias le hizo una fotografía, en la que se veía la cicatriz. “En Cali volví a nacer”, fue el titular de la crónica del día en que el torero creyó que podía perder la vida. El 7 de febrero reapareció vestido de luces, en la Santamaría de Bogotá, con un tabaco y oro e inició su faena de rodillas en el centro del ruedo, como se había producido la cornada de Cali.
El Tiempo envió la fotografía de James Arias, y por primera vez una fotografía taurina arrasó con los más prestigiosos galardones de periodismo en el país. Se llevó el Alfonso Bonilla Aragón que cada año concede la alcaldía de Cali, el del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), el Simón Bolívar, y el de la Sociedad Interamericana de Prensa. Lo enviaron al World Press Photo y seguramente hubiera estado nominado, pero llegó fuera del tiempo de postulación.
“No soy un cazador de premios”, dice James. “Tampoco creo que sea ético ganar premios con fotografías de tragedias como el conflicto armado o los desastres naturales. En este caso considero que no es una tragedia, aunque para el torero lo fue. Para mí es un enfrentamiento irracional y el animalito tiene que defenderse”.
El 29 de diciembre de 2021, Manuel Díaz El Cordobés, con 53 años, volvió a Cañaveralejo y James tuvo la oportunidad de volver a tenerlo en el foco de su lente. No fue así. El fotógrafo, con 74 años de edad, ya se ha pensionado y por el temor al coronavirus dejó a un lado los cubrimientos masivos, y como nunca le gustaron las corridas de toros, prefirió no asomar por la plaza.
Y si lo hubiera hecho, El Cordobés no sería blanco de sus disparos, pues el aguacero que se precipitó en la noche sobre la capital del Valle suspendió el festival en el tercer toro. Manuel Díaz solo pudo hacer el paseíllo y aplaudir al poco público que había aguantado la lluvia a la espera de volverlo a ver. El ruedo enfangado que imposibilitó la lidia evitó que James Arias y El Cordobés volvieran a cruzar sus vidas, como lo hicieron en aquellas milésimas de segundo de un día de los santos inocentes de 1998.
Festival
Cali, plaza de toros de Cañaveralejo
Novillos de Alhama
El Zotoluco: silencio
Joselillo de Colombia: ovación tras tres avisos
Javier Vásquez: ovación
Quedaron sin actuar El Cordobés, Javier Conde y El Cid luego de suspenderse el festejo por lluvia.