arte
Fernando Botero: su hijo Juan Carlos repasa en SEMANA las obras más emblemáticas del artista antioqueño
Fernando Botero inventó un universo habitado por las mujeres, la tauromaquia, el circo y la violencia, entre otros grandes temas. ‘Visita guiada’ al mundo del maestro, de la mano de su hijo.
Juan carlos botero, el menor de los hijos del fallecido maestro antioqueño Fernando Botero, suele hacer la misma claridad: su padre no pintaba gordos. En cambio, explica, inventó un universo habitado por personajes de figuras voluminosas y formas llenas de voluptuosidad.
Figuras casi todas salidas de un país que amó y sufrió. “Mi padre fue un gran amante de la cultura colombiana. Si uno se fija, hasta sus últimos días no cambió su acento. Era aún ese hombre nacido entre montañas y sencillo, que trataba por igual a un rey que a un jardinero. Y eso también lo reflejaba en su obra. Pintó muchos personajes salidos de la cotidianidad, pero en su complejidad, como complejo ha sido siempre este país”, asegura Botero hijo en SEMANA.
Y muchos temas habitaron la obra de este pintor, dibujante y escultor, entre los cuales sobresalen la violencia, la paz, las mujeres, el circo y la religión. Otro de ellos fue la tauromaquia, que Botero buscó reflejar desde joven como una manera de paliar, quizá, el anhelo frustrado de no convertirse en torero.
“Comenzó con acuarelas de toros, a los 15 años, cuando soñaba ser torero, pero la idea le llegó hasta cuando vio el toro de frente. Hasta ahí le llegaron las ganas. Entonces, él vendía las acuarelas a las afueras de la Macarena. Y el tema fue frecuente en varios momentos de su vida como artista”, dice su hijo. Otra de sus obsesiones fueron las mujeres, figuras sugerentes, sensuales, intensas, llenas de vida y profundamente expresivas.
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Botero llevó a sus lienzos mujeres de la realeza, pero también algunas que lo marcaron, como fue su propia madre, a quien retrató como costurera, “el oficio que mi abuela encontró, cuando envuidó y quedó en la pobreza, para sacar a tres hijos adelante. Esa pintura fue la que acompañó precisamente la última entrevista que mi papá concedió. Se la dio a The New York Times y él quiso acompañarla con esa pintura”, asegura Juan Carlos.
Además de la pintura, Botero encontró en la escultura otra de sus grandes formas de expresión. Lo logró, recuerda, en su taller en Pietrasanta, Italia, donde dedicó veranos enteros a recrear esculturas que luego exhibía en museos de todo el planeta.
“Mi padre siempre creyó que el arte había que volverlo cercano. Por eso, apostó porque sus obras fueran expuestas en las grandes avenidas, como se hizo en ciudades de Europa y otras partes del mundo”.
De la lista de esculturas cardinales hacen parte Torso de mujer, que se exhibe en Medellín; Mujer fumando, que fue vendida en Nueva York por un millón de dólares; Caballo, en representación del caballo de Troya; El gato, donada a la biblioteca de San Cristóbal, en Antioquia; Gran pájaro, que se encuentra en el corazón financiero de Singapur; y Mujer con espejo, que se halla en el Paseo de Recoletos, en Madrid.
“Lo bello es que, en sus últimos días, mi padre terminó como empezó: con acuarelas. Unas obras preciosas porque los colores no son los de una persona que se está asomando a la muerte, no son colores fúnebres, nostálgicos, ni macabros, ni tristes. Al contrario, son de una enorme luminosidad, poesía y belleza. Esas acuarelas son un canto a la vida. Y así fue su obra misma a lo largo de su existencia”, remarca Juan Carlos.