El escritor antioqueño José Libardo Porras presentó en la Fiesta de Libro de Medellín, que termina este fin de semana, la novela ‘El degüello’ (Ediciones B, 2016), al que los editores han sabido ponerle con verdad una marquesina inquietante: “La primer novela después del conflicto”.Porras narra la historia de Pablo y Anhela —él de Medellín, ella de Bogotá— dos citadinos que llegan a Puerto Asís como funcionarios del Ministerio del Interior encargados de promover los nuevos programas de sustitución de cultivos. Con una prosa magra que a veces borda en lo lírico, el escritor logra revelar los retos que tendrá el país en los próximos años: entender comunidades que, alejadas de los centros de desarrollo, han tenido que servir a los señores de la guerra para poder sobrevivir, todo mirado por la historia de amor de los protagonistas, tan ajenos a la realidad salvaje.Semana.com: ¿Qué piensa de esa marquesina que le puso Ediciones B a la novela?José Libardo Porras: Esta historia me la contaron hace 25 años. Alguien de Urabá me contó que un funcionario que estaba trabajando en una comunidad se había comprado un chivo pensando en hacer una fiesta, pero la gente se encariñó con el animal y luego cuando lo sacrificó los desterraron, que es algo que está ahí de fondo. Primero hice una versión en guion, pero a los años hice una versión en novela y con esto de las conversaciones de paz pues dije que era el momento de sacarla a la luz. Los editores decidieron ponerle esa banderilla de “La primera novela después del conflicto” porque puede llamar la atención, aunque creo que también puede crear rechazo. Yo hubiera querido que la banderilla fuera otra, pero ellos no. Decidí dejar que corriera el tiempo y que la novela sufriera su suerte. Semana.com: En la novela Pablo, el funcionario del Mininterior se encuentra con la dificultad de sustituir cultivos porque a los campesinos no les resulta rentable, ¿cree que será así?J.L.P: Creo que ese será un riesgo muy grande. Todo el posconflicto va a estar lleno de riesgos. Hay muchos lugares de este país donde lo único que se puede producir es coca, por la calidad de la tierra, por muchas razones. ¿Qué va a ocurrir ahí? ¿Qué van a poner a hacer a la gente? Lo otro es pensar en un uso medicinal que permita cultivos extensivos. Va a ser un lío muy difícil de resolver, el Estado tendrá que llegar con muchos recursos y subsidiar a la gente mientras puedan tener cultivos que sean sostenibles y rentables. Semana.com: ¿Y no ayuda a ese problema la mirada anodina de Pablo, muy parecida a la de tantos funcionarios?J.L.P: En lo más profundo de él se siente muy ajeno a ese mundo. Trabaja en ese proyecto no por convicciones de orden espiritual, sino por una posibilidad de trabajo que le resulta propicia a su carrera de economista, pero su compromiso no va más allá de eso. Eso no le permite integrarse a esa comunidad y eso lo obliga a mantenerse aislado, no logra comprometerse. Semana.com: Y sin embargo lo ven como un líder, como el gran gerente de una cooperativa de maíz en las entrañas de la selva del PutumayoJ.L.P: Sí, pero él no es feliz con eso, él lo que quiere es tener gran reconocimiento para no ser como su papá, un donnadie, y cree que su única salida es estudiar. En cierta forma lo que le dicen en la comunidad, que él es la cabeza de todo eso, es como una especie de chiste. En algún momento él empieza a entender la importancia que eso tiene para él. Inicialmente su mirada es de distancia, como quien dice yo no tengo velas en ese entierro. Ese es uno de los dramas que enfrenta. Semana.com: Dice Ediciones B que esta es una novela de amor y sosiego, ¿es verdad?J.L.P: Esta es una historia de amor pero no de sosiego que habla sobre la urgencia del perdón y esto en el contexto del postconflicto y en el desarrollo de un programa que tiene que ver con el postconflicto, ahí está la historia del amor de estos dos muchachos, que al final se resuelve con el fracaso. El perdón es la base de esa nueva Colombia que queremos construir, si es que queremos construirla. Esta novela insiste en ese aspecto. Semana.com: ¿El escritor tiene obligación con la actualidad del país?J.L.P: El escritor tiene una especie de función social muy importante que tiene que ver con la reconstrucción y así entender mejor todo lo que nos ha sucedido. Hemos pasado por unos periodos muy complejos y eso ha generado un tipo de literatura, pero aquí por ejemplo con el narcotrárfico, que es el fenómeno que más fuertemente ha transformado el ser nacional en todos los niveles, se escribió mucho, pero rápidamente se estigmatizó a esas obras y a esos autores. Todavía se escriben muchas novelas de la Segunda Guerra y se hacen películas, pero porque es necesario, porque nunca se terminará de entender qué ocurrió y se necesita que esté contando, y no se puede esperar que hagan una novela totalizadora. El año pasado leí una novela del poeta Samuel Jaramillo, que se llama Dime si en la cordillera sopla el viento, que publica Alfaguara, que habla de la violencia de los años 50, y es un libro 60 años después de lo ocurrido. Aquí tenemos la costumbre de despachar todo y decir que pasemos a otra cosa.