EDUCACIÓN
Llegó la hora de pensar
Aunque la filosofía es clave para enfrentar la crisis de la democracia actual, el crecimiento de los populismos, la posverdad o la polarización de la sociedad, muchos cuestionan su utilidad.
Hace tres años el Congreso de los Diputados de España aprobó una reforma a la educación que levantó polvareda: los legisladores decidieron reducir las horas de filosofía que veían los estudiantes de colegio, lo que hizo que dejara de ser una materia obligatoria durante todo el bachillerato para serlo solo durante el primer año.
La medida se mantuvo durante algún tiempo pero, ante las protestas de profesores, filósofos y estudiantes, hace dos semanas el propio Congreso aceptó que se había equivocado. “Creemos que en este mundo, cada vez más tecnológico, es importante la formación humanística, con un replanteamiento de la filosofía –explicó Sandra Moneo, una diputada del Partido Popular, el mismo partido que había promovido el cambio en primer lugar–. Tenemos que hacer un ‘mea culpa’ en este sentido”.
El tema, que ha generado un debate público sobre la pertinencia de la filosofía, no es nuevo. El año pasado la Universidad Complutense de Madrid se planteó cerrar su Facultad de Filosofía, ante lo cual recibió cartas de varios intelectuales que abogaban por su permanencia, incluyendo una de Fernando Savater. En Colombia también se habla del tema. Desde 2015 desapareció la sección sobre filosofía de las pruebas Saber 11 (más conocidas como el examen del Icfes) y en noviembre el alcalde de Cartagena, Manuel Vicente Duque, cuestionó en una entrevista la utilidad de enseñarle esa materia a un joven de escasos recursos: “¿De qué les sirve la filosofía si estos son muchachos que se la tienen que salir a jugar a la calle?”, dijo.
No solo pasa con la filosofía. De hecho, y debido a lo que algunos expertos llaman una tendencia al ‘antiintelectualismo’, en los últimos años varias voces han discutido acerca de la pertinencia de las humanidades y han pedido que la educación haga más énfasis en las ciencias duras y en las carreras que llaman ‘productivas’.
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Pero a pesar de las voces que aún pregonan la ‘inutilidad’ de la filosofía, esta disciplina es hoy más pertinente que nunca. “La filosofía no es útil como es útil un martillo o un serrucho –explica Luis Eduardo Hoyos Jaramillo, director del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional–, pero si pensamos que el ser humano no puede vivir sin reflexionar, sin criticar y analizar lo que oye y ve, entonces podemos concluir que puede ser muy útil en un sentido más serio y profundo”.
Los filósofos, de hecho, constantemente dudan de lo que muchos dan por sentado y buscan otras explicaciones a la realidad. Eso es clave para cualquier persona que quiera vivir en sociedad y, precisamente, la presencia de la materia en el pénsum escolar busca formar jóvenes reflexivos, con pensamiento crítico y miradas analíticas a la realidad. En otras palabras, gente que no coma entero.
Muchos expertos creen que la filosofía puede jugar un papel clave para entender la situación actual del mundo occidental, en donde la misma democracia parece cuestionada por el brexit, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y el crecimiento de movimientos nacionalistas y xenófobos en Europa. Como dice el filósofo colombiano Sergio de Zubiría, “en épocas de crisis, como la que atraviesa la civilización actual, el espacio para volver a las preguntas fundamentales es urgente”. Sobre todo, teniendo en cuenta que parte de lo que estudian los filósofos (y lo que ven de forma muy rápida los estudiantes de bachillerato) son las teorías que le han dado forma a la civilización occidental y, en algunos casos, a la idea misma de la democracia: el pensamiento de Sócrates, Platón, Aristóteles, Hegel, Marx, Engels, Camus, Sartre, Nietzsche, Heidegger y Habermas, entre muchos otros.
“No solo se trata de un interés histórico –cuenta Carlos Andrés Manrique, director del Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes–. Eso nos da herramientas para plantearnos las preguntas con las que nos confrontan los retos que enfrentan las sociedades actuales, y para hacerlo de manera creativa y novedosa”.
Para el escritor y profesor de la Universidad de Caldas Pablo Rolando Arango, la razón es mucho más profunda: “El contacto con las grandes obras filosóficas les enseña a las personas a dudar de sí mismas. Si más gente pudiera asumir esa actitud, no habría tanto fanático en temas como la política, la ciencia o la religión”.
En el caso de Colombia la reflexión también es pertinente. El país pasa por un momento de polarización en el que se abren discusiones que parecían superadas, como la relación entre la política y la religión, y en el que la implementación de los acuerdos con las Farc deja en evidencia heridas y diferencias. Varios filósofos, de hecho, ya se han puesto manos a la obra. El propio Sergio Jaramillo, alto comisionado para la paz, estudió filosofía y Sergio de Zubiría hizo parte de la comisión de expertos que redactó un análisis sobre la historia del conflicto.
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También hay esfuerzos desde la academia (en donde, valga decirlo, los estudiantes de filosofía están entre los mejores del país en las pruebas de lectura y escritura). A finales del año pasado, por ejemplo, salió un libro editado por la Universidad de los Andes y la Universidad Nacional llamado Intervenciones filosóficas en medio del conflicto, con reflexiones de varios intelectuales sobre los retos de la construcción de paz en Colombia. Y hay varios grupos de estudio dentro de las universidades que se preguntan por el significado de conceptos como el perdón, la reconciliación y la paz.
Pero De Zubiría cree que el papel de los filósofos debe ser mayor: “Con una voz filosófica más fuerte, el debate saldría enriquecido. Un ejemplo sencillo es lograr que la polarización no sea exclusivamente emotiva, sino que se dé en un debate con argumentos, en el que la contraparte no sea un enemigo, sino una persona que piensa diferente”.
Arango, por su parte, dice que aunque la academia está haciendo muchas cosas pertinentes y útiles para el país, lo más interesante está pasando hacia fuera: “La filosofía también está en la vida diaria y en la calle. De hecho, en cosas tan sencillas como el libro de Martín Caparrós sobre el hambre (‘El hambre’, 2014) hay varias preguntas filosóficas”.
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Por eso, hay un esfuerzo paralelo por llevar las ideas de la filosofía a un lenguaje común. Uno de los libros más vendidos durante la pasada Feria del Libro de Bogotá en el pabellón de Francia, el país invitado de honor, fue La liga de los filósofos fantásticos, una novela gráfica de Jul y Charles Pepin que en Colombia edita Rey Naranjo, y que acerca las ideas de los filósofos más importantes de la historia (desde Aristóteles hasta Sartre) a la vida cotidiana. Y la Universidad de Caldas tiene una plataforma, llamada La Penúltima Verdad, que traduce los conceptos de varias ciencias humanas al lenguaje que usan las mamás, los taxistas, los vendedores ambulantes y los jóvenes.
La idea es que la filosofía sea una disciplina fundamental para cada vez más personas, y que cuando se vuelvan a abrir los debates sobre su utilidad y su pertinencia, los mismos ciudadanos la defiendan como propia. Ya la situación actual demuestra que es hora de pensar a fondo y de regresar a las preguntas básicas. Aunque como dice el profesor Luis Eduardo Hoyos, “claro que uno podría también creer que se puede llevar una vida sin crítica, sin reflexión y sin análisis. Como también se puede vivir sin poesía y sin música. Pero una vida así sería mucho más desolada de lo que normalmente suele ser”.