LIBRO

'Francisco, por la reconciliación y la paz de Colombia': el retrato de una Colombia esperanzada

Editado por Villegas Editores, el libro documenta el paso del papa Francisco I por el país con discursos y fotografías. SEMANA comparte la historia del libro y muchas de las frases memorables, que elevan reflexiones intemporales sobre la paz y la unidad en un país polarizado.

13 de febrero de 2020
Foto: Villegas Editores

El 2017 parece lejano, especialmente cuando se recuerda que, en medio de una polarización latente, se procedió con la implementación de los acuerdos de paz firmados el año anterior con las FARC, tras cuatro años de negociaciones y un plebiscito que fue en contra de ese camino.

En ese clima, el papa Francisco I realizó su visita a Colombia, la tercera en la historia por parte de la máxima figura de la Iglesia católica tras las realizadas por Pablo VI en 1968 y Juan Pablo II en 1986. Para documentar su visita, el gabinete del entonces presidente Juan Manuel Santos le encargó a Villegas Editores la realización de un libro que documentara el paso del Sumo Pontífice por Bogotá, Medellín, Villavicencio y Cartagena, entre el 6 y el 11 de septiembre de 2017.

Por una serie de inconvenientes logísticos, la publicación del libro, pactada para antes de que terminara el segundo periodo de Santos, termina publicándose ahora, cuando ya estamos llegando a la mitad del periodo presidencial de Ivan Duque.


Foto: Villegas Editores.

Francisco, por la reconciliación y la paz de Colombia, recopila todas las palabras que dijo el argentino en todos los actos realizados en las cuatro ciudades donde estuvo, las más conocidas de los eventos multitudinarios en los cuales tomó parte, así como algunas de carácter más reservadas durante los actos estrictamente relacionados con la Iglesia en el Palacio Cardenalicio, la Nunciatura Apostólica, y el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Los hechos se presentan cronológicamente desde su aterrizaje en el aeropuerto Eldorado hasta que se despidió en el aeropuerto Rafael Núñez de Cartagena.

Los textos (muchos de los cuales puede leer abajo) vienen acompañados por una selección de fotografías a cargo de Villegas, adquiridas directamente del Archivo Vaticano. Aunque aparecen fotos acreditadas a la Presidencia de la República, en su mayoría las imágenes fueron tomadas por los dos fotógrafos del Vaticano que acompañaron al papa Francisco en todo momento y tuvieron la oportunidad de estar presentes incluso en los actos privados, por lo cual muchas de estas fotos eran desconocidas hasta ahora.

En ellas, se puede ver al máximo jerarca de la iglesia católica integrándose con la gente del común. Al respecto, Benjamín Villegas asegura que “es una experiencia maravillosa e irrepetible", pues "sólo viendo las imágenes se puede entender la importancia de su carisma y de su personalidad”. Igualmente, el libro muestra el entusiasmo y la expectativa que generó una visita de tal envergadura, en medio de la coyuntura tan importante que atravesaba el país en esos momentos, sin mencionar el ferviente catolicismo que caracteriza a Colombia.

El libro, que ya se encuentra en las principales librerías del país, constituye un documento importante para Colombia alrededor de un momento que marcó el 2017 tanto a nivel nacional como internacional. También es un documento escrito y visual que da pie a una nostalgia inevitable, pues repasa un momento de felicidad y expectativa prematura frente al futuro. Esas palabras de aliento que compartió el sumo pontífice parecían sellar el pasado de un capítulo de violencia continuada durante más de medio siglo. En ese orden de ideas, Francisco funciona también para provocar preguntas en los lectores: ¿dónde quedó esa efervescencia inicial por la firma de los acuerdos con las FARC y el deseo de alcanzar finalmente la paz?, ¿en donde y por qué se desvió ese camino?

El papa Francisco en su visita a Villavicencio. Foto: Villegas Editores

Palabra del papa

La fe nos conduce a la esperanza y se traduce en caridad.

La caridad nos despierta la confianza que genera paz.

La paz nos acerca a la bondad que activa la voluntad.

Así nace la justicia que impulsa 

a la reconciliación y nos abre al amor.

Dios los ama con amor de padre

y los anima a seguir buscando y

deseando la paz, aquella paz que

es auténtica y duradera.

La paz nos impulsa a ser más grandes que nosotros mismos.

Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón y valentía para sobreponerse a los obstáculos.

«Demos el primer paso» es el lema de este viaje. Nos recuerda que siempre se necesita dar un primer paso para cualquier actividad y proyecto. También nos empuja a ser los primeros para amar, para crear puentes, para crear fraternidad.

La paz nos recuerda que todos somos hijos de un mismo Padre que nos ama y nos consuela.

Muchas gracias por la valentía y por el coraje, no se dejen robar la alegría.Que esta visita sea como un abrazo fraterno para cada uno de ustedes y en el que sintamos el consuelo y la ternura del Señor.

¡Sigan adelante!

¡Sigan adelante, así! 

No se dejen vencer, no se dejen engañar,

no pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, 

no pierdan la sonrisa, sigan así.

Los pasos dados hacen crecer la esperanza en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos; trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro.

Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad.

Solo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un país que sea patria y casa para todos los colombianos.

Hoy entro a esta casa que es Colombia, diciéndoles: La paz con ustedes! Así era la expresión de saludo de todo judío y también de Jesús.Vengo para anunciar a Cristo y para cumplir en su nombre un itinerario de paz y reconciliación. !Cristo es nuestra paz! !Él nos ha reconciliado con Dios y entre nosotros!

La iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos.

Ustedes pueden enseñarnos que la cultura del encuentro no es pensar, vivir, ni reaccionar todos del mismo modo; es saber que más allá de nuestras diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos trasciende, somos parte de este maravilloso  país.

Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza.

Y así como en Chiquinquirá Dios ha renovado el esplendor del rostro de su madre, que Él siga iluminando con su celestial luz el rostro de este entero país y bendiga a la iglesia de Colombia con su benévola compañía y los bendiga a ustedes, a quienes les agradezco todo lo que hacen.

Como peregrino, me dirijo a su iglesia. De ustedes soy hermano, deseoso de compartir a Cristo resucitado para quien ningún muro es perenne, ningún miedo es indestructible, ninguna plaga, ninguna llaga, es incurable.

No se midan con el metro de aquellos que quisieran que fueran solo una casta de funcionarios plegados a la dictadura del presente. Tengan, en cambio, siempre fija la mirada en la eternidad de Aquel que los ha elegido, prontos a acoger el juicio decisivo de sus labios, que es el que vale.

«Amor y verdad se han dado cita, justicia y paz se abrazan» (Sal 85, 11). Este versículo del salmo contiene la profecía de lo que está pasando en Colombia; la profecía y la gracia de Dios para que aquel pueblo herido pueda resurgir y caminar en una vida nueva.La iglesia debe reapropiarse de los verbos que el Verbo de Dios conjuga en su divina misión. Salir para encontrar, sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo.

La iglesia debe trabajar sin cansarse para construir puentes, abatir muros, integrar la diversidad, promover la cultura del encuentro y del diálogo, educar al perdón y a la reconciliación, al sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al coraje de la paz.

No se puede, por tanto, reducir el Evangelio a un programa al servicio de un gnosticismo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una concepción de la iglesia como una burocracia que se auto beneficia, como tampoco esta se puede reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por una casta clerical.

Aquí se encuentran multitudes anhelantes de una palabra de vida, que ilumine con su luz todos los esfuerzos y muestre el sentido y la belleza de la existencia humana. Estas multitudes de hombres y mujeres, niños y ancianos habitan una tierra de inimaginable fecundidad, que podría dar frutos para todos.

Pero también aquí, como en otras partes, hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo.

En Bogotá y en Colombia peregrina una inmensa comunidad, que está llamada a convertirse en una red vigorosa que congregue a todos en la unidad, trabajando en la defensa y en el cuidado de la vida humana, particularmente cuando es más frágil y vulnerable: en el seno materno, en la infancia, en la vejez, en las condiciones de discapacidad y en las situaciones de marginación social.

Llamar a otros, a todos, para que nadie quede al arbitrio de las tempestades; subir a la barca a todas las familias, santuario de vida; hacer lugar al bien común por encima de los intereses mezquinos o particulares, cargar a los más frágiles, promoviendo sus derechos.

Los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad.

¡Dios! Dios es el único no vulnerable, todos los demás somos vulnerables, en algunos se ve, en otros no se ve.

Los abrazo a todos y a cada uno, a los enfermos, a los pobres, a los marginados, a los necesitados, a los ancianos, a los que están en sus casas… a todos; todos están en mi corazón. Y ruego a Dios que los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.

Quisiera, finalmente, como hermano y como padre, decir: Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad ni a la justicia.

Cristo nos enseñó que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia.

Quiero agradecerles lo que han hecho y lo que hacen por la paz poniendo en juego la vida. Y eso es lo que hizo Jesús: nos pacificó con el Padre, puso en juego su vida y la entregó...

También aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones! ¡Cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad!

He escuchado que en algunas lenguas nativas amazónicas para referirse a la palabra «amigo»  se usa la expresión «mi otro brazo». Sean por lo tanto el otro brazo de la Amazonia. Colombia no la puede amputar sin ser mutilada en su rostro y en su alma.

* * * 

Oh, Cristo negro de Bojayá, que nos recuerdas tu pasión y muerte; junto con tus brazos y pies te han arrancado a tus hijos que buscaron refugio en ti. 

Oh, Cristo negro de Bojayá, que nos miras con ternura y en tu rostro hay serenidad; palpita también tu corazón para acogernos en tu amor. 

Oh, Cristo negro de Bojayá, haz que nos comprometamos a restaurar tu cuerpo. Que seamos tus pies para salir al encuentro del hermano necesitado; tus brazos para abrazar al que ha perdido su dignidad; tus manos para bendecir y consolar al que llora en soledad. 

Haz que seamos testigos de tu amor y de tu infinita misericordia.

Cristo roto y amputado es para nosotros «más Cristo» aun, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo.

Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza, de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón.

La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos de venganza sobre quien es más débil. La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón.

Él nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y resurrección.

Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz.

Bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha imperado en Colombia. Tienes razón: la  violencia engendra más violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. 

Hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria.

Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz.

Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso solo es posible con el perdón y la reconciliación.

Queridos colombianos: No tengan temor a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades.

Al pie de la cruz estaba la Madre. Y ha sido despojada de ese Hijo, y ha visto la tortura, todo. Que Ella acompañe a las mujeres colombianas y les enseñe, como Ella, el camino a seguir.

He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo, de modo que lo reflejen en todo lo que hagan; asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e instruir por Él, anúncienlo con la mayor alegría.

Son muchos los que no pueden perdonar todavía, pero hoy recibimos una lección de teología, de alta teología: Dios perdona en mí.

Pidamos a través de la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Candelaria, que nos acompañe en nuestro camino de discípulos, para que, poniendo nuestra vida en Cristo, seamos simplemente misioneros que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las gentes.

Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente «correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse e involucrarse. Son tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos.

Hermanos y hermanas, la iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros... que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí la juzgan.

No podemos aceptar que se les maltrate, que se les impida el derecho a vivir su niñez con serenidad y alegría, que se les niegue un futuro de esperanza.

Nuestra alegría contagiosa tiene que ser el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios. Somos verdaderos dispensadores de la gracia de Dios cuando trasparentamos la alegría del encuentro con Él.

Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas. Pero Jesús no abandona a nadie que sufre, mucho menos a ustedes, niños y niñas, que son sus preferidos.

La iglesia no es nuestra, es de Dios. Él es el dueño del templo y del sembrado, todos tienen cabida, todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento.

Dios no los abandona, los protege y asiste. Y el Papa los lleva en el corazón; no dejen de rezar por mí.

Mantengan viva la alegría, es signo del corazón joven, del corazón que ha encontrado al Señor. Nadie se la podrá quitar (cf. Jn 16,22). No se la dejen robar.

Desde este lugar, quiero asegurar mi oración por cada uno de los países de Latinoamérica, y de manera especial por la vecina Venezuela. Expreso mi cercanía a cada uno de los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en esta tierra colombiana un lugar de acogida.

Vengo también para aprender; sí, aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad.

No hay nadie lo suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra cercanía y nuestro perdón.

Aprendan de Él, que su ejemplo los inspire y los ayude en el cuidado amoroso de estos pequeños, que son el futuro de la sociedad colombiana, del mundo y de la iglesia, para que, como el mismo Jesús, puedan crecer y robustecerse en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de los demás (cf. Lc 2,52).

De ese modo, se hizo paradigma de todos aquellos que, de diversas maneras, buscan recuperar la dignidad del hermano caído por el dolor de las heridas de la vida, de aquellos que no se conforman y trabajan por construirles una habitación digna, por atender sus necesidades perentorias y, sobre todo, rezan con perseverancia para que puedan recuperar el esplendor de hijos de Dios que les ha sido arrebatado.

Jesús nos señala que este camino de reinserción en la comunidad comienza con un diálogo de a dos. Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar.

Hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente.

El Señor nos enseña a través del ejemplo de los humildes y de los que no cuentan.

Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez.

San Pedro Claver ha testimoniado en modo formidable la responsabilidad y el interés que cada uno de nosotros debe tener por sus hermanos.

San Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad y de la misericordia era comprendido por todos. De hecho, la caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad.

Hoy la palabra de Dios nos habla de perdón, corrección, comunidad y oración.

En el cuarto sermón del evangelio de Mateo, Jesús nos habla a nosotros, a los que hemos decidido apostar por la comunidad, a quienes valoramos la vida en común y soñamos con un proyecto que incluya a todos.

Estos encuentros me han hecho mucho bien porque allí se puede comprobar cómo el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano.

Todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y a todos nosotros, la Virgen nos sostiene en sus brazos como a hijos queridos.

Siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva. 

Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé la posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes. Pero eso solo nos deja en la puerta de las exigencias cristianas.

La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte

de todos, permite construir el futuro y hace crecer la esperanza.

Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso.

¡Y un agradecimiento especial al pueblo colombiano, que me acogió con tanto afecto y tanta alegría! Un pueblo alegre entre tanto sufrimiento, pero alegre; un pueblo con esperanza.

María de Chiquinquirá y Pedro Claver nos invitan a trabajar por la dignidad de todos nuestros hermanos, en especial por los pobres y descartados de la sociedad.

Queridos hermanos, quisiera dejarles una última palabra: no nos quedemos en «dar el primer paso», sino que sigamos caminando juntos cada día para ir al encuentro del otro, en busca de la armonía y de la fraternidad.

El testimonio de este pueblo es una riqueza para toda la iglesia.

Con la ayuda de Dios, el camino ya ha empezado. Con mi visita he querido bendecir el esfuerzo de aquel pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y recibir su testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la iglesia.