Crónica
Fui a un autoconcierto en Halloween, así me fue
El formato que ofrece Páramo Presenta en Bogotá se rige por un código de espacios definidos, tapabocas, frecuencias radiales complementarias al sonido en vivo, pitos y espectáculo. Es lo que hay y, de lejos, es mejor que nada.
*Por Alejandro Pérez
Me tomó unos 15 segundos entender que la persona que pitaba lo hacía para agradecerle al artista. Miré hacia atrás con cara de desaprobación (que mi tapabocas ocultaba de todas formas) hasta que caí en cuenta de que otras reglas aplican en estos ‘vehículo-conciertos’. Nadie abusó de su bocina compulsivamente, pero, en mi imaginario personal aplausos y pitos solo estallaban juntos en procesiones, campañas políticas o recepciones a la selección.
Si algo dice Europa hoy es que no sabemos en qué momento todo se vuelve a apagar. Ese pensamiento cargado de prudente apocalipsis me llevó a ‘Comunión’, la noche de autoconciertos de música electrónica que Páramo Presenta montó en Halloween. Entre el 31 de octubre y 1 de noviembre, en el parqueadero de Salitre Plaza, hice parte de esa contenida rumba electrónica en la que se pidió a la gente evitar el alcohol (si manejaba) y el cigarrillo y, en la medida de lo posible, mantenerse en sus espacios demarcados junto a sus autos.
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La noche estuvo marcada por tomas de temperatura, prudente distanciamiento, artistas de presente contundente (Ela Minus, Mitú, Julio Vitoria, y más), vehículos de varias índoles (camionetas, sedan, coupés, bicicletas, hasta una patineta) y expresiones que oscilaban entre una alegría presente y una nostalgia de lo antes vivido.
Por eso, con cuidado y responsabilidad (suena vacío pero es importante que no lo sea), mientras la oportunidad se presenta aquí en Bogotá, vale la pena ver música en vivo y, por qué no, olvidarse un rato del denso 2020. Bailar con tapabocas es bailar con tapabocas, pero es bailar, en un concierto que puede pasar con las personas cercanas que lleguen con usted (cuatro máximo por auto). No está nada mal.
El mayor atractivo viene de la normalidad ‘retro’: viene del escenario, de los artistas, de las luces, del espectáculo visual y del sonido, el esencial y agradecido sonido en vivo (así a veces pareciera perder potencia). No hay duda, se extraña esa sensación de masa (no necesariamente ‘apichurrada’) que hace de un concierto algo eléctrico. Pero esto se sabe desde antes. Por eso, ir a estas experiencias exige la voluntad consciente de gozar lo que hay y añorar lo que falta en buena onda.
El evento hizo parte de ‘Caravana’, una serie de espectáculos que Páramo vienen ofreciendo mientras pueda. Ya se presentó Juampis González, ya hubo Petit Fellas. En Halloween la electrónica mandó, y en las semanas siguientes vienen Santiago Cruz, el Frente Cumbiero, y más.
Observaciones de autoconcierto
Una experiencia fácil: Llegué a eso de las 11:15 de la noche; salí a la 1:35 de la mañana. Demoré cinco minutos en entrar (con toma de temperatura) y unos tres minutos en salir (salí faltando el cierre, porque soy viejo). La capacidad limitada no da para aglomeraciones a la salida, y para los forjados en horas de espera para salir de otros festivales del pasado esto fue un verdadero paseo.
Autocuidado, o chao: La organización le insiste mucho a la gente, y bien hace, en la necesidad de usar tapabocas, de no beber si se maneja, de no fumar; sabe que si se controla el descontrol que nos caracteriza, se hará más fácil seguir con estos espectáculos amigables-con-el-distanciamiento. Y sabe que depende en gran medida de la gente en ese sentido. De lo que noté, la gente parece entender y se comporta a la altura.
Juegue con la radio: Si le da frío (o si llueve) existe la posibilidad de sintonizar la frecuencia 107.3 de su automóvil y enganchar el sonido también ahí. Por probar, probé. En Ela Minus sentí un pequeño delay que preferí evitar. En Mitú, el sonido del radio complementó el sonido que llegaba de los parlantes y logró un efecto interesante. Cada quién medirá en su momento si prefiere estar fuera, dentro, o dentro del auto con las ventanas abiertas (¡en una fusión experimental sin precedentes!).
Video de lejos, video de cerca: Desde relativamente lejos pensé en lo divertida que debió ser la experiencia para esas primeras filas. Las propuestas visuales que vi estuvieron a la altura y seguramente más cerca resultaron aún más envolventes. Cautivó el zoom visceral a los sintetizadores de Ela Minus, su figura y silueta, sus luces y sus drum machines con filtros violetas, azulados y rojizos. Luego, Mitú soltó su música, su tumbado, y en las pantallas le dio pista a una vj que con su proyección visual generó una fascinación tribal en el público. Ancló la experiencia a una especie de payasa punk, y luego le dio paso a computadores vintage y más demencias que dejaron más de una boca abierta.
Mundo de códigos QR, por pulir: Para evitar aglomeraciones, la organización plantea a la gente pedir todo por medio del teléfono inteligente. Cada espacio para cada grupo tiene un número específico y códigos qr para pedir ayuda, comida, y bebida. El amigo que me acompañó lo intentó, y si bien no pudo cerrar bien el pedido y pagarlo, igual le llegó. La idea es buena, quizás toca pulir más la ejecución. Recuerda a la experiencia de las manillas de pago de 2019, quizá una buena idea pero con una ejecución por mejorar.
Coda: se agradece: El contraste fue grande entre lo que fue este show y lo que se vivió en Comunión de 2019, con un Underworld contundente en el Norte de la ciudad, en un mundo de dinámicas distintas y cercanas. No digo esto para comparar peras y naranjas, sí para anotar (de nuevo) que este espectáculo permitió recordar ese y otros grandes momentos del pasado. Y lo mejor, permitió darle toda la escena a talentos colombianos que dejan huella por dentro y fuera de las fronteras.