HOMENAJE
Un colombiano universal
Con su muerte, la enorme fama de Gabriel García Márquez alcanzó proporciones míticas.
La fama de Gabriel García Márquez no conocía fronteras. Sin embargo, pocos imaginaron que al día siguiente de su muerte -el 18 de abril- su imagen adornaría la portada de la mayoría de los periódicos del mundo. En un extenso artículo el diario The New York Times lo llamó ‘gigante del siglo XX’; Al Jazeera, el medio de los Emiratos Árabes, lo consideró una de las voces más importantes del siglo; la revista Time afirmó que era el autor de habla hispana más importante desde Miguel de Cervantes; The Guardian comparó el impacto de Cien años de soledad con el Ulises de James Joyce y El País de España anunció la muerte de un genio de la literatura con un gran especial compuesto de artículos y fotogalerías.
Quedaba claro que García Márquez había logrado lo que pocos consiguen: que Macondo –un escenario auténticamente caribeño– hiciera parte del imaginario del mundo entero. En los metros de Europa y Estados Unidos es fácil encontrarse con gente absorta leyendo Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, y en Berlín y Figueres (España), entre otras ciudades, hay bares y restaurantes que llevan por nombre el del pueblo en el que García Márquez situó la mayoría de sus obras.
La hazaña no era fácil. El lenguaje garciamarquiano es marcadamente latinoamericano –al igual que los escenarios y las costumbres de los personajes-. Y los libros incorporan eventos históricos poco conocidos fuera de Colombia como la pelea entre el obispo y las monjas clarisas, que aparece en Del amor y otros demonios, y la masacre de las bananeras de Cien años de soledad. Pero el realismo mágico es un concepto universal. Todas las culturas tienen creencias inverosímiles que hacen parte de la cotidianidad y se convierten en verdades absolutas. Por ejemplo, muchos irlandeses no dudan de la existencia de duendes y hadas y los tibetanos y nepaleses son capaces de identificar la reencarnación de un monje en un niño de dos años.
Una y otra vez García Márquez dijo que él narraba la realidad, pero que a veces esta resultaba tan increíble que parecía inventada. Para muchos europeos y norteamericanos un pueblo como Macondo –en el que el calor ahoga, el tiempo se estanca y las cosas se ven como por entre un vidrio ondulado a causa de la temperatura- es una exageración del autor, y simplemente no hay coroneles que duren décadas esperando tener noticia del pago de su jubilación.
Sin embargo, Gabo supo ver que todo esto hace parte de la realidad de muchos colombianos. Es más, todavía hay quienes creen que tomar el agua en la que se han hervido un par de ratas es un fabuloso remedio para el asma y que el santo José Gregorio Hernández opera a los enfermos. Lo único que hay que hacer es acostarse en un cuarto absolutamente solo a la hora acordada con alguna de las personas que interviene por él, poner en una mesa un pedazo de algodón y poco de alcohol, y esperar. Entre esto y la famosa asunción de Remedios la Bella en Cien años de soledad no hay mucha diferencia.
Gabo era capaz de navegar magistralmente esa delgada línea entre la realidad y la imaginación, y el gran manejo que tenía del español era su mejor herramienta. Hay quienes suelen pensar que la clave de la buena escritura está en el dominio de los adjetivos, pero para el colombiano lo más importante era escoger los verbos correctamente pues ellos determinan la acción de la frase. Y los que más utilizó –según dijo en varias entrevistas- fueron los que expresan las diferentes facetas del poder.
Para Gabo, este no aparecía en hombres como Fidel Castro y Omar Torrijos, sino a todo lo largo y ancho de la pirámide social. En Macondo –por ejemplo- no había nadie más poderoso que la Mamá Grande. Ella era “soberana absoluta del reino de Macondo, que vivió en función de dominio durante 92 años y murió en olor de santidad un martes de septiembre pasado, y a cuyos funerales vino el Sumo Pontífice”.
Pero tal vez la fascinación mundial por Gabo se deba a la dulzura con que supo describir el amor. Para él –según dijo en una entrevista con Televisión Española- ese es “el más poderoso, importante, grande y eterno de todos los poderes”, y lo dejó inmortalizado en la relación entre Florentino Ariza y Fermina Daza. Estos personajes –al igual que la familia Buendía, el doctor Juvenal Urbino, Sierva María de los Ángeles y el coronel- hacen parte de la vida de millones de personas alrededor del mundo.