CULTURA
El antro más pequeño del mundo queda en Pereira
Una minoría subterránea y radical se ha convertido en el movimiento electrónico más vanguardista de Colombia. Esta crónica, publicada originalmente en Vice, ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
*Esta crónica fue publicada originalmente en Vice, y ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
Una chiva irrumpe por la Cordillera Occidental y atraviesa una trocha agreste que linda con un precipicio sin fondo. La ruta va de San José del Palmar, en Chocó, a Pereira, en Risaralda. Es el único medio de transporte que puede llevar a Cristian Stiven Vásquez, un ferretero de 24 años, desde su pueblo en el sureste chocoano hasta un antro en la ciudad matecaña. El calendario dice que corre el viernes 2 de diciembre de 2016, y el reloj marca la 1 de la tarde. A Cristian le quedan al menos siete horas de viaje, si el clima y la espesura del monte lo permiten. Pero las puertas del Antro se abrirán a las 7 de la noche, y una hora más tarde estará hinchado de jóvenes que necesitan liberar sus demonios.
Es decir: Cristian no llegará a la reapertura.
Por otro lado, a 3.265 metros sobre el nivel del mar viajan Julia Gómez y Silvia Peña, dos nenas de poco más de 30 años. Una es ilustradora y la otra diseñadora de modas. Llevan al menos cinco horas atrapadas en un bus tratando de coronar el alto de La Línea. Viajan de Bogotá a Pereira y tienen una misión: pintar un mural rebozado de simbología afuera del Antro y regalarle a este hermético lugar un cuadro bordado del arcano XIII del tarot que en su revés trae estas líneas: "El arcano sin nombre representa la transformación, el paso de un estado a otro. Es la purificación, necesaria para la evolución. El esqueleto labra la sustancia negra del inconsciente para una nueva siembra, para el nacimiento de un ser nuevo".
Después de once horas de camino, Julia y Silvia llegaron justo sobre el tiempo para vivir un ritual en la capital de Risaralda, una ciudad estratégicamente localizada en el centro de la región occidental del territorio colombiano, sobre la Cordillera Central. Es la ciudad más poblada del Eje Cafetero: 488.839 almas habitan 19 comunas y doce corregimientos, a lo largo y ancho de 702 kilómetros cuadrados. Y ahí existe un espacio de 80 metros cuadrados al que solo le caben 117 feligreses que se proclaman "la minoría más feliz del mundo": adeptos del club Garden Underground, más conocido como El Antro.
Un antro es un lugar de mal aspecto o de pésima reputación. Sin embargo, Garden ha redefinido la palabra. Es un oscuro, chico y secreto club de música electrónica que abrió en 2012 y desde entonces ha sido el escenario de cerca de 60 fiestas, la mayoría con DJs de vanguardia en el circuito internacional como Óscar Mulero, Svreca, Polar Inertia o SHXCXCHCXSH, pero también con talentos nacionales como W.I.R.E. o Adriana López.
Para ser más preciso, en el club solo suena techno, uno de los subgéneros más agresivos, introspectivos y difíciles de digerir de la música electrónica. La corriente nació en Detroit a mediados de los años ochenta de la mano de Juan Atkins, Derrick May y Kevin Saunderson como una expresión afrofuturista. Surgió de las cenizas después de la recesión económica y la crisis sociocultural que habían desatado las altas tensiones raciales y la retirada de la ciudad de los grandes fabricantes de autos. Ahí empezaron a brotar movimientos que utilizaron el techno como un arma de resistencia y rebeldía, tal y como sucede ahora no solo en Detroit, sino también en Londres, Berlín, París, Tokio... y ojo a esta: Pereira.
Garden y su bandada tienen mucha ideología. Tanto su prestigio como sus detractores se han forjado sobre lineamientos fundamentalistas: ni fotos, ni videos, cero drogas y cero publicidad de las fiestas, el ingreso a menores de 20 años está prohibido, las mujeres no pueden usar tacones, y los hombres deben dejar las gorras en casa.
De todos los vetos, el de las drogas es el más drástico: "Cero tolerancia para los que no sepan disfrutar de la música sin estar drogados", advierten en su fan pagede Facebook. En cambio, en la pista pregonan una ética que contradice más de un cliché de la escena: "Más música, más pasión, más arte, más deporte… necesitamos un público culto que comparta nuestros valores, la buena energía, la educación y el respeto". El remate es: "¡La chusma culta triunfará!".
Toda revuelta tiene su caudillo, y el jefe absoluto del ‘pequeño Antro‘, como algunos fieles cariñosamente también llaman al lugar, opera en solitario, desde las sombras, bajo la tierra si es necesario. Así ha construido una especie de iglesia que en lo económico apenas se sostiene, pero que se alza sobre la filosofía de la simplicidad voluntaria y el minimalismo empujado al límite para crear una conexión espiritual con sus ravers.
El fundador de Garden pide no revelar su identidad pues, según él, eso equivaldría a la muerte misma. Prefiere que lo llamen El Ente. Su presencia digital es nula, y detesta que hablen de él: odia que la gente que él no conoce lo salude por las calles de Pereira. Lo que muchos desean –exposición, fama, reconocimiento– para El Ente es simple inapetencia. Es un radical, férreo en posturas, estoico en actitud.
–Aquí a veces viene gente muy fea, hermano. Gente que no sabe qué es el Antro.
–¿Lo decís por las pintas?
–No, no, cómo se le ocurre. A mí me ven en la calle y dirán: "¡Qué berriondo tan horrible!" —ríe—. Me refiero a la actitud de la gente, hermano, a la actitud de bandido, de creerse más que el otro.
El Ente tiene 37 años, mide 1,68 metros, su contextura es robusta y su cara redonda, tiene ojos plomizos, tez morena y lleva el pelo negro bien cortado en los costados. Casi siempre viste ropa deportiva, monocromática. Si mucho, varía del negro al gris y hasta ahí llega su armario. Cuando se emociona o se estresa, tartamudea. Cuando no tartamudea, las palabras salen de su boca a una velocidad tremenda, escapan arrastradas por una entonación arriera como la de quien ha trabajado la tierra de este país por muchos años. Dice que no come carne "por solidaridad con los animalitos". Tiene una moto DT modificada, un austero Renault, un monopatín con motor y dos bicicletas estilosas que él mismo construyó y que son su principal medio de transporte.
Su hermetismo es extraño. De entrada, quienes logran interactuar con él lo aman o lo odian. No hay puntos medios. Es una caja fuerte con blindaje afectivo e ideológico. Pero si alguien hackea sus códigos de manera honesta, sin pretensiones económicas o faranduleras, El Ente se abre y se entrega con humildad, con una atención que ni la azafata más curtida de la industria aeronáutica tiene. Sin embargo, aún derribadas las murallas que lo rodean, nunca baja la guardia, nunca le tiembla la mano, no titubea para decirle a su mejor amigo que hizo algo mal. Y siempre es tosco cuando debe dar una opinión.
Sin un ápice de desidia, El Ente hace múltiples recorridos de su casa al Antro para afinar detalles insignificantes de los que solo él y su disciplina se percatan. Mientras sube y baja por la ciudad, el hombre se despacha de manera vehemente contra las tendencias "esnobistas" de la escena electrónica del país del Sagrado Corazón.
—Estos desgraciados tercermundistas no tienen sentido de pertenencia por lo de ellos. Creen que lo único chimba es lo extranjero —reclama.
Incluso hace con naturalidad lo que solo pocos promotores en el planeta se atreverían: regañar o cuestionar a un artista con mucho peso en la escena mundial.
—Hermano, sí, DJs extranjeros que he traído y que me ha tocado pararlos porque no son profesionales. Llegan a pedirme vicio con una tranquilidad... como creyendo pues que aquí se puede conseguir en cualquier esquina con cualquier persona...
—Pero, ¿no crees que es difícil desligar el consumo de sustancias psicoactivas de la música electrónica? Son conexas desde los cimientos de este género.
—Vea, yo no consumo, nunca me he metido nada, pero, claro, tampoco voy a tapar el sol con un dedo. Sé que eso pasa aquí y en otras partes. Si lo van a hacer, que lo hagan en el baño. Lo único que yo pido es que no den visaje, que no se meta por meter, por moda. ¿Sí me entiende?
Lea la crónica completa Noisey en Español