CRÍTICA

La mujer del animal

El director entrega en su última realización un caso límite de machismo y violencia en condiciones de extrema pobreza, a través de una puesta en escena y rodaje que refleja toda su madurez y veteranía fílmica. Una película necesaria de ver.

Gustavo Valencia Patiño
22 de marzo de 2017

Entrar al universo fílmico de Gaviria es, antes que nada, ingresar a muchas y diversas lecturas e interpretaciones de los infinitos aspectos de índole social, cultural y político que escenifica al enfocarse en el microcosmos de la extrema pobreza de una opulenta ciudad, cuya riqueza condena a que cientos de miles vivan en esa situación de miseria. Es la especial particularidad que ofrecen las comunas de Medellín a alguien que ya las conoce, las ha recorrido y las ha llevado a la pantalla grande, quien vuelve de nuevo para presentar muy visualmente ese mundo desconocido, duro y sufrido que tiene la periferia de todas las grandes ciudades tercermundistas. Un especial documento que compendia todas las falencias, injusticias y desigualdades del mundo en general, puesto que en lo particular reside lo universal.

Entrar a su universo fílmico es, también, asistir al especial tratamiento cinematográfico que lo caracteriza, pero esta vez más consumado, con toda su experiencia, es decir, la mirada del veterano y su capacidad en materia de imagen fílmica, la esencia del cine. Así buena parte del relato descansa en saber narrar con imágenes muchos momentos con gran economía de palabras, innecesarias ante la gran capacidad descriptiva que posee la imagen por sí misma, logrando que la tragedia que representa tenga la fuerza e intensidad que transmite, porque en cine el drama es visual, no es sólo a través del guión y lo que va a narrar, no es sólo el realismo de la puesta en escena, sino antes que nada las imágenes captadas, los planos y enfoques, las panorámicas y los encuadres, lo que hace que sea tan impresionante este calvario relatado, como la fuerza y dureza que Gaviria entrega en este film.

Con esta realización, basada en hechos reales, son muchos los temas que surgen con lo que ahí se describe, que quedan señalados para futuras reflexiones sobre todos estos aspectos. A nivel del colectivo social, por ejemplo, todo lo que implica y origina la extrema pobreza: violencia y delincuencia como condición de muchos, como también falta de solidaridad y de unión que fomenta más el miedo y el terror. A nivel individual, permite que aparezcan figuras extremas de machismo exacerbado y sociopatía como el del protagonista y su contraparte, en cuanto sumisión, sometimiento y resignación de la figura femenina.

Recrear estas situaciones es en lo que mejor brilla la veteranía y experiencia del director en cuanto la puesta en escena y el respectivo rodaje, pues a pesar del tono violento y aterrador del relato no hay morbo visual, no hay una representación directa o primeros planos de sucesos de índole sexual o de violencia física, porque todo está, a veces, indicado en grandes planos y en otras ocasiones insinuado, dejando que cada cual realice su propia composición mental y por ende, emocional. El cine tiene la propiedad de decir mucho más cuando sugiere que cuando muestra directamente, algo que Gaviria conoce a fondo y hace énfasis más bien en la trama, en la construcción de los personajes, en sus características personales, como también en plasmar el ambiente cultural y económico que le sirve de marco escénico para poder concretar la aspereza y dureza del relato, la crueldad en sí misma de toda una situación social encarnada en un caso muy concreto e imposible de evadir, y como se decía, al que no se entrega a detallar en primeros planos mórbidos y sanguinolentos, que tanto se practica en el cine comercial y al que al público ya lo acostumbraron con el pomposo título de “realismo”.

Este aspecto del realismo en el cine está relacionado es con el tema mismo que representan las imágenes captadas, es decir, con la filmación de la puesta en escena y donde hay puesta en escena hay ficción, que el cine tiene la facultad de hacerla parecer real. El realismo de las películas de Gaviria en las comunas de Medellín tienen esa singularidad, pues partiendo de los hechos sucedidos en dicho ámbito, se convierte a su vez en el sitio de la puesta en escena para la ficción que rueda con actores naturales del medio; a través de muchos planos y enfoques, muy bien estudiados por cierto, logra ese espacio cinematográfico único para entregar, como en esta ocasión, la vida de un personaje siniestro y maléfico que se ensaña contra una mujer y contra una población que aterroriza y domina.

La comuna de Medellín como muchos otros sitios urbanos de América Latina donde se concentra la extrema pobreza, son lugares donde no existe la ley ni nada de lo oficial, ausencia total del estado, que sólo de vez en cuando aparece con su aparato represivo para hacerse sentir con intimidación y agresión oficial, el llamado “terrorismo de estado”. Queda de paso anunciado el sicariato (tema de dos de sus anteriores películas) y el por qué se produjo dicho fenómeno en esas condiciones socio-culturales de miseria. Situación que también permite que aparezca un caso extremo de esa cultura machista en la que se educan todos y todas, y que reproducen y conservan unos y otras, pues como bien lo dicen las feministas: “machismo se escribe con eme de mamá”.

Con “La mujer del animal” Gaviria entrega una especial realización que obliga a mirar muchos aspectos sociales, culturales y políticos del país a través de toda una brillante cátedra de cinematografía y de talento para saber narrar con imágenes un drama en extremo. Toda una unidad de forma y contenido, de guión, puesta en escena y rodaje, que sirve además como enseñanza para las nuevas generaciones que quieren hacer cine, para que se atrevan a hablar de las diferentes problemáticas que vive la actual sociedad colombiana, pero aún más, para que se atrevan a romper con su estrechez de miras y dejen sus intentos de televisión en cine, o sea, sólo enfoques de rostros y ningún movimiento de cámara al mejor estilo telenovela, y ante la degradación del lenguaje fílmico, tengan en Gaviria un punto de referencia en cinematografía, para que se decidan por la diversidad de planos y enfoques, además de la que otorga el movimiento de cámara, por el intento de valerse de la infinita capacidad descriptiva y narrativa que posee la imagen fílmica y con todo ello, pueda florecer el arte de expresarse con imágenes en movimiento que tanta falta le hace al cine nacional.