ENTREVISTA

“La literatura no tiene ninguna obligación con la sociedad”: César Aira

Alguna vez lo llamaron ‘el secreto mejor guardado de la literatura argentina’, pero hoy -con 67 años- ya es uno de los escritores vivos más importantes de América Latina. Habló con Semana.com desde el Hay Festival.

29 de enero de 2017
| Foto: Leon Darío Peláez / SEMANA

Semana.com: Usted es un escritor muy prolífico, ha escrito más de 80 novelas y normalmente publica de a dos o tres por año. Pero la última, El Santo, salió en 2015, ¿por qué paro?

César Aira: Hice huelga porque me cansé de que me pusieran ese mote de ‘prolífico‘. Empecé a notar que nadie decía que mis últimos libros eran buenos, sino que eran muchos y eso me enojó un poco. Sobre todo una crítica de El Santo, justamente, que empezaba diciendo "¡Otra novela de Aira! ¿Valdrá la pena leerla? Si cuando la terminemos ya habrá aparecido otra"... Así que decidí dejar de sacar cosas por un tiempo.

Semana.com: ¿Pero siguió escribiendo?

C. A.: Sí. De hecho voy a volver a publicar. Este año sale otra novela. Perdón... otras (Risas).

Semana.com: A pesar de su huelga, Penguin Random House sacó el año pasado una biblioteca con varios de sus libros...

C. A.: Es que tenían muchos libros míos ya publicados. Quisieron reunirlos con un mismo diseño y le pusieron ese nombre: ‘Biblioteca Aira‘. Está bien. Me gusta porque yo toda mi vida he sido un hombre de libros y tener una colección con ese nombre suena bien.

Semana.com: Además de ellos, usted también trabaja con editoriales pequeñas. Las que algunos llaman ‘independientes’…  ¿Hay alguna diferencia entre trabajar con ellas y trabajar con las más grandes?

C. A.: La libertad de volumen. Las editoriales grandes piden pasar de las 150 páginas y ponen algunos límites. En cambio las pequeñas no. Estas han proliferado en Argentina y creo que en el resto del mundo porque se ha hecho mucho más fácil el proceso de imprimir. Además, algunas son de amigos míos que me permiten todo: si les doy un libro de 20 páginas, lo sacan. También me dan más libertad de experimentar. Sin embargo la diferencia ya no es tanta porque yo he terminado haciéndome muy amigo de todos mis editores, incluso en las editoriales grandes. Quizá es por un complejo de culpa, porque sé que conmigo están perdiendo plata y no les importa porque les gusta lo que escribo.

Semana.com: En Colombia también hay un boom de pequeñas editoriales, ¿cree que esa tendencia es buena para el mercado literario?

C. A.: Yo creo que es bueno… aunque al final no lo sé, porque también veo que se está escribiendo demasiado. Un amigo mío dice “porque no dejan escribir a los dos o tres que saben escribir y se callan la boca” (Risas). Aunque bueno, así haya mucha industria editorial y mucho libro, uno no puede esperar a que aparezca un gran escritor cada semana o cada mes, ni siquiera cada año. Un escritor realmente buen va a aparecer cada 30 o 50 años.

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Semana.com: ¿Y cuál cree que ha sido el último gran escritor?

C. A.: Borges fue un gigante. Creo que Kafka y Borges fueron los dos grandes del siglo XX. En Argentina acaba de morir uno que fue realmente grande: Alberto Laiseca, creador de un mundo propio. Y eso es lo que falta a veces. Los escritores y novelistas se conforman con escribir una buena novela, y hay tantas buenas novelas que una más no hace la diferencia. Pero crear un mundo propio, un estilo propio, crearse a uno mismo… eso es mucho más difícil.

Semana.com: ¿Cree que actualmente hay escritores tratando de hacerlo?

C. A.: Yo leo muy poco a los escritores contemporáneos. De cada diez libros que leo, nueve son relecturas. Aunque si leo a algunos amigos y a autores jóvenes. Una vez dije que leo muchas dos primeras páginas y algunos se enojaron, pero es la verdad, me mantengo. Sin embargo, yo desconfío de mi propio juicio, porque siempre me va a gustar lo que se parezca a mí, así que me puedo perder algunas cosas.

Semana.com: Sus primeros libros eran largos, pero a mediados de los 90 comenzó a sacarlos cada vez más cortos. Ahora ninguna de sus novelas pasa de las 100 páginas, ¿cómo descubrió cuál  era su tamaño ideal para contar historias?

C. A.: Simplemente me di cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo para ser un novelista “normal”. Fue cuando empezaron a aparecer estas pequeñas editoriales de las que hablamos. En ese momento yo ya había publicado varios libros y tenía cierto nombre, pero se me acercaron tres chicas jóvenes que habían fundado una editorial llamada Beatriz Viterbo (por el personaje de Borges) y me pidieron un libro. Yo me di cuenta de que ellas podían publicar novelas cortas, de unas 70 páginas. Así que les di una en ese formato corto y fue como una liberación.

Semana.com: Usted ha dicho en varias ocasiones que comienza sus libros a partir de una idea concreta, pero ¿cómo las desarrolla? ¿Desde que comienza a escribir sabe cuál va a ser el final?

C. A.: No. La historia se va armando a medida que la voy escribiendo. Pero para eso necesito dos cosas: que la idea sea un poco rara y que rompa la lógica (como un ser inmortal que muere) un poco en el sentido de Borges, y también que sea algo personal, algo que me toque a mí así no sea propiamente autobiográfico. Si solo está la idea, la historia sale como algo frío y mecánico. Y si solo está lo personal, puedo caer en el sentimentalismo y escribir algo patético. No siempre lo logro, de cada cinco historias que empiezo, solo termino una.   

Semana.com: ¿Y tiene una rutina para escribir o espera a que le llegue la inspiración?

C. A.: Soy muy rutinario. A media mañana me voy a un café de Buenos Aires con mi lapicero y mi libretica y escribo una o dos horas. Y a veces en la tarde, si no tengo algún compromiso, hago otra sesión. No soy de inspiraciones momentáneas, soy escritor solamente cuando escribo. De hecho a veces me atasco, no sé cómo seguir y digo “lo voy a pensar a ver si caminando se me ocurre algo”, pero no pasa nada. Tengo que ponerme frente a la libreta nuevamente para desenredarme.

Semana.com: ¿Y ha intentado escribir directamente en el computador?

C. A.: No. Para mí son fundamentales el papel y la mano. Yo pienso que la escritura manuscrita es la base de la civilización y no está bien que se le abandone ahora. Y eso está pasando, tristemente. Yo he visto gente en los cafés que se instala con teléfono, netbook, tablet, pero cuando tienen que anotar algo le piden al mesero un bolígrafo. Y también sé de maestros, incluso grandes, que escriben tan mal que no se les entiende. Se ha perdido mucho… pero no quiero ponerme militante, que cada cual haga lo que quiera.

Semana.com: Pero usted siempre pasa los textos a computador…

C. A.: Sí. Todos los días paso a la computadora lo que escribí el día anterior. Pero siempre imprimo. Si no está impreso no me quedo tranquilo porque esas máquinas no me dan mucha confianza. Se apagan, se queman y uno puede perderlo todo. Las libretas las tiro luego porque ya tengo demasiados papeles en mi casa. Aunque siempre me acuerdo de Marguerite Duras, quien también tiraba los cuadernos con sus novelas originales y un amigo le dijo “¡Piensa en tu hijo!.. Esas cosas luego van a tener algún valor”. Yo también debería pensar en mis hijos, pero no creo que mis cuadernitos lleguen a tener tanto valor en el futuro.

Semana.com: Al inicio de su carrera usted fue traductor de libros, ¿aún práctica ese oficio?

C. A.: No. Yo traducía para poder alimentarme, así que deje de hacerlo cuando deje de necesitarlo. Aun así, de vez en cuando traduzco algo que me gusta para un amigo, porque después de 35 años de hacer algo uno se encariña.

Semana.com: ¿Y qué le dejó esa experiencia a su oficio como narrador de historias?

C. A.: En esa época yo me especialicé en best sellers norteamericanos. Y puede que estos no sean gran literatura, pero tienen una buena estructura narrativa. Además en esa literatura comercial y de entretenimiento hay algo de honestidad: simplemente hacen libros bien hechos y sin pretensiones para que un lector pase un buen rato. Algo que contrasta con esa deshonestidad de algunos escritores que juegan al vanguardismo y que escriben unas cosas poéticas y complejas simplemente porque no saben hacer una narración simple y directa.

Semana.com: Usted es muy crítico de los escritores latinoamericanos que se dedican a opinar de la actualidad mundial y de política local… ¿por qué le molesta que lo hagan?

C. A.: No, no me molesta. Que hagan lo que quieran. Lo que pasa es que yo nunca fui de la línea del intelectual y creo que esa es una traición al papel del escritor artista que tendría que ser solo un creador y no dedicarse a opinar ni a decir la verdad. Además me parece que algunos hacen el ridículo cuando se ponen a hablar de economía o de política, pero tampoco en ese caso me pongo militante.

Semana.com: Y entonces, ¿cuál es el papel de la literatura y de las novelas en una sociedad?

C. A.: No tiene ningún papel. Y esa es su gran libertad, pues al no tener función, puede ser lo que quiera. Ese es el secreto del arte: la libertad, no estar obligado a nada. Por otro lado, hoy con la literatura se hacen muchas cosas que se harían mejor fuera de ella. Un ejemplo son las biografías noveladas o las ‘novelas históricas’. Pues que escriban una biografía o un libro de historia, pero que no las junten con las novelas.

Semana.com: Pero usted alguna vez escribió una novela histórica…

C. A.: Sí. Un episodio en la vida del pintor viajero (2000). Me salió sin querer y había decidido no publicarla porque es algo con lo que no estoy de acuerdo. Pero las chicas de esta editorial que le comente me la pidieron encarecidamente, yo se las di y ahora resulta que es mi novela más popular, más conocida y más traducida. Seguramente porque es la peor (Risas).

Semana.com: ¿Todavía se divierte escribiendo?

C. A.: Escribir para mí es un gran consuelo. Hace poco tuve una época mala, con mi mujer y algunos amigos enfermos, y me salió una novela que sucede en el Imperio Romano. Un general romano al que mandan a pacificar la Panoña (que no sé qué será eso, pero me sonó bien). Yo escribía todos los días una aventura, una batalla, conversaciones entre legionarios, etcétera. Y eso me ayudo a sobrellevar esos meses… La acabé el otro día y me di cuenta que había quedado una novela rara, que parecía escrita por uno de esos niños de 12 años que se entusiasman con historias de los romanos, pero con el estilo maduro de un escritor con experiencia.

Semana.com: ¿Y esa va a ser la próxima novela que va a publicar?

C. A.: No. Va a ser una novelita de indios que va a aparecer en Chile. Quise hacer una cosa bastante extrema: una novela en clave (Roman a clef). Pero es una clave tan extrema que sola una persona en el mundo va a saber de qué se trata. Todos los demás van a pensar que es un disparate. Este tipo de novelas ha caído, quizás porque la gente la ve como una cosa muy antidemocrática, de grupitos selectos que se escriben entre ellos, pero quise hacer este experimento.

Semana.com: Finalmente tengo que preguntarle por Ricardo Piglia, un colega suyo que murió comenzando este año, ¿qué vacío cree que deja él en la literatura argentina?

C. A.: No lo conocí personalmente y casi no leí sus libros, así que no puedo hablar de él. Solo leí su primera novela, cuando salió en los años 70, pero me pareció una tontería. Solo sé que era un profesor prestigioso, muy culto e inteligente.