LIBROS
“Hay que defender la actitud más urgente y revolucionaria: la decencia”, Juan Carlos Botero
El escritor y columnista nos habló de Colombia y de ‘Las ventanas y las voces’, el libro de cuentos que reedita con Alfaguara décadas después de publicado, en el que planteó temas claves que ha desarrollado en su literatura y se sienten poderosamente vigentes.
Casi 30 años después de publicarlas, en 1998, Juan Carlos Botero revisita y refresca algunas de las letras que lo pusieron en el radar de más lectores y de la crítica de ambos lados del Atlántico. En esta entrevista, el escritor y columnista, hijo de uno de los pintores más reconocidos y reconocibles del planeta, habla de por qué reedita con Alfaguara, en 2024, un libro fundacional para él en cómo lo ratificó, muy característico en su prosa clara y en sus descripciones detalladas de espacios, situaciones o sentimientos.
En Las ventanas y las voces, Botero revela temas que luego profundizó en otras novelas y expresa una doble intención. Por un lado, ofrece una compilación de siete cuentos para leer en el orden que el lector escoja (dos de estos le merecieron reconocimientos internacionales tan importantes como el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo, en 1986, y el XIX Concurso Latinoamericano de Cuento, en 1990). Por otro lado, al compartir narrador, leyendo los relatos se hace evidente la segunda intención: darle la dimensión de una novela de siete episodios decisivos en la vida de su protagonista, Alejandro. Sobre su libro y sus letras, en su reciente visita a Bogotá, esto nos dijo.
SEMANA: ¿Por qué y cómo regresar a estas letras?
JUAN CARLOS BOTERO: Desde que publiqué el libro lo quería reescribir. Estaba insatisfecho con varios elementos, era consciente de algunos errores en la terminología, y a medida que fue pasando el tiempo, iba aumentando el deseo de hacerlo. Cuando se va madurando se va cogiendo experiencia, y eso me hizo más consciente del trabajo por mejorar. Además, hay dos cuentos sobre el mar, y desde entonces he escrito dos novelas que tienen lugar en el mar, y es muchísimo lo que he aprendido sobre el tema. Ese conocimiento había que aportarlo a los cuentos. Cuando me senté a reescribirlos, ya con más experiencia y conocimiento, fue un deleite. Me di cuenta de que los cuentos no estaban mal y me dediqué a mejorar. Quedé contento con el resultado.
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SEMANA: Al actualizar sus letras, ¿siguen reflejando al Juan Carlos Botero de esos días?, ¿se vuelven más intemporales?
J.B.: Hay de ambas cosas. Hay un reflejo de lo que era en esa época, pero me gustó comprobar que las inquietudes, los conceptos y las posiciones filosóficas, si se puede hablar de esa manera, siguen vigentes. Y he ido explorándolas, alargándolas y desarrollándolas en otros libros: la fugacidad de la existencia; la pena del desamor; la toma de conciencia de la importancia de los detalles pequeños; ese tipo de cosas. Los temas profundos del libro son válidos. Hay libros que uno lee y puede considerar obsoletos; este no fue el caso.
Los temas profundos del libro son válidos. Hay libros que uno lee y puede considerar obsoletos; este no fue el caso.
SEMANA: Sobre su motivación y su propósito de escribir, ¿ha cambiado en 30 años de camino?
J.B.: Ha aumentado la convicción, lo cual es importante. Cada vez estoy más convencido de que el arte y los libros cumplen una finalidad indispensable, fundamental en una sociedad, y más en una como la colombiana. Yo creo que cuando las personas leen, entran en contacto con mentes superiores. Eso me pasa a mí. Leo a los grandes autores y soy consciente de que son mentes superiores, y eso me ayuda a relativizar mis propias convicciones, a desafiar mis opiniones, mis juicios, prejuicios y conceptos. Y eso se traduce en un concepto maravilloso, la tolerancia, porque te das cuenta de que hay otras perspectivas que son igualmente válidas a las tuyas, incluso superiores, que enriquecen la tuya.
La literatura cumple una finalidad indispensable en una cultura como la nuestra, porque transmite, enseña y nos forma en ser más tolerantes. Nos hace mucha falta
Y lo que pasa en Colombia, y gran parte de su violencia, nacen de la intolerancia: la intolerancia racial, de clase, sexual, de género, política... Entonces la literatura cumple una finalidad indispensable en una cultura como la nuestra, porque transmite, enseña y nos forma en ser más tolerantes. Nos hace mucha falta.
SEMANA: Los escritores parecen Quijotes en esta era de redes sociales e inmediatez. ¿Se ha reinventado en este escenario?
J.B.: Me he reinventado en el sentido en que, aparte de la literatura, mantengo una columna de opinión (en El Espectador) en la cual escribo con mucha periodicidad, y también soy muy activo en Twitter, no le digo X, me parece una ridiculez. Creo que ahí uno tiene un papel clave de tratar de elevar el debate nacional, sacarlo de la cloaca. Hay demasiado odio, demasiada bilis que se instila en las redes sociales. Al contrario de eso, uno tiene que defender la actitud que más se necesita en este momento, la más urgente y revolucionaria: la decencia. En otros momentos se requerían otras cosas; hoy en día, es lo que más se necesita, que discutamos de una manera basada en el respeto, en la validación del otro; hablar desde una posición de permeabilidad, de autocrítica, de tolerancia, aspectos fundamentales.
Hay demasiado odio, demasiada bilis que se instila en las redes sociales. Al contrario de eso, uno tiene que defender la actitud que más se necesita en este momento, la más urgente y revolucionaria: la decencia
En este país cometemos el error de creer que los violentos son otros. Y como son remotos, son aquellos, no somos nosotros, “dejarán de ser violentos mediante procesos de paz”. Eso es cierto y es importante, pero es una parte de la solución y una parte del problema: en Colombia somos reproductores de la violencia, no solo víctimas de esta. Y si creen que exagero, basta preguntar cómo polemizamos, cómo dialogamos, cómo conducimos; preguntarnos por qué son tan altas las tasas de violencia doméstica, intrafamiliar, de género, de maltrato infantil. Vivimos una cultura de violencia en esta sociedad. Por ser un problema cultural, somos reproductores. Igual pasa con el machismo. “Hay individuos machistas”, se piensa, pero la cultura es machista y contamina todo.
SEMANA: En esta nueva edición de Las ventanas y las voces integra dos relatos premiados. ¿Cómo estableció ese orden?
J.B.: El libro tiene un epígrafe de Shakespeare que habla sobre las siete etapas de la vida de una persona. Y yo quería, inclusive desde el comienzo, que el libro se pudiera leer de dos maneras. Como una colección de cuentos, que se pueden leer en el orden que la persona quiera; y también como una novela de siete capítulos. Porque hay un personaje principal que se mantiene en todos los relatos, que aparece con o sin nombre. Y ese personaje atraviesa momentos importantes de formación, vive descubrimientos importantes sobre el amor o el desamor; la violencia, la traición, la amistad, la fugacidad de la vida.
A través de este personaje trato de mostrar las cosas que nos pasan a todos. Porque en el fondo tenemos experiencias comunes, y esto forma parte de la condición humana
A través de este personaje trato de mostrar las cosas que nos pasan a todos. Porque en el fondo tenemos experiencias comunes, y esto forma parte de la condición humana. Cuando se habla superficialmente con las personas prevalecen las diferencias: cultura, origen, convicciones, ideas, clase social, esas grandes diferencias; pero a medida que vas metiendo las manos, vas llegando a la raíz, a la condición humana, y esa es compartida. Todos pasamos por las mismas experiencias. El libro pasa por comunicar por medio de este personaje cosas que tenemos en común.
SEMANA: El personaje revela de dónde viene y sus privilegios. ¿Cuánto le cuesta socialmente poner el foco ahí?
J.B.: Hay un costo, pero es importante hacerlo. Todos los cuentos están basados en experiencias personales, reales, y eso importa porque le da veracidad y verosimilitud a lo que estoy contando: lo viví en carne propia. Desde la pérdida, hasta el contacto con la violencia, el privilegio.
SEMANA: Fuertes experiencias...
J.B.: De un lado y del otro, unas fueron muy buenas y otras muy malas. Ahora, en el caso del privilegio, vi que había una gran oportunidad. En el cuento ‘La fiesta’ narro una especie de parábola o fábula. Porque vi eso de niño, la opulencia, la riqueza. Y lo lindo de ese cuento es que es visto a través de la pureza e inocencia de un niño. Está fuera del mundo de los adultos, pero se acerca como un espía (que era lo que yo hacía). Cumple el papel de una cámara que registra todo, sin juzgar, sin criticar, sin opinar, solo registra la opulencia de ese mundo.
Los dueños del país se preocuparon más por proteger sus privilegios que en liderar el cambio social que necesitaba Colombia, y el país se los llevó por delante. Pasaron a la irrelevancia. Y por eso el cuento tiene ese final, que es casi un suicidio. Esa es la metáfora
Y hay algo importante ahí. Ese grupo social (los dueños del país, manejaban la industria, el comercio, las fábricas, la tierra, la agricultura, y la política) se preocupó más por proteger sus privilegios que en liderar el cambio social que necesitaba Colombia, y el país se los llevó por delante. Pasaron a la irrelevancia. Y por eso el cuento tiene ese final, que es casi un suicidio. Esa es la metáfora. Les estalló su propio mundo en las manos. No fue una clase dirigente ilustrada, preocupada por liderar.
SEMANA: ¿Seguimos igual?
J.B.: No, creo que el país ha cambiado mucho, para bien. Ha habido una atomización de grupos. Ya no estamos en manos de solo unos cuantos individuos. Hay muchos grupos y sectores con diferentes grados de poder. En Colombia sí ha habido una democratización importante, pero seguimos muy lejos de lo que nos falta. El problema es que ahora sufrimos una situación dramática: la polarización y las redes sociales llenas de odio nos están haciendo un daño tremendo. Han dividido el país en dos bandos, en los que cada uno ve al otro como un enemigo, y ante el enemigo solo queda un camino: declararle la guerra y derrotarlo. Pero, ¿qué pasa en un país cuando una mitad no puede derrotar a la otra? Están obligados a convivir juntos. Y esto desemboca en la parálisis, en el fin del sistema o en una guerra civil. Por eso es tan importante recuperar una cultura de la decencia. Tenemos que vernos como somos: no enemigos, compatriotas y hermanos. Es indispensable, urgente.
Ha habido una democratización importante, pero seguimos muy lejos de lo que nos falta. El problema es que ahora la polarización y las redes sociales llenas de odio nos están haciendo un daño tremendo
SEMANA: En el cuento que da nombre al libro toca ese tema de una violencia en este país que indigna, pero se vuelve rápidamente paisaje... Es impactante.
J.B.: Lo es. Y sí siento que la gente está narcotizada. Con ese cuento, quería mostrar lo que sucede con una sociedad cuando está expuesta a un bombardeo sistemático de hechos violentos de manera cotidiana. Sí creo que lo que pasa en Colombia es diferente a lo que pasa en otros países. Hay un nivel inusitado. Y pasa lo mismo. Primero se reacciona con horror, espanto; y luego, a fuerza de repetición, va aclimatándose, familiarizándose, narcotizándose ante tanta violencia. Y termina siendo reproductora y víctima de la violencia. Es inevitable.
Lo que vi en ese momento de mi vida, que fueron cosas terribles en Bogotá, me permitió crear esta historia. Muestra a través de estos niños lo que le pasa a esta sociedad, que es lo mismo que a ellos: se asoman a una ventana, ven cosas horribles todos los días. Como nosotros también, que nos asomamos a la misma pantalla del televisor, computador, teléfono, revista o periódico, y vemos hechos violentos. Nos pasa algo asociado a “la banalidad del mal” que señaló Hannah Arendt: se trivializa el valor de la vida. Cuando se atropella una persona se habla de “un muñeco”, y como decía Nietzsche, con mucha razón, “un chiste es el epigrama de la muerte de un sentimiento”. Es duro y es cierto.
SEMANA: En varios de los cuentos aborda la mortalidad, y cómo el contacto cercano con la muerte da otra perspectiva de la vida...
J.B.: Es la toma de conciencia de la fugacidad de la existencia, de nuestra condición mortal, que yo creo que la gente no la tiene muy desarrollada. O no mucha gente...
SEMANA: Solo sintiendo la muerte de cerca se logra ver esto, quizá...
J.B.: De pronto. El problema es que vivimos como si fuéramos inmortales, y no es así. Por eso, en mi opinión, no apreciamos la vida como debe ser apreciada. Creo que hay una influencia muy negativa de la Iglesia católica, que nos ha enseñado a valorar y apreciar las cosas eternas, la vida eterna, lo que vendrá después, y no lo terrenal. Y, al contrario, creo que las cosas extraordinarias en esta vida lo son no a pesar de su ausencia de límites, sino precisamente por sus límites. Las cosas más preciosas: el amor, la amistad, la familia, la vida misma, están limitadas por la misma fugacidad de la existencia y ahí está su grandeza. En un cuento que se llama ‘Entonces’ hay dos versiones. Uno tiene seis palabras: “Entonces —y solo entonces— se sentó”. El otro tiene el mismo comienzo, y se abre un paréntesis de páginas enteras en las que no hay un solo punto. Es una sola experiencia que se narra y que refleja una toma de consciencia de esa fugacidad de la vida. Y refleja que una persona, en un hecho como el de sentarse, puede tener una transformación vital definitiva.
SEMANA: En este punto, en el que ha perdido a sus padres, ¿mira distinto a la mortalidad? ¿Cómo impacta en su vida?
J.B.: Tuve esa consciencia de contacto con la muerte muy joven. Y desde entonces tengo esa apreciación y valoración de la vida. Y cada experiencia negativa que he tenido (un cáncer casi me mata, he perdido a muchísimos seres queridos, he vivido traiciones, cosas difíciles), lo único que hace es confirmar la necesidad de apreciar lo que queda. No fue que el cáncer me llevó a descubrirlo, ya tenía eso desarrollado hace mucho tiempo. Y creo importante andar en el mundo con los ojos bien abiertos porque el destino puede cambiar en un parpadeo.
SEMANA: ¿Le han llamado traidor de clase? En sus columnas y en sus libros denuncia esa clase pudiente y dirigente…
J.B.: Escribí esos cuentos estando inmerso en la realidad colombiana, entonces fue muy difícil. Sí hubo mucha gente que protestó, algunos me criticaron y me llamaron traidor de clase, lo cual me pareció un elogio, porque la verdad era una clase que había que denunciar. Y fíjate que eso hacen todos los artistas, escritores, pintores y demás: recrean un mundo que vivieron de jóvenes en alabanza estética, pero a la vez con suficiente distancia para tener una actitud de crítica, denuncia, o de satirizar ese mundo. Por eso es importante hacerlo. No puede ser solamente el elogio, hay que tener una posición crítica. En el caso de Goya, por ejemplo, sus cuadros son un canto al mundo de Madrid en su época, y también unas denuncias muy violentas, puntuales y agudas.
Escribí esos cuentos estando inmerso en la realidad colombiana, entonces fue muy difícil. Mucha gente protestó, algunos me criticaron y me llamaron traidor de clase, lo cual me pareció un elogio
SEMANA: ¿Qué lectura reciente lo asombró?
J.B.: Un libro que leí hace no mucho tiempo, que me gustó muchísimo y me pareció muy valiente. Se llama Línea de fuego, de Arturo Pérez-Reverte. Cuenta un episodio de la guerra civil española, pero muy distinto de lo que hizo Hemingway, quien escribió sobre ese conflicto teniendo muy claro quienes eran los buenos y los malos. Esto hace su visión incompleta, más falsa que auténtica. Pérez-Reverte muestra la guerra en toda su complejidad. Donde hay fascistas valerosos, hay comunistas cobardes, hay progresistas admirables, mujeres tremendas y otras traidoras. No es esa mirada de blanco y negro, de buenos y malos, que puede ser conveniente, pero no es real. Y lo que muestra Pérez-Reverte, y me parece notable, es crear este tejido social en medio de esta guerra de muerte entre hermanos, compatriotas. Y esta desafía nuestros propios conceptos como lectores, porque de repente ver con admiración a un fascista (con convicciones tan válidas o equivocadas como su opositor, que también tiene excesos) para uno es difícil. Es un libro maravilloso.
SEMANA: ¿En qué trabaja estos días?
J.B.: Ahora hago una cosa que me tiene contento. Escribo un libro de memorias en el que cuento lo que fue nuestra infancia, con mi padre; es un libro muy bello porque él vivía en esa época en medio de una pobreza terrible, no tenía con qué comer; y las cosas que él hacía para distraernos y divertirnos eran maravillosas, con base en su imaginación. Les debo a él y a la familia ese libro. Y también estoy reescribiendo el libro que escribí sobre el arte de mi padre. Lo publiqué en 2010 y desde entonces mi padre alcanzó a hacer muchísimas más cosas, y yo alcancé a entender muchísimas otras. Él decía, lo dijo muchas veces, que ese libro era la biblia sobre su obra; el mejor libro que se ha escrito sobre ella, por eso lo digo públicamente.
Fernando Botero es uno de los artistas más reconocibles del mundo entero, al mismo tiempo, es uno de los más incomprendidos y malinterpretados
Me parece importante que exista este libro, que la gente pueda acudir a él, porque pienso que Fernando Botero es uno de los artistas más reconocibles del mundo entero. En cualquier parte del mundo, cuando alguien ve una obra de Botero, la reconoce como tal; pero, al mismo tiempo, es uno de los artistas más incomprendidos o malinterpretados que hay. La gente sigue pensando que se trata de un elogio a la gordura. El libro explica en qué consiste su arte y expone las razones por las cuales es importante. Habla de su estilo, de la creación de un mundo, de la temática, de la riqueza técnica. Explica todo.
SEMANA: Si le toca describir su estilo, ¿cómo lo hace?
J.B.: Aspiro a crear un estilo que sea transparente. Yo no soy ese que escribe de manera oscura, densa, y “si el lector no entiende, es culpa del lector”. Mientras más transparente la prosa, más clara la poesía.
Esa es una intención. Pero hay otra muy importante para mí: la gente se acerca a la literatura en busca de entretenimiento o en busca de enriquecimiento. Y creo que ambas actitudes son válidas, yo mismo las encarno. Para mí un buen libro, que me gusta, tiene que tener ambas cosas. Y trato de crear, en un nivel, una trama que sea fascinante, cautivante, que tenga una trama con acción, con suspenso, emoción, que agarre de las solapas al lector o a la lectora, y que, en otro nivel, al tiempo, haya la posibilidad de percibir intuiciones, ideas más profundas, observaciones sobre la condición humana, sobre la vida, sobre el amor, la muerte, la traición, que ayuden a tener una riqueza más profunda en la lectura, ¿no?