HISTORIA CON CANAS

La lucha contra Franco, la militancia comunista, los campos de concentración, el exilio, la literatura, el cine, se suman en la vida del español Jorge Semprún

28 de noviembre de 1983

La Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, el exilio, la lucha clandestina contra Franco, la militancia comunista, la expulsión del Partido, premios literarios, éxitos cinematográficos, en fin, una vida muy rica en experiencias disimiles donde están condensados la mayoríá de los fenómenos políticos de este siglo. Toda esa suma de vida la encarna Jorge Semprún, descendiente del duque de Maura, hoy con sesenta años cumplidos y una cabeza llena de canas. Durante su estadía en Bogotá, con motivo de la entrega del premio "Simón Bolivar" de periodismo, se ha agitado la visión del Semprún aventurero.
Esto está contado en sus libros, casi todos de corte autobiográfico. SEMANA habló con el escritor sobre su trabajo literario y sobre algunos aspectos políticos.
SEMANA.: Comencemos por lo que sería la pregunta final. Ya que todos sus libros han sido autobiográficos y que usted ha contado en ellos toda o casi toda su vida, entonces, ¿qué se plantea para el futuro con su literatura?
JORGE SEMPRUN.: En primer lugar, nunca se termina de contar la vida de uno, así que hay cosas que no se han dicho. En segundo lugar, todos los libros no son autobiográficos de la misma manera. Los hay que son directamente autobiográficos como "El largo viaje", como "Aquel domingo", como "La autobiografía de Federico Sánchez", como el mismo título lo indica. Hay otros que son más distanciados. "La segunda muerte de Ramón Mercader" no es autobiográfico, realmente. Hay experiencias, pero en todos los libros de todos los escritores hay experiencia personal.
S.: Pero los personajes son muy como usted, por ejemplo el Rafael Artigas de "La Algarabía".
J.S.: "La Algarabía" es digamos, para mí, el último libro en que se mezcla la autobiografía con la ficción, y en el cual el personaje se me parece mucho, no porque se haya muerto al final del libro, sino porque en cierto modo sería como si yo mismo matara mi personaje autobiográfico. Diría: "bueno, ya se terminó".
Esto me obliga en el porvenir a escribir novelas-novelas -nivolas, como decía Unamuno-, o sea, elaborar novelescamente un material en el que puede haber una parte de experiencias, pero en fin, esto es relativamente corriente; o, escribir realmente una autobiografía. Los libros autobiográficos míos son de la parte digamos política de la vida y la infancia no la he contado todavía. Todavía no he escrito "La recherche du temps perdu". Y todavía puedo escribir mucho, no se haga ilusiones, todavía puedo escribir muchisimos libros autobiográficos. Hablando en serio, es verdad que "La Algarabía" cierra de cierto modo, un ciclo. Y por eso, natural y deliberadamente mato al personaje que en cierto modo se me parece más, porque no sólo se me parece mucho, sino que incluso le doy el nombre de uno de mis seudónimos de la clandestinidad: Rafael Artigas. Lo decisivo es que yo termino matando ese personaje y quedo libre, quedo libre dé mí mismo, en cierto modo.
S.: ¿Cuál será el punto de unión con la realidad de las dos novelas que está escribiendo?
J.S.: El punto de unión con la realidad de las dos novelas en curso, la española y la francesa, se mantiene muy articulado, muy firme, muy directo.
Una de las novelas aunque no sea sobre la Guerra Civil Española, ésta se encuentra en su trasfondo. Es la novela que estoy escribiendo en castellano, no la he terminado todavía, porque necesito que me salga muy bien. Lo necesito íntimamente, no que me salga medianamente bien, sino muy bien, porque es una novela en la que hay en juego para mí muchas cosas. En primer lugar, está en juego el castellano como idioma, puesto que yo he escrito sobre todo en francés. Mi único libro en castellano es "La autobiografía de Federico Sánchez", pero era un libro en el que los objetivos literarios no eran lo más importante. No porque piense que el libro esté mal o bien escrito, sino porque esto no era el objetivo principal.
En cambio, en la próxima novela, el protagonista principal es el castellano, o sea ese entronque mío con el idioma de la infancia. Y en el trasfondo está la guerra civil, pero la guerra civil no vivida, sino en el recuerdo. La construyo sobre un día, el 19 de julio, el aniversario del comienzo de la guerra, en el 56, en una casa de campo de una provincia del sur de España. La novela se desarrolla con la ceremonia que hace por última vez la dueña de la finca. Es una ceremonia expiatoria que hace todos los años para recordar a los campesinos que mataron a su marido el día del 36. Y esta vez les obliga a hacer de nuevo como si mataran al dueño de la finca para hundirlos de nuevo en la memoria del crimen aquel. Y aqui se puede decir que se termina todo, porque es la última vez que lo hace.
S.: ¿ Y la novela en francés?
J.S.: La otra novela francesa es diferente, porque el tema gira en torno a uno que ha estado deportado, que es escritor y que precisamente ha hecho todo lo contrario a lo que yo he hecho: que nunca ha escrito sobre los campos de concentración. Lo ha olvidado por completo, lo ha ocultado en su memoria. Ese día se ve obligado a enfrentarse con su propia memoria que la ha estado reprimiendo constantemente y termina suicidándose porque no resiste su peso. Sin embargo, se entroncan ambas novelas con experiencias que son experiencias de mi tiempo, de mi época. Veo difícilmente cómo pueda escribir novela que no tenga cierta relación-y muy directa-con la historia, y no sólo la historia política de nuestra época.
S.: Y ahora, la pregunta obvia, ya que está en Colombia; ¿Qué piensa de la obra de García Márquez?
J.S.: Yo a GGM lo he conocido -novelísticamente hablando-a partir de "Cien años de Soledad", no antes. Pues para mí "Cien años de Soledad" no es un comienzo, sino una culminación y, posiblemente, una culminación totalmente lograda de una tradición literaria latinoamericana, suramericana, hispanoamericana, póngase la connotación que se quiera, que ya conozco. Para mi hay un hilo, como una especie de filón, de veta subterránea y aparente, directa, entre algunas grandes novelas, ya antiguas, desde Roa Bastos, desde Asturias, desde Valle-Inclán-el "Tirano Banderas"-hasta los "Cien años de Soledad". "Cien años de Soledad,, es, desde luego, uno de los frutos más espléndidos de esa tradición. En esta novela yo tengo el choque de lo perfecto, de lo conseguido, o de lo esplendoroso, pero no tengo el choque de lo nuevo como puede ser el de alguien que desconozca esa literatura, o que lo haya leído traducido. Entonces es, en cierto modo, obra maestra, pero obra maestra de culminación, no obra maestra de inicio, como el "Ulysses" o Kafka.
S.: Y con respecto a los últimos cuentos como: "El rastro de tu sangre en la nieve" ¿no cree que se acercan más a los europeos?
J.S.: Es un cuento magistral, pero es un cuento que no sé si abre caminos. Es un cuento en que la maestria formal es evidente, pero que es tan fitzgeraldiano que a veces resulta inquietante. Lo digo en serio. Parece que, paradójicamente, a medida en que aumenta o que se hace evidente el compromiso y la actividad política de GGM, su literatura se hace cada vez más formal y más alejadas de los temas histórico-políticos que daban la materia, la sustancia de su obra maestra.
Yo siempre pienso en ese cuento que usted acaba de citar. Pienso en la maestría, en ese fenómeno de exquisitez formal de su literatura a medida que avanza su compromiso político. (Como si hubiera una dicotomia obscura y difícil de entender entre su compromiso político y su compromiso literario.
S.: Hablando de compromiso político, ¿cómo ve usted la práctica del intelectual en un proceso social concreto?
J.S.: Cuando hablamos del intelectual, hablamos de un ente abstracto.
El intelectual es un ensayista, un columnista político en un diario o novelista, o hace las dos cosas a la vez, cuando tiene talento, posibilidades y cultura. Si hablamos del intelectual genérico, yo diría muy rápidamente, después de muchos años de experiencia, de muchos vericuetos de la vida, que la función primordial del intelectual es la crítica.-No por sentido de superioridad, tampoco en el sentido leninista de que es el que aporta desde fuera ideas y conciencia. Yo creo que esto es muy peligroso, incluso porque que termina con la idea del intelectual colectivo, o sea de partido, que es el que da conciencia y directrices. Y eso históricamente, hemos visto que conduce inevitablemente a sistemas de despotismo ilustrado o a veces poco ilustrado, pero despotismo en el sentido de eliminar de la historia a la clase obrera real, puesto que no está en condiciones de hacer la historia y de hablar ella misma, y para hablar en su nombre hay que reducirla al silencio, porque si la clase obrera habla no hablamos en su nombre. Claro, una En clase obrera amordazada no puede decir "esta boca es mia" ni decir que los que hablan en su nombre no la representan, que usurpan su palabra.
Entonces, dentro de esto, el intelectual ejerce la función crítica.

s.: ¿Cómo debe ejercer esa función?
J.S: Descubriendo los valores democráticos que, desde el año 17 y a través de la influencia de un cierta visión del marxismo, son valores que hemos considerado todos los intelectuales de izquierda como valores formales o limitados o limitativos y que realmente no son asi. En profundidad, los valores democráticos son valores fundamentales en la medida en que están fundados en la aceptación de que la sociedad funciona sobre las contradicciones y sobre los conflictos. Esas contradicciones y conflictos son la esencia de la sociedad. No son el motor del desarrollo como se dice en la dialéctica posthegeliana y marxista sino que son realmente, la esencia de la sociedad.
Toda pretensión de eliminar contradicciones y conflictos a través de una unificación de la sociedad por desaparición de las clases o por la creación del "hombre nuevo", en general conduce siempre a soluciones totalitarias. El conflicto puede llevarse y es mejora través de las reglas del juego democrático, a través de la convivencia, a través de la alternancia, de la tolerancia. Puede haber casos en que sólo pueda solucionarse por la violencia, no digo que sea necesarío o que sea probable, pero puede haber casos de ocupaciones, de guerras justas contra la invasión extranjera en que sólo la violencia pueda resolver las cosas. Hemos tenido todos,-hablo de los intelectuales de izquierda-la visión fantasmática de la supresión de las contradicciones, de la reunión de la sociedad a través de un proyecto común, totalmente alienante. No puede haber una sociedad civil con real participación, si no hay un conflicto, y división y etc... -
Pedro Cote -