SENTENCIA
Historia de una falsificación
Después de nueve años, la Justicia colombiana acaba de darle la razón a Rodrigo Obregón en sus denuncias sobre la falsedad de unos cuadros de su padre encontrados en una escultura.
Rodrigo Obregón, hijo del pintor Alejandro Obregón, ha vivido fuera de Colombia la mayor parte de su vida. En una de sus visitas al país en 1994, dos años después de la muerte de su padre, alguien le dijo: “¿Supiste? Un señor encontró un montón de obras de tu padre enrolladas dentro de una escultura”. A Rodrigo Obregón esa historia de inmediato le sonó falsa. En primer lugar, porque su padre no guardaba obras; en segundo lugar, porque le parecía imposible que en una pequeña escultura cupieran 36 obras. “Era como si dentro de un TransMilenio hubieran encontrado un televisor”, dice. Algo difícil de creer, pero fue creído en un país que siente fascinación por los tesoros, las minas y las historias de ‘millonarios instantáneos’. El periódico El Universal de Cartagena, en su edición dominical, le dedicó una página a resaltar el valor de algunas de las obras encontradas: “Tres obras desconocidas que nos ofrecen una faceta poco estudiada de Obregón: la escultura, y la sombra de una urdimbre que no cesa: la obsesión de la luz de Cartagena”.
El estupor de Rodrigo Obregón fue mayor cuando el pintor Omar Gordillo le mostró las supuestas ‘obras desconocidas’: la imitación no podía ser más burda. En su calidad de amigo de la familia Obregón, Omar Gordillo había sido contactado por el señor Ismael Morales Marín, el dueño de la escultura y las obras allí contenidas, para que le ayudara a obtener un certificado de autenticidad. Según las leyes colombianas, solo el autor o sus herederos pueden expedir ese certificado. Por supuesto que Gordillo no accedió a la petición ni a la jugosa comisión que le ofrecieron. Además de amigo, era conocedor de la obra de Alejandro Obregón y sabía que esas ‘obras desconocidas’ no cuadraban con el registro histórico del maestro que por esa época no pintaba barracudas, ni alcatraces, ni toros. Y mucho menos piratas. En realidad, Obregón nunca pintó piratas: su famoso Blas de Lezo, aunque tuerto, no era un pirata sino un almirante español. Morales Marín argumentaba que las obras que habían llegado a sus manos gracias a “un golpe de buena suerte” provenían de un regalo que Alejandro Obregón le había hecho a Ramón Vinyes, un librero español. “Ramón Vinyes se fue de Colombia en 1938 con un cuadro al óleo de Alejandro Obregón, el cual se lo había regalado Germán Vargas”, dice Omar Gordillo. Porque ese era otro punto inaceptable para él: los supuestos originales de “los años cuarenta” no estaban pintados al óleo sino en acrílico, técnica que Obregón solo empezaría a utilizar hasta 1961 y en el mundo de la pintura apenas en 1955, con Jackson Pollock y su action painting.
Pese a las advertencias de Omar Gordillo y Rodrigo Obregón, Morales Marín seguía vendiendo ‘sus obregones’. Mucha gente le compraba con el aval de algunas galerías. Lo que rebasó su paciencia fue un artículo aparecido en noviembre 3 de 2002 en El Espectador, que decía lo siguiente: “Y son legítimas, o por lo menos así lo creen los expertos de la casa de remates Christie’s, quienes adquirieron y remataron dos de los gouaches de propiedad de Morales Marín con excelentes resultados, según le dicen al tolimense suertudo”. Rodrigo Obregón y Omar Gordillo no veían otro camino que desenmascarar a Morales Marín y sentar un precedente con los falsificadores. Le tendieron una celada fingiendo que le iban a dar la anhelada certificación de sus 36 obras. Previamente habían advertido del encuentro al DAS y a algunos medios de comunicación que aparecieron en el momento oportuno. Morales Marín fue detenido después en una escena bastante teatral en la que Rodrigo Obregón, como actor de cine que era entonces, lo acusó de ser un estafador. Se inició ante la Fiscalía el correspondiente proceso de falsificación y defraudación de los derechos de autor. Entretanto, Rodrigo Obregón regresó a Hollywood y contrató a un abogado para que siguiera adelante con el proceso. A los dos años lo llamaron de Caracol Televisión a preguntarle su opinión sobre el fallo. “¿Cuál fallo?”, preguntó. “El que dice que los cuadros de Morales Marín son auténticos”, le dijo el periodista. La Fiscalía había decidido precluir el proceso con base en los dictámenes de un grafólogo y una restauradora. “Yo fallé teniendo en cuenta a los científicos”, le dijo el fiscal del caso a Rodrigo Obregón, ahora contrademandado por calumnia, lesiones personales, falso testimonio y 25.000 millones de pesos. Por lo tanto, el hijo del pintor estaba a punto de ir a la cárcel arruinado y la Justicia le había dado vía libre a Morales Marín para que le siguiera vendiendo a los incautos. “No estuvimos muy lejos de que esos cuadros hubieran ido a parar al Museo Nacional”, dice Obregón.
Con el caso precluido, los abogados no le daban muchas esperanzas. El único consuelo fue una carta de algunas personalidades y de los más importantes artistas del país, que le daban la razón. Pero ese apoyo tuvo consecuencias: ellos también fueron demandados. Enfrentado a ese panorama sombrío, Rodrigo Obregón se encontró con Camilo Mercado, un joven abogado que, al tiempo que conseguía frenar los procesos penales, logró demostrar que se había falsificado la firma de un notario de Cartagena, lo cual ameritó que la Fiscalía revisara el caso y ordenara un allanamiento que cambió las cosas: en la casa de Morales Marín, en Suba, encontraron en condiciones precarias 350 obras de Picasso, Miró, Delacroix, Tamayo, Darío Morales, Luis Caballero y, por supuesto, de Alejandro Obregón, que milagrosamente había pasado de 36 a 60 obras. Ese hecho, sumado a los peritajes concluyentes del grafólogo forense Reinel Azuero y Carmen María Jaramillo –curadora de arte y autora de un libro sobre Alejandro Obregon–, quienes negaron tanto la autenticidad de la firma como la autoría de Obregón en los cuadros de Morales Marín, les hizo creer que la Justicia muy pronto corregiría su error.
Pero no fue así. Entre recursos, dilaciones y cambio de fiscales, la sentencia se demoró nueve años y solo quedó en firme el pasado 17 de febrero. Ismael Morales Marín fue finalmente declarado culpable de defraudación a los derechos patrimoniales de autor y sentenciado a dos años de prisión –excarcelables– y una multa de 7.360.000 pesos.
La condena es quizá irrisoria, pero para Rodrigo Obregón, Omar Gordillo y Camilo Mercado es un gran triunfo en un caso que parecía perdido sin remedio. Y puede ser un buen comienzo en un ámbito donde campea la falsificación y, hasta hace poco, la impunidad total. Ismael Morales es apenas la punta del iceberg. Hay más falsificadores de Obregón, incluso con una mejor calidad técnica. Y no solo del cartagenero, pues artistas como Fernando Botero, Nadín Ospina, Carlos Jacanamijoy, Juan Manuel Lugo y Maripaz Jaramillo han sido víctimas de los falsificadores, con la complicidad de algunas galerías. “Cuando fui a reclamar a una galería me dijeron que tal vez mi memoria estaba fallando y yo no me acordaba muy bien de los trabajos que había hecho”, dice Nadín Ospina.