Sociedad
‘How to Change Your Mind’, o la psicodelia sanadora que renace de las cenizas de la guerra contra las drogas
Un best seller hecho documental registra un nuevo horizonte de la cultura psicodélica, evapora mitos alrededor de sustancias naturales y químicas aún demonizadas y les abre la puerta como parte de una revolución urgente para quienes lidian con traumas severos.
En este crucial momento, el país y el planeta se preguntan cómo replantear una guerra contra las drogas imposible de ganar. Desde los años setenta, esta deja millonarios a unos pocos, unos cuántos prófugos, miles de encarcelamientos, una cadena criminal con una terrible estela de corrupción y, ante todo, muchísimas víctimas (entre las cuales se cuentan comunidades enteras, este país entero). Y es paradójico que algunas sustancias perseguidas –no todas– puedan formar parte de la solución a problemas mentales en la sociedad moderna, que estén en medio de normalizar un sentido de compasión tan obviado como importante.
Para asimilar esta posibilidad, se hace necesario evitar entrar en shock y mirar más allá del prejuicio. Es un hecho que, ante estas sustancias, en países como Suiza, Estados Unidos o Inglaterra (lejos de ser perfectos, pero parte de la vanguardia académica) vuelve a la superficie una mirada científica sobre una mirada medieval impuesta, que llevó al gran público a asociar toda sustancia psicoactiva con droga dañina durante décadas. Y no es que estas sustancias no tengan sus peligros, pues exigen cuidados, atención y se les debe considerar con el absoluto respeto que requeriría entrar a una iglesia de sí mismo. Pero no por ese hecho se les debe borrar del mapa y negar sus increíbles capacidades, cada vez más demostradas e innegables.
No es que estas sustancias no tengan sus peligros, exigen cuidados, atención y se les debe considerar con el respeto que requeriría entrar a una iglesia de sí mismo. Pero no por ese hecho se les debe borrar y negar sus increíbles capacidades
Desde 1988 psiquiatras en Suiza integraron estas vertientes a sus prácticas. Y en 1999 se comenzó a deshelar en Estados Unidos este conocimiento psiquiátrico y médico. Hoy en día ya existen datos y experiencias compartibles y comprobables, se ha ido validando, con paso lento pero firme, que el consumo supervisado y acompañado de sustancias psicoactivas tiene usos y resultados poderosamente sanadores. Tan contundentes son estos descubrimientos que incluso la Policía estadounidense los considera para reducir los niveles de suicidio entre sus agentes (estadísticamente, mueren más por cuenta de sus propias armas que las del crimen contra el que luchan).
Y ante estas realidades se desvanecen los argumentos contra una prohibición impulsada por muchos datos errados, propagados intencionalmente desde los años setenta. La cultura viene encargándose de investigar y de compartir el mensaje de este auge psicodélico debido a los datos comprobables. Hay referentes pasados, pero esta nueva era se registra desde lecturas recientemente publicadas, como How to Change Your Mind, de Michael Pollan (escritor y periodista reputado de The New Yorker), y el excelente documental homónimo de Netflix al que dio pie. Igualmente, producciones como Fantastic Fungi y Psilocybe, la ciencia de la mística, del colombiano Alejandro Calderón, entre otros.
Tendencias
¿Es un hongo solo bueno para comerlo? Lejos de eso. Entre miles de usos y miles de funciones que estos desempeñan en el planeta, se sabe que la penicilina –salvadora de millones de vidas– procede del hongo Penicillium chrysogenum. Y se sabe ahora también que el consumo de psilocibina, el químico activo de los hongos alucinógenos, guiado por psiquiatras y consejeros profesionales, logra avances considerables y mejoras de condición en muchos pacientes con fuertes problemas físicos y psicológicos. Estos datos fueron minimizados en nombre de luchar contra toda sustancia asociada a la contracultura de los años sesenta.
La paradoja ya se rompió. Mientras esa negación aún tenía lugar, en el país que declaró dicha guerra contra las drogas algunas farmacéuticas manipulaban información y el concepto del dolor para permitirse vender drogas legales, altamente poderosas y adictivas (mucho más que la heroína) como si fueran M&M’s. Como resultado de esta proliferación de drogas legales, más de medio millón de estadounidenses murieron y millones de familias quedaron destruidas. La FDA, que permitió que esto sucediera, tiene estándares más rigurosos en el papel que muchos entes similares en la mayoría del mundo. Esa misma FDA está al borde de corregir en algo el camino al permitir tratamientos con base en MDMA (componente activo del éxtasis). La legalidad, se prueba, no equivale a mejor opción o al interés del paciente.
Esas inconsistencias y efectos nocivos de muchas píldoras generalmente recetadas, que apagan a la persona para apagar aquello que la aqueja, desenterraron el otro conocimiento en este siglo XXI. Vuelve a salir a la luz información que se compiló desde mediados del siglo pasado, y prueba científica y humanamente que sustancias psicoactivas naturales, como la mencionada psilocibina, la mezcalina (en el peyote), y sustancias sintetizadas, como el ácido lisérgico (LSD) y el MDMA, tienen efectos impresionantes en tratamientos psiquiátricos. Con juicio y metodología, científicos y psiquiatras de los años cincuenta y setenta vieron el tremendo potencial sanador de estas sustancias y lo empezaron a estudiar, a documentar, para ver entonces una avalancha llamada guerra contra las drogas (planteada por Richard Nixon) y borrarlos del mapa en 1970.
Esto presenta el documental How to Change Your Mind, de Pollan, que aporta su trabajo a publicaciones como The New Yorker y quien, hasta iniciar su investigación en 2017, no había probado ninguna de estas sustancias. A él se une el productor ejecutivo Alex Gibney, ganador de premios Óscar y conocido por sus documentales rigurosos. Entre estos, The Crime of the Century (HBO Max) aborda en detalles indignantes la mencionada crisis de los opioides, que mató a cientos de miles e hizo de la familia Sackler una de las más acaudaladas en el planeta y muy dada a la filantropía para lavar su cara.
En el fondo, más allá del tema del consumo, que siempre puede y debe ser responsable (hola, alcohol), el documental mira más allá del juicio social de los últimos 50 años a estas sustancias (quizá dejando por fuera la ayahuasca, de alto interés en la geografía y en las culturas locales). En este viaje, Pollan ilustra las bases del auge psicodélico, al que dota de un contexto histórico. Luego explora el potencial curativo de esas sustancias, capaces de modificar las mentes y las culturas.
Detrás de estas voces y libros, se encuentra la experiencia humana. Entre ellos, se pueden contar lecturas masivas como las del visionario texto Las puertas de la percepción, del pensador y escritor británico Aldous Huxley. Lecturas de autores como William S. Burroughs, Allen Ginsberg, así como textos de Carlos Castañeda y Néstor Perlongher, muy apreciados durante años en Latinoamérica. Pero si la idea de escuchar a algún artista de la pluma hablar de un buen viaje o de un mal viaje no le convence, si ya tuvo suficiente de eso en los sesenta, setenta o en la década pasada, esta producción presenta muchos testimonios de doctores (la mayoría de universidades prestigiosas como Johns Hopkins, desde la cual el mundo monitorea la covid-19). Además, complementados por relatos de pacientes acechados por dolencias, psicosis, trastornos obsesivo-compulsivos, estrés postraumático, alcoholismo o depresión.
Es sobrecogedor escuchar tantos testimonios de gente que, habiendo agotado todos los recursos “legales”, pepas, calmantes, terapias, y ante diagnósticos sin otra salida que la resignación, encontraron en estas terapias, o una cura alternativa, o una aceptación humanamente divina de su circunstancia. Entre estos, una mujer, profesora de inglés por 20 años, que en medio de un cáncer feroz apeló a una terapia psicodélica. En ella encontró a la Virgen María, que le dio la paz que necesitaba para aceptar, primero, un dolor muy profundo y, luego, su cáncer terminal. No curó su dolor, no siempre, pero la dotó de la fuerza, más allá del padecimiento, para disfrutar de la vida mientras la vive. ¿No debería ser ese un derecho de todos?