Ian McEwan es uno de los más reconocidos escritores ingleses contemporáneos.

LIBROS

¿Nacer o no nacer?

La última novela del escritor inglés Ian McEwan: una divertida y cautivadora historia narrada por un feto.

Luis Fernando Afanador
8 de julio de 2017

Ian McEwan

Cáscara de nuez

Anagrama, 2017

216 páginas

Leemos en la primera frase de esta novela: “Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer”. ¿Qué es esto? ¿Quién es el narrador? Nada menos que un feto, a pocas semanas de nacer. ¿Cómo contar una historia encerrado en ese minúsculo espacio? El punto de vista es limitado, el reto para el escritor es enorme, un verdadero tour de force, literalmente: lograrlo requiere una gran destreza. McEwan dice que se divirtió mucho con la apuesta y la verdad es que eso se nota: su relato es hilarante, no obstante, que los hechos son harto escabrosos. Pero en la literatura todo es posible siempre y cuando se encuentre la voz que nos persuada. Y a este narrador inverosímil le creemos todo: su erudición en poesía inglesa, en vinos franceses, sus preferencias por el Ulises de Joyce, sus preocupaciones por el cambio climático y los misiles coreanos. Aunque su madre no sea la más culta que digamos, ayuda que sea aficionada a los podcasts y a la BBC. Muy rápido se produce acá la suspensión de la incredulidad: “Me considero inocente, exonerado de lealtades y obligaciones, un espíritu libre, a pesar de mi exiguo habitáculo. No hay nadie que me contradiga ni me reprenda, no hay nombre o dirección anterior, no hay religión, ni deudas ni enemigos”.

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Así esté encerrado en una cáscara de nuez, se siente rey del infinito espacio. Como Hamlet. Y su cercanía al príncipe de Dinamarca no es solo existencial, también lo es vital, comparten parecidas circunstancias: su madre, Trudy (Gertrudis), se ha vuelto la amante de Claude (Claudio), su tío, el hermano de su padre (poeta y editor de poesía), a quien planean asesinar para quedarse con una vieja casa de estilo georgiano, avaluada en 8 millones de libras esterlinas. Además de dar oportunas pataditas, ¿qué puede hacer el feto para impedirlo? Nada, su trágico papel se limita al del coro griego: no participar en la acción y compartir sus angustias con el espectador (lector). Su madre es frívola, corruptora (¿una Lolita?) y bella: no la ha visto, pero eso infiere de los poemas que le ha escrito su padre y de los arrebatos de pasión que despierta en su tío. Sin embargo, está condenado a amar y a que todo le salga bien (por razones obvias) a su adúltera madre: “De egoísta, retorcida y cruel. Pero un momento, yo la amo, es mi diosa y la necesito”. Y a Claude, el impostor libidinoso, con poco talento salvo el de conseguir dinero de mala manera, no le queda otra salida que odiarlo a plenitud. Y padecer, resignado, sus embates: “No todo el mundo sabe lo que es tener a unos centímetros de la nariz el pene del rival de tu padre. En esta etapa avanzada deberían contenerse por mi bien. Lo exige la cortesía, si no el imperativo médico”.

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No menos logradas serán las descripciones de sus borracheras forzadas y frecuentes: “La oigo llenar la copa otra vez, el plof de los cubitos de plástico, su leve suspiro, más de inquietud que de satisfacción. Una cuarta copa, pues. Debe de pensar que yo soy lo bastante mayor para tomarla. Y lo soy. Nos estamos emborrachando porque incluso su amante está hablando con su hermano en el despacho sin ventanas de Cairncross Press”.

El cornudo padre tal vez no es el poeta indefenso y la persona débil que aparenta; la tragedia parodiada no es solo Hamlet, podría ser Macbeth; la situación es cambiante y falta la irrupción de un cuarto personaje y la minuciosa descripción de los preparativos del crimen: la novela también funciona como un bien construido thriller que nunca decae, como un ejercicio de estilo en la interioridad del cuerpo, una extraña poesía de los flujos, los hedores, las abluciones y la sangre.

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Ser o no ser, se planteaba Hamlet. Nacer o no nacer es la disyuntiva de este narrador nonato que ve el mundo con estoicismo. Ni bueno ni malo, tal cual es: horrible e interesante. Y, desde luego, con una explicable incertidumbre: podría pasar del útero a la cárcel. O, finalmente, descubrir el vértigo de la acción: un simple ‘basta ya’, una rotura de la bolsa amniótica que lo contiene para irrumpir y desatar una trama de la vida.