HISTORIA
El escándalo que inspiró la película más nominada en la historia del cine francés
Con un récord de 12 nominaciones a los Premios César, Roman Polanski narra en su nueva película el controvertido caso Dreyfus desde el punto de vista del militar Picquart, quien enterró su antisemitismo para luchar por la verdad y el honor del capitán judío acusado injustamente de traición.
Entre los alaridos de la muchedumbre, el oficial tomó el sable del capitán Alfred Dreyfus. La hoja desenvainada apenas brillaba bajo el cielo gris que cubría el patio de la Escuela Militar de París, donde realizaban la ceremonia de degradación de ese capitán acusado de traición. El soldado encargado del rito quebró el arma contra su rodilla. Los pedazos de acero tintinearon sobre los adoquines, ante un Dreyfus en posición de firmes. Un cronista de Le Journal describió con saña “su cara terrosa, crispada, sucia de barba, sus ojos falsos que titilan detrás de sus lentes”. Corría el 6 de enero de 1895.
El destino de ese oficial judío, acusado injustamente de entregar información clasificada del ejército francés a los alemanes, detonó una crisis en la sociedad francesa de finales del siglo XIX. Alrededor de este affaire, que ilustra el antisemitismo de Europa en esa época, gira la nueva película de Roman Polanski, J’accuse (Yo acuso), traducida en los países hispanohablantes como El oficial y el espía, recibió 12 nominaciones a los César, los premios cinematográficos más importantes en Francia, que entregarán el 28 de febrero.
Las producciones sobre este caso abundan, pero Polanski se centra en Marie-Georges Picquart, oficial clave en el largo proceso de rehabilitación de Dreyfus. Abiertamente antisemita, como muchos de sus camaradas, Picquart trabajó como jefe del servicio de inteligencia. Allí pudo constatar cómo, antes de su llegada, habían urdido un expediente de acusación falso contra el capitán.
Este suceso comenzó en 1894, por cuenta de un episodio típico del espionaje entre dos potencias. Una empleada doméstica en la Embajada alemana en París tenía la misión secreta de recuperar los papeles de la basura para enviarlos a la inteligencia francesa. Un buen día encontró un documento que indicaba que un miembro del Estado Mayor galo entregaba informaciones secretas.
Al conocer la existencia de ese papel, el general Auguste Mercier, ministro de la Guerra, ordenó una investigación para identificar rápidamente al traidor. Dreyfus era el culpable perfecto. Su familia había abandonado Alsacia, territorio anexado al Imperio alemán al final de la guerra franco-prusiana, para instalarse en París en 1872. Excelente estudiante de la Escuela de Guerra, ascendió a capitán e integró con éxito el Estado Mayor. En ese contexto, un judío con perspectivas de ascenso provocaba temor en una institución infestada por el antisemitismo que reinaba en esa sociedad.
Unos cuestionables estudios grafológicos realizados en el marco de la investigación mostraron una similitud lejana entre el documento encontrado en la Embajada alemana y la escritura de Dreyfus. Solo con ese endeble indicio, lo acusaron formalmente. Buena parte de la prensa aprovechó la ocasión para atizar el odio. La mayoría de la sociedad, de izquierda o de derecha, se unió a las acusaciones. En diciembre de 1894, un consejo de guerra lo declaró culpable de alta traición.
El 5 de enero de 1895, en el patio de la Escuela Militar, lo degradaron en una ceremonia. “Soldados, se deshonra a un inocente. ¡Viva Francia, viva el ejército!”, exclamó el capitán, humillado. Algunos meses después, lo encarcelaron en la diminuta isla del Diablo, a pocos kilómetros de la Guyana Francesa.
A pesar de las viejas y nuevas acusaciones de acoso que pesan sobre él y le impiden pisar suelo estadounidense, Roman Polanski filmó la cinta del año en Francia. El ganador de Óscar en 2011, Jean Dujardin, asumió el rol protagónico, del oficial Marie-Georges Picquart.
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Pruebas falsas contra Dreyfus
Un hecho imprevisto abriría la puerta a la redención del condenado. El militar que había dirigido hasta entonces la inteligencia francesa se enfermó y lo reemplazó el teniente coronel Marie-Georges Picquart. Este ordenó que le entregaran, sin intermediarios, los documentos que recogía la doméstica en la Embajada de Alemania.
Por esta vía le llegó, en 1896, un texto escrito por el agregado militar alemán en París, Maximilian von Schwartzkoppen, a Ferdinand Walsin Esterhazy, comandante francés conocido por sus deudas y su carácter fogoso. El documento sugería un intercambio de información ilegal. Picquart comenzó a sospechar de Esterhazy, buscó un texto escrito por él y lo comparó con el que sirvió para acusar a Dreyfus. “Las escrituras no se parecían. Eran idénticas”, habría dicho. Sin el consentimiento de sus superiores, Picquart siguió investigando y confirmó que el verdadero traidor era Esterhazy, y que actuaba solo por el dinero.
A pesar de que detestaba a los judíos, al teniente coronel poco importó si Dreyfus lo era. Consideraba que la justicia debía prevalecer en las fuerzas armadas, y por ello transmitió a sus superiores sus descubrimientos. Pero como estos podían manchar el honor del Ejército, el Estado Mayor se organizó rápidamente para esconder los secretos del oficial. No obstante, durante un poco más de un año, los indicios de pruebas fabricadas continuaron acumulándose gracias a una investigación llevada a cabo por la familia del acusado, que también encontró al verdadero culpable.
Ante la presión, los militares tuvieron que comenzar un juicio contra Esterhazy a comienzos de 1898. Para evitar reconocer los errores de la primera sentencia, absolvieron a Esterhazy mientras Picquart, el denunciante, quedó preso.
Entonces, los dreyfusistas decidieron dar un golpe inolvidable: Émile Zola, quien en la cima de su gloria literaria lanzó una bomba el 13 de enero de 1898 al publicar un artículo titulado J’accuse en el periódico L’Aurore. En ese texto demoledor, Zola señaló por primera vez a cada uno de los culpables, incluido el ministro de la guerra, de haber montado el affaire.
Las injusticias contra Dreyfus y luego contra Picquart llevaron a Émile Zola, escritor que vivía sus días de mayor notoriedad, a publicar el artículo ‘J’accuse‘. En este señaló abiertamente a los altos funcionarios culpables del affaire.
En 1899, ante los vacíos y las irregularidades evidentes del caso, el tribunal de casación anuló el juicio de 1894. Picquart salió de la cárcel y trajeron a Dreyfus a Rennes para enfrentar un nuevo juicio ante el consejo de guerra. Desde la isla del Diablo, el capitán no podía imaginar que, durante los tres años que había pasado tras las rejas, su caso había desatado una tormenta política y social en Europa.
En ese segundo proceso todas las pruebas exculpaban a Dreyfus, pero el consejo de guerra lo condenó de nuevo. Sin embargo, ante el estupor general por la injusticia palpable y el riesgo de una guerra civil, el presidente Émile Loubet decidió perdonar al capitán.
Dreyfus salió libre, pero seguía declarado culpable. La verdadera victoria llegó en 1906, cuando la corte de casación anuló el proceso de Rennes y rehabilitó, por fin, al hombre que por 12 años fue el chivo expiatorio de una nación.
El honor del capitán era también el de Picquart. Redimido, el teniente coronel se convirtió en ministro de la Guerra en el primer gobierno de George Clemenceau, una recompensa para quien había puesto en juego su carrera, y toda su vida, en función de defender la verdad. Con J’accuse, Polanski rescata del olvido a Picquart y dibuja la figura heroica que el mismo Clemenceau describió en las páginas de L’Aurore: “Picquart no es la víctima involuntaria. Es el hombre que, para reparar el mal, se ofrece en sacrificio. Es la verdadera víctima”.