ENTREVISTA
“Este es el relato vivo del horror”
En su libro Me hablarás del fuego, el periodista Javier Osuna revive algunas historias de las víctimas incineradas por las AUC en Norte de Santander. Semana.com habló con él.
Javier Osuna es arriesgado. Este periodista e investigador colombiano se da a la tarea de revivir uno de los capítulos más difíciles y aterradores del conflicto armado en el país.
Con sus letras trae al presente a esa Colombia en donde los paramilitares del Frente Fronteras en Norte de Santander incineraban a sus víctimas en hornos crematorios para no dejar rastro de ellas.
Osuna toma las cenizas de algunas personas que fueron quemadas y reconstruye sus historias. Como diría él, “habíamos hablado del horror, pero nadie nos había dicho qué perdimos. Perdimos a Luis, a Víctor, a Moisés”.
Semana.com habló con este periodista sobre su investigación y su libro Me hablarás del fuego, los hornos de la infamia.
Semana.com: Del conflicto armado y de sus víctimas se ha escrito mucho, ¿usted qué cuenta de diferente a lo que ya se ha dicho?
Javier Osuna: Cuando alguien desaparece, la espera de los familiares gira en torno a encontrar los restos de su ser querido. En el caso de las personas incineradas parece que no hay manera de dar cuenta de esa situación de dolor. Hay cientos de familias en Norte de Santander que jamás podrán hacer el duelo. Es más, ni siquiera tienen la certeza de que hayan sido incinerados ahí. Este es el relato vivo del horror, de lo que significa quemar a los seres humanos.
Este libro también se pregunta por los espacios donde se perpetraron esos crímenes, a lo que yo llamo el paisaje de lo perdido. Estos hornos crematorios de Juan Frío y de Pacolandia en Norte de Santander son espacios físicos que nos retan y nos transmiten información. Convivimos con lugares donde ocurrieron las más terribles atrocidades, pero como sociedad no hemos hecho un ejercicio de memoria con ellos. Mi ilusión es permitirle a la gente reflexionar sobre esos espacios.
Semana.com: ¿Qué ocurrió en Norte de Santander?
J. O.: Cuando empezaron los diálogos del Gobierno con las AUC, los paramilitares se enteraron que iban a empezar las exhumaciones y la búsqueda de cuerpos. Para evitar que fueran localizados, y ante la imposibilidad de arrojarlos al río, o esconderlos en más fosas, ellos toman la determinación de adecuar unas ladrilleras abandonadas que quedan en Juan Frío en Villa del Rosario. Allí comienza un ejercicio de desaparición sistemática. Las comandantes del Bloque Catatumbo y los mandos medios del frente Fronteras, comandado por Jorge Iván Laverde Zapata (alias El Iguano), empiezan a mandar a sus víctimas ahí para ser incineradas.
Semana.com: ¿Los paramilitares llevaban personas muertas y vivas a esos hornos?
J. O.: En Colombia teníamos noción de que estos espacios funcionaban para incinerar los cuerpos de quienes habían sido asesinados, pero estudios recientes de organizaciones de Derechos Humanos y testimonios de las mismas familias, permiten afirmar que los comandantes empezaron a llevar a personas vivas a estos hornos. No podría decir que las metían vivas, pero no sería extraño.
Semana.com: ¿Para qué contar la verdad? ¿No es revivir el dolor en personas que ya están intentando sanar?
J. O.: Estudiando la literatura con relación a los espacios hubo algo que me llamó mucho la atención. En unos trabajos sobre los centros de detención de estudiantes en Chile y Argentina se recalcaba que como sociedad solo somos capaces de hacer el duelo en la medida en que somos capaces de nombrar la pérdida. Y creo que eso es lo que no se había hecho con estos espacios de desaparición. Habíamos hablado del horror, pero nadie nos había dicho qué perdimos. Perdimos a Luis, a Víctor, a Moisés. Son apenas tres casos, de más de 506 que ocurrieron ahí. Lo peor es que la cifra puede ser más alta.
Semana.com: Hace poco se firmó un acuerdo en La Habana para encontrar a los desaparecidos de las FARC, ¿pero qué va pasar con las víctimas que posiblemente murieron incineradas por las AUC y de las cuales aún sus familiares no saben nada?
J. O.: En una de las reuniones previas a mi viaje a los hornos de Juan Frío, la mamá de Luis me pidió un favor que pensé que era imposible. Me dijo: “Javier, si llegas a ir a los hornos por favor intenta tomar fotos de las prendas, de zapatos, de la ropa adherida a las paredes”. Aunque pensé que era imposible, mi sorpresa fue que cuando llegué pude registrar todo. Aún se pueden encontrar.
Semana.com: En el caso de Cristina Guarín, una de las desaparecidas del Palacio de Justicia, unos retazos de falda que había al lado de los restos fueron vitales para que su hermano la reconociera. ¿Podrían estas partículas de prendas que están en los hornos servir para identificar a esas víctimas de las que aún no se sabe nada?
J. O.: No se pueden tomar muestras de ADN a las cenizas, pero creo que esas prendas sí sirven. Yo creía que era imposible, pero se puede.
Semana.com: El Gobierno tiene una gran deuda, ¿cómo debería pagarla?
J. O.: Lo primero que debería hacer es dar unas garantías de no repetición, porque mientras exista ese manto de silencio y de intimidación con los habitantes de la zona, va ser imposible reconstruir la verdad de lo que pasó en esos hornos. Segundo, el Gobierno debería pedir disculpas públicamente y reconocer que hubo una complicidad entre los paramilitares y los funcionarios del estado. Y tercero, el Gobierno debe pensarse una forma de reparación simbólica que les permita a los colombianos volver a estos espacios para reflexionar sobre la clase de sociedad que tenemos a futuro. Un lugar donde podamos acudir para entender hasta dónde llegó el horror de la guerra.
Semana.com: ¿Qué tan difícil le fue contar esta verdad?
J. O.: Sufrí un atentado el 22 de agosto de 2014 y aunque cuento con medidas de la UNP, creo que los periodistas que somos amenazados no necesitamos que nos pongan más o menos escoltas, necesitamos que la Fiscalía investigue y nos diga quiénes son los responsables de las intimidaciones.
Hacer periodismo con medidas de protección es muy difícil. En este libro también hice el esfuerzo por visibilizar la situación de otros periodistas, como John Jairo Jácome de La Opinión, que se encuentran en un estado de vulnerabilidad gigante.
Semana.com: ¿Qué pasó? ¿Cómo fue el atentado?
J. O.: Una de las veces que volvía de Cúcuta de hacer una entrevista, llegué a mi apartamento en el sector Galerías (Bogotá) y dejé el computador en una mesa con la promesa de hacer el backup de la información.
Al otro día me fui temprano a una reunión. De un momento a otro empecé a recibir muchas llamadas, pero pensé que era gente inoportuna. De repente vi que tenía un mensaje de voz de mi hermano en el que me decía que estaba saliendo humo del apartamento. Cuando él entró a la casa, se dio cuenta que el humo salía de mi estudio. Era como si alguien hubiera reunido las cosas y le hubiese prendido candela. Lo único que tenía fuego eran mis equipos. Cuando llegué y vi todo, sabía que era para mí y busqué ayuda de una organización para la libertad de prensa. Fueron dos meses muy difíciles. Empezaron intimidaciones a mi familia. Todo lo que ocurrió lo cuento en un capítulo del libro.
Semana.com: La idea del libro era que se nombrara lo innombrable, ¿se logró? ¿Perdonaron?
J. O.: Yo no hago periodismo para que la gente sane, pero soy un absoluto convencido de que esta clase de narrativas permite que la gente nombre lo que les cause dolor. Cuando al responsable de la tapa del libro le llegó el ejemplar me dijo, “Javier, acabo de ver mi pintura en la tapa y siento que este dolor empieza a cerrarse hoy porque es algo que nunca había contado”. Creo que sí se logró algo.