| Foto: León Darío Peláez

PERSONAJE

Joe Broderick destapa su faceta de dibujante

Un libro y una exposición descubren la otra faceta del escritor de ‘Camilo, el cura guerrillero’, quien sin que muchos de sus conocidos ni de sus lectores supieran, pintó y dibujó la realidad política del país durante muchos años.

31 de mayo de 2018

La Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB) está ubicada en el antiguo Palacio de la Merced, un edificio de estilo neoclásico francés construido en 1773 junto a La Capuchina, una iglesia que para ese entonces estaba en las afueras de la ciudad. Sirvió como convento y años después, cuando la zona que la rodeaba ya estaba incorporada a la ciudad, fue un colegio. Hoy,  recién restaurada, funciona como sede para la facultad de artes de la Universidad Distrital. Es una isla colonial, en medio de una zona llena de talleres, comercio y graffitis.

En el segundo piso del edificio, y en medio de estudiantes dormidos, músicos con sus guitarras o grupos que practican danzas y acrobacias, hay dos salones que desde el pasado 10 de mayo están llenos de dibujos en gran formato, caricaturas pintadas en la pared y ‘monos’ sacados de revistas de los años setenta.

Su autor es Joe Broderick, un australiano que llegó al país en 1968 y quien, desde entonces, se convirtió en un personaje de la vida nacional. Cuando  recién desembarcó, era un sacerdote convencido de la teoría de la liberación, pero poco después renunció al sacerdocio. Fue contactado por una editorial que estaba interesada en la historia de Camilo Torres y su aventura en el ELN, y gracias a ellos,  se dedicó a escribir Camilo, el cura guerrillero. El libro, publicado en 1975, le dio fama y lo hizo conocido en el país, pero también lo puso en el radar de los organismos de seguridad de la época y del propio ELN, que sospechaba –tal vez por su apariencia de gringo: tez blanca, alto y ojos azules– que era un espía de la CIA.

Foto León Darío Peláez 

Hoy Broderick es un señor de 83 años (sigue conservando su pinta de gringo), con el pelo y la barba blancos, y una sonrisa fácil y contagiosa. Desde hace cinco tiene la nacionalidad colombiana, aunque desde hace muchos más vive en el centro de Bogotá. Durante su vida en el país ha mostrado su versatilidad: sacerdote, escritor, traductor (tradujo al español a poetas como Walt Whitman y Seamus Heaney), dramaturgo y actor. De hecho, el teatro ha sido su actividad más reciente, y en los últimos años ha montado obras de Shakespeare y Samuel Beckett.

Lo que pocos sabían es que el viejo Broderick también fue dibujante y que sus trazos eran los que aparecían en revistas como Alternativa (bajo el nombre de Boly), El campesino (donde firmaba como Jorobe) o Zona, y en cartillas de instituciones como La caja agraria o de fundaciones que trabajaban por la alfabetización de los campesinos (Cinde y CLEBA).

Hace poco Camilo Ordóñez Robayo, Gabriela Pinilla y María Sol Barón Pino, tres docentes investigadores que lo buscaron para hacer un trabajo sobre la historia de las izquierdas en Colombia,  descubrieron sus dibujos por casualidad y se dieron a la tarea de investigar sobre ellos. Gracias a una convocatoria del Instituto Distrital de las Artes (Idartes) lograron  armar una exposición con sus obras en la ASAB y publicar un libro que las reúne y que acaba de salir al mercado: De la vía armada a la vía láctea.  

Foto León Darío Peláez 

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“Yo dibujaba desde chiquito, lo he hecho toda la vida”, cuenta Broderick, sentado en el salón de exposiciones de la ASAB, donde los investigadores que publicaron el libro crearon un espacio para mostrar la obra gráfica del escritor: impresiones en gran formato de algunas tiras, personajes pintados en la pared, pendones con escenas graciosas, pantallas en las que se animan algunas de las situaciones que él plasmó en el papel, un audio con su voz explicando sus dibujos, algunas de sus cartillas…

En la pared, en los pendones y en las tiras aparecen personajes variados: un campesino, un costeño, la señora de los tintos, un docente, niños, profesores y algunos políticos, como Álvaro Gómez Hurtado y Virgilio Barco.

“Yo vine a Colombia a trabajar con los curas de un grupo que se conocía como Gioconda, que eran rebeldes, de izquierda y que viajaban por el país. En esa época ya dibujaba con frecuencia y, durante los viajes, iba pintando las caras, los personajes y todo lo que veía”, recuerda. Estando con sus amigos sacerdotes salió su primera ilustración seria. El matemático Germán Zabala solía decirles que René García, líder de ese grupo de sacerdotes rebeldes en un país conservador, cumplía el papel de ‘brujo de la tribu’. Así que él decidió pintarlos a todos como un aquelarre de brujos y hechiceros.

Foto León Darío Peláez 

Trabajó la ilustración durante varias semanas, hizo bocetos de cada uno de los personajes y finalmente los pintó en un cuadro que tituló Gran aquelarre de Sasaima. Ese fue solo el comienzo. Luego, gracias a la fascinación que generó esa ilustración, lo llamaron para colaborar en el periódico Frente Unido, del movimiento camilista. Al mismo tiempo, empezó a pintar y escribir unas cartillas educativas, o panfletos, como ‘La historia de los partidos políticos’, en donde contaba, a través de dibujos, la historia del país.

En 1974, gracias a Orlando Fals Borda, llegó a Alternativa. Pero no duró mucho. Los fundadores  de la revista se pelearon y Fals Borda dejó el proyecto original en manos de Gabriel García Márquez y Enrique Santos y creó su propia versión: Alternativa del Pueblo. Broderick se fue con él. Un año después salió publicada  la biografía de Camilo Torres y, para evitar problemas, se fue con su esposa (colombiana) para Australia. Lo hizo bien: el gobierno lo buscó para deportarlo y le quitó la visa de residente.

A finales de 1979, y cuando creyó que las aguas se habían calmado, volvió al país, pues su intención era vivir en Colombia, pero se encontró en una situación difícil: ya no tenía visa y el Estatuto de Seguridad del presidente Julio César Turbay estaba vigente. Como las fuerzas armadas perseguían a todos los sospechosos de ser subversivos, el prefirió dedicarse a temas más institucionales. Eso mismo pasó con sus dibujos: empezó a producir unas cartillas didácticas para dos ONGs (aunque en ese momento las llamaban fundaciones) en donde explicaba a un público campesino, a través de caricaturas, temas como la diferencia entre la educación rural y la educación urbana.

Foto León Darío Peláez 

Y aunque en esos casos también se alcanza a ver una intención política en sus dibujos, la mayoría son menos polémicos que los que aparecían en Alternativa.  Para esa misma época, además, dibujó para La Caja Agraria, el Sena y el periódico El Campesino, de Acción Cultural Popular,  donde tenía una sección llamada ‘El pelao’.

Así fue hasta 1991, cuando se fue a vivir a Irlanda con su familia. Volvió en 1994 y, para mantenerse, dibujó cartillas para el Ministerio de Salud (como una en donde explicaba la Ley 100) o la Caja Agraria. Eran temas más didácticos: cómo entender la contabilidad o cuál era la importancia de sembrar más árboles. Y aunque los dibujos y las caricaturas le daban para vivir, en el país era conocido por sus libros: En 1998 publicó El imperio de cartón, una investigación sobre los estragos causados por una multinacional papelera, y en 2000, El guerrillero invisible, una biografía de Manuel Pérez, ‘El cura’.

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Broderick nunca se vio a sí mismo como dibujante. “Yo hacía monos y caricaturas por gusto, para ganarme la vida”, explica. De hecho, los bocetos y caricaturas que estaban en su poder permanecían guardados en cajones, sin contar los muchos que perdió porque los entregó (sin copia) a los editores de las revistas en las que trabajó.

Foto León Darío Peláez 

Lo mismo pasaba con quienes lo conocían o seguían su trabajo, incluso con sus amigos. Solo unos pocos sabían de su faceta de dibujante. Cada que le hacían entrevistas, reseñas o reportajes, lo presentaban como un escritor, investigador, traductor, dramaturgo y, últimamente, actor. Nadie hablaba de sus caricaturas, de sus cartillas ni de sus dibujos.

Por eso, el libro y la exposición son una especie de redescubrimiento, incluso para él mismo. “Tengo amigos de 40 años que no tenían ni idea de que yo hacía estas vainas –cuenta–. Este libro me ha causado muchísima emoción. Me halaga y me conmueve, porque a mí esto no me parecía importante como arte”.   

A pesar de eso, su estilo no salió de la nada. Su inspiración es Eduardo del Río, conocido mundialmente como Rius, uno de los caricaturistas mexicanos más poderosos de los años setenta, ochenta y noventa, quien apenas murió el año pasado.  De él saco el tipo de trazos, la forma de contar algunas historias, la aparición frecuente de perros en sus monos y la idea de tratar temas profundos en cartillas (el mexicano es famoso por una titulada Marx para principiantes).  

Y aunque Broderick dejó de pintar hace varios años, porque las obligaciones y sus libros (especialmente el de ‘El cura‘ Pérez) le quitaron casi todo el tiempo libre, esta exposición le ha despertado viejas pasiones. "Ya compré los lápices -dice orgulloso-. Ahora me tocará comprar un televisor, porque yo no tengo y para dibujar a los políticos toca mirarlos mucho". Sus amigos caricaturistas, como Chócolo, también lo han animado: ahora dicen que hace parte del gremio. 

Lo que más lo asombra es que los dibujos, las explicaciones y las críticas que pintó hace más de 15 años siguen igual de vigentes hoy. "Este país es cíclico. Solo habría que cambiar algunas cifras, pero todo lo que yo pinté es muy actual", dice. Y en el fondo sabe que si en unos 20 años alguien ve las caricaturas que pintará en los próximos meses pensará lo mismo, que muy pocas cosas han cambiado. 

Foto León Darío Peláez 

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