ENTREVISTA
"En Colombia la violencia fue deseada, la lucha armada fue un proyecto político"
Con su nuevo libro ‘Historia mínima de Colombia’, Jorge Orlando Melo reflexiona sobre la importancia de conocer y enseñar el pasado y, principalmente, pone el dedo en la llaga en temas controversiales.
SEMANA: ¿Para qué leer este libro?
JORGE ORLANDO MELO: Puede ayudar a lograr una imagen balanceada del desarrollo del país. Ni la optimista, de que el país es una maravilla, ni el pesimismo radical. Los colombianos logramos mucho en los últimos 60 años en el campo económico y social, pero no fuimos capaces de superar la violencia o la corrupción, o de poner en marcha un sistema de justicia que funcione.
SEMANA: ¿Descubrió cosas en la investigación para escribir su libro?
J.O.M.: Me sorprendió la fuerza del regionalismo: el centralismo de Bogotá nunca pudo imponerse. ¿Quiénes fueron los presidentes en el siglo XIX y XX? De Popayán, de la costa, de Santander o Antioquia. Encontrar uno bogotano es difícil. Lo otro es que, comparando la violencia de los últimos 40 años, en la que murieron unas 700.000 personas, la violencia bipartidista es menor: menos de 150.000 homicidios.
SEMANA: Usted destaca la importancia de los partidos. ¿Qué pasó con ellos que ahora no se sabe qué representan?
J.O.M.: En el siglo XIX los conservadores y los liberales eran diferentes. Los primeros soñaban con una sociedad como la colonial, basada en el respeto al cura y a los dueños de la tierra. Los liberales querían que los grupos medios y bajos pudieran votar, tuvieran derechos civiles y que los educara un maestro y no un cura. Eso los contrapone en las guerras civiles del XIX y en las reformas del treinta de la República Liberal. El Frente Nacional acabó con la diferenciación ideológica. En los años sesenta la gente empezó a cambiar sus costumbres sin tener en cuenta la religión. En Colombia, el país más católico de América Latina, tuvo el mayor éxito el control de natalidad en esa década. La Iglesia perdió mucho poder político y los partidos acabaron por defender lo mismo.
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SEMANA: ¿Y años después?
J.O.M.: Ambos partidos ampliaron su abanico para abarcarlo todo. El liberalismo, que siempre promovió el sindicalismo, tuvo que competir con los conservadores, que crearon la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC). Los liberales trataron de quedar bien con la Iglesia. Entre 1970 y 1990 la guerra era dentro de los partidos, no entre ellos. La Constitución de 1991 los acabó: no había identificación, pues no proponían nada distinto, y surgió un sistema electoral en el que el poder proviene del control local de transferencias y regalías. El que gana las elecciones tiene acceso al presupuesto municipal, y puede hacer favores y repartir tajadas. Hoy es difícil saber quién es liberal o conservador. ¿Quién es más liberal en términos económicos? ¿Duque? ¿Vargas Lleras? ¿Fajardo?
SEMANA: ¿Se puede decir que Colombia es un país de derecha?
J.O.M.: Un país conservador: con los conflictos armados la población prefirió dejar las cosas como están, aceptar que no hubiera cambio social con tal de acabar la violencia. Colombia nunca tuvo un proyecto progresista en términos sociales, de igualdad de ingresos, de socialismo. Pero sí se liberalizó en campos donde la Iglesia había dominado: moral sexual, derechos de las mujeres o eutanasia. En Chile todavía se discuten. Nuestro país se modernizó en estos aspectos, pero en términos sociales se volvió muy conservador.
SEMANA: Se dice que la muerte de Jorge Eliécer Gaitán frustró la ampliación democrática y la oportunidad de una experiencia populista…
J.O.M.: Un populismo de Gaitán, que nunca creó una organización política ni tuvo el apoyo del sindicalismo, tenía pocas posibilidades. El peronismo tenía un sindicalismo muy fuerte, pero en Colombia el sindicalismo, apoyado en el Partido Comunista y el Liberal, eran antigaitanistas. La propuesta del caudillo le daba voz al ciudadano anónimo y pobre que se sentía excluido, pero no al militante de izquierda o sindical. Y no tener populismo le dio ventajas al país, al menos en lo económico: nunca hubo planes grandiosos como los que quebraron a otros países. Era como si la población dijera: “Con estos oligarcas de los que hablaba Gaitán, pues no nos va muy bien. Pero tampoco nos va tan mal”. Y siguieron votando por los oligarcas.
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SEMANA: ¿Por qué es tan crítico de la izquierda?
J.O.M.: Porque no buscó fortalecer la democracia y esa era la gran oportunidad de la izquierda. De los años sesenta a los ochenta el eslogan era “abstención beligerante”, “no vote”, el voto es un engaño y la democracia también. Si otros países latinoamericanos se preocuparon por consolidar la democracia, la izquierda de Colombia decidió que era burguesa y mentirosa, y que había que tomar el poder por las armas.
SEMANA: ¿Cuál fue el costo?
J.O.M.: La elite colombiana no era santa y tenía la experiencia de la violencia de muchas décadas. Los propietarios resolvieron aliarse con los narcos y crear el paramilitarismo, que sembró el terror al matar a los amigos de los guerrilleros, los simpatizantes civiles de las guerrillas, como pasó con la UP. Los paracos, en vez de enfrentar a los guerrilleros, asesinaban a los militantes urbanos de la UP o de otros grupos de izquierda.
SEMANA: ¿Esa interpretación no libera de culpa en la violencia a la clase dirigente?
J.O.M.: Para nada: no eran santos. Pero a mí me parece que si uno sabe que en el país hay una oligarquía relativamente violenta, tiene que pensar cuál es el mecanismo eficaz para frenarla. Y yo creo que en esa época sí había suficientes elementos ideológicos y organizativos en las clases medias y bajas para haber intentado un bloqueo más civilista en defensa de la democracia.
SEMANA: ¿Cómo interpreta hoy el asalto a Marquetalia?
J.O.M.: El Estado no creó la guerrilla al atacar unos campesinos, pues esta ya existía, aunque no muy activa. Marquetalia demostró también que el gobierno tenía las mismas cegueras de la izquierda, y por la misma razón, al no darse cuenta de que la violencia era contraproducente. Los ataques a Villarrica, Marquetalia o la Uribe dieron argumentos a la guerrilla y dividieron al establecimiento, que tenía, como aquella, partidarios de la ‘lucha armada’ y partidarios de acabarlos con herramientas políticas. En 1962, Álvaro Gómez propuso los primeros ataques a las repúblicas independientes y Alberto Lleras no quiso atacar a Marquetalia. Sí lo hizo Guillermo León Valencia y terminó por fortalecer la guerrilla.
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SEMANA: Y esa lógica fue repetitiva…
J.O.M.: En varias ocasiones, como en 1979, con el Estatuto de Seguridad que surgió para decirle al M-19: “Vamos a acabar con ustedes como sea”. Y eso unió a los sectores urbanos, universitarios y progresistas para defender los derechos humanos. Se desacreditó la lucha militar contra la guerrilla. Lo mismo sucedió con Uribe, que le dio duro, pero apareció el escándalo de los falsos positivos y el del DAS (contra organizaciones de derechos humanos y de izquierda y sus competidores políticos). Todo esto desacreditó a su gobierno. En la guerrilla y en el gobierno han coexistido los negociadores y los belicistas.
SEMANA: ¿Hubo fraude en las elecciones de 1970 entre Misael Pastrana y Gustavo Rojas?
J.O.M.: Mi impresión es que hubo el fraude usual, y que favoreció a Pastrana. Es decir, en los pueblos conservadores rurales, en donde se cumplía la regla de que ‘el que escruta elige’ y hubo más votos de los posibles, pero no en el conteo central, como la mayoría de los colombianos creen. La torpeza del gobierno consistió en bloquear la información electoral, pues dio la impresión de que, ante el triunfo inminente de Rojas, estaba haciendo un fraude de última hora. En realidad ya estaba hecho.
SEMANA: ¿Por qué Colombia no ha podido resolver el problema de la desigualdad?
J.O.M.: Las promesas de igualdad y de otras reformas se hacen en épocas de elecciones, para ganar votos, pero no son serias, pues no hay ningún movimiento político cuyo programa tenga su centro en la igualdad y las grandes reformas sociales. Por ejemplo, prometieron la reforma agraria y esta fracasó por culpa de los terratenientes y de los políticos, pero también porque la izquierda no la apoyó, pues decía que era reformismo y que iba a volver pequeñoburgueses a los campesinos.
SEMANA: ¿No hay más razones?
J.O.M.: Aquí no ha habido ningún partido grande que quiera eliminar la desigualdad. Y no lo hay porque no hay movimientos políticos vinculados a la perspectiva de los sectores obreros. Liberales, conservadores y otros grupos han sido siempre partidos policlasistas, que siguen estrategias gradualistas y liberales. Todos quieren promover las condiciones para que los empresarios aumenten la producción, y si nos va bien, vamos a cobrar algo de las ganancias en impuestos, para compensar la desigualdad dando un poco de salud y educación. Todos comparten el ideal liberal, y si acaso algunos creen que hay que añadirle un sistema de subsidios. No hay un modelo distinto, alternativo, al acordado entre liberales y conservadores y respaldado por los empresarios. Incluso la izquierda, cuando llega al poder en los municipios, no tiene un plan diferente. Es más o menos la misma cosa, con un poquito más de subsidios sociales.
SEMANA: ¿Por qué Colombia no ha logrado formas estables de convivencia y paz?
J.O.M.: Aquí la violencia fue deseada, es decir, la lucha armada fue un proyecto político. En otros países de América Latina, donde había dictaduras y menos democracia que en Colombia, los grupos que querían el cambio social lucharon por la democracia. Y les fue, al final, mejor que en Colombia. En casi todos los países llegaron al poder grupos de izquierda. Aquí la gente que promovió el cambio social, desde 1920, lo hizo mediante las armas. Y nos metimos en un espiral de violencia que no resolvió nada y agravó las cosas. Al que estaba a favor del socialismo, pero no creía en la lucha armada, le decían mamerto, el insulto para los que creían en el socialismo, pero no en la violencia.
SEMANA: ¿Qué importancia tiene la enseñanza de la historia?
J.O.M.: La importancia de su enseñanza no está en que los estudiantes aprendan la lista de los héroes o hechos importantes. Quien estudia historia aprende a reflexionar, a pensar, a evaluar críticamente fuentes, testimonios. En otras palabras, estudiar la historia es una forma de aprender a pensar y a no comer cuento.