Reflexión

Jóvenes: “su necesidad de creer en la posibilidad de un mundo diferente hizo que el que se detuvo retomara lentamente el movimiento”

Ese fue uno de los mensajes que Verónica Uribe, directora del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de los Andes, les dio el pasado 18 de junio a los graduandos de la Facultad de Artes y Humanidades.

Verónica Uribe
23 de junio de 2021
Verónica Uribe, directora del Departamento de Historia del Arte Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes. Foto cortesía de la directora.
Verónica Uribe, directora del Departamento de Historia del Arte Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes. Foto cortesía de la directora. | Foto: Verónica Uribe, directora del Departamento de Historia del Arte Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes. Foto cortesía de la directora.

Como oradora principal de la ceremonia, Uribe decidió contar detalles sobre la experiencia de sus estudiantes y la suya como profesora en estos tiempos de pandemia. Habló de lo difícil que fue dictar en medio de las cuarentenas, una clase dedicada a estudiar la historia del arte de occidente y a llevar a los estudiantes a pensarse como ciudadanos de mundo y viajeros en un contexto global.

Habló de la desesperanza que vivieron, pero también de los momentos de alegría y de los aprendizajes sobre la condición humana. Pero sobre todo, planteo importantes preguntas sobre las que vale la pena reflexionar, por ejemplo, ¿cómo hablarle a una juventud que siente una desesperanza y una desilusión colectiva? ¿Cuál es el papel de los formadores, y de la sociedad en general, cuando la juventud reclama una manera distinta de vivir y de pensar?

A continuación, SEMANA publica las palabra de Uribe:

Estimados graduandos, padres y familiares, Decana, Vicedecana, directoras, profesores, coordinadores académicos, amigos de la Facultad de Artes y Humanidades,

Es la primera vez en mi carrera profesoral que tengo el honor de dirigirme a un grupo de estudiantes que culmina sus estudios en nuestra Facultad y en nuestra Universidad. Estoy honrada y llevo unos días pensando en la responsabilidad que conlleva, sobretodo en estos tiempos tan adversos, encontrar las palabras adecuadas para este momento. Por este honor han pasado personas mucho más sabias y con mayor recorrido, y estoy segura que han inspirado de forma poética a varios grupos de artistas, historiadores del arte, músicos, literatos. En un futuro no tan lejano los oradores inspirarán también a los narradores digitales con palabras más coherentes y sensatas de las que pretendo dejarles hoy aquí.

En agosto del 2020, dicté el curso Arte y Viajes. Como parte de los objetivos de ese curso y de la mano de la historia del arte occidental, los estudiantes deben reflexionar sobre su proceso como ciudadanos del mundo y viajeros en un contexto global. El curso se aproxima a temas como la repatriación de obras de arte robadas, la influencia de unas obras de arte sobre otras, analiza imágenes que se trasladan y estudia artistas aventureros.

Además de los ejercicios específicos, los estudiantes deben entregar semanalmente un breve texto con una imagen en una bitácora virtual donde escriben e ilustran sus experiencias de viaje. Estas pueden ser sobre viajes hechos en el pasado, viajes que sueñan hacer en el futuro, paseos de fin de semana, recuerdos de amigos y de familia. Pensar la relación con el tiempo, con el espacio, con los mapas, con las fotografías y con la memoria es una pieza clave de las discusiones que se construyen en esa clase.

Este curso, que he dictado durante varios años, nunca fue tan difícil de consolidar como durante esta pandemia y, aun más, iniciando en el mes de agosto, cuando aún nos encontrábamos en la cuarentena estricta. Al leer las entradas semanales de la bitácora de viaje de los estudiantes, yo comentaba cada ejercicio con los ojos aguados y en más de una ocasión con verdaderas lágrimas y al calificar, me preguntaba, ¿cómo enseñar sobre el arte y los viajes desde la quietud de las pantallas? ¿cómo mostrar a los estudiantes que, a pesar de nuestras realidades de casa, de familia y de país el mundo continúa girando allí afuera? ¿cómo mantener el entusiasmo por un curso que promueve un pensamiento más allá de nuestras fronteras físicas, que quiere que pensemos la manera como nos movemos en el mundo, o que identifiquemos el tipo de turistas que somos, cuando el mundo en realidad parece haberse detenido súbitamente y ha quedado como suspendido en el tiempo y en el espacio?

Los estudiantes del curso no siempre encontraron en sus bitácoras un lugar de esperanza, pero sí de resguardo, donde los recuerdos de las últimas vacaciones en familia, de un paseo de fin de semana con amigos, de un intercambio académico a otro país, de sus anécdotas sobre el campus, o de una caminata en la naturaleza con su mascota, eran, en palabras de muchos, una bocanada de aire frente a la quietud de sus casas, apartamentos, habitaciones y pantallas de computador. Describiendo sus recorridos era la manera como estos jóvenes mantenían un sentido de realidad donde aquellas memorias y recuerdos con personas cercanas que revivían por medio de fotografías grupales y de entradas de Instagram, cobraban más sentido que nunca. Lloré y reí con la diversidad de experiencias que los estudiantes compartían, y sus experiencias me permitieron conocer más de lo que seguramente habría podido conocer sobre ellos en persona. La realidad de nuestro mundo virtual reflejaba no solo angustias, temores y frustraciones, sino también alegrías y una enorme necesidad de compartir con otros, y por encima de todo, siempre estaba la esperanza de volver a viajar, de volver a visitar un lugar, de revivir experiencias o de planear futuras aventuras. Enseñar nunca había sido un reto tan grande, y a su vez, nunca fue tan satisfactorio. ¿Cuál fue la razón? La conexión humana y la conexión con el mundo que nos rodea es lo que nos mantiene vivos.

Hace unas tres semanas, en la última sesión de otro curso, abrí un espacio de conversación informal con los alumnos para despedirnos, un gesto de cierre que siempre he practicado son solemnidad y formalismo. Una estudiante levantó la mano y me preguntó cómo veía yo las posibilidades de nuestro regreso al Campus en agosto. Después de contemplar con ellos las diferentes coyunturas sobre este misterioso virus, sobre el proceso de vacunación y sobre la realidad política, económica y social de nuestro país, hice lo que considero es mi deber en el aula de clase. Por más complejo e incierto que se vea el panorama, y sin obviar nunca las realidades individuales que nos circundan y afectan, expresé un mensaje alentador y positivo culminando con la frase, “yo tengo la esperanza de que estemos en el campus en agosto”. Ante esto, comenzaron a aparecer diferentes manitos amarillas en las casillas de Zoom, y al abrir los micrófonos y darle la palabra a este diverso grupo de estudiantes, encontré un desasosiego generalizado, y más de uno que prendía su cámara y me decía, “Verónica, ya no tenemos esperanza de nada”. ¿Cómo cerrar una sesión de Zoom así que llega a su fin cuando la juventud que tenemos delante clama a gritos ya no tan silenciosos una desesperanza y una desilusión de un sentir colectivo e individual al mismo tiempo? ¿Cuál es nuestro papel como formadores, como padres de familia, como amigos y guías cuando entendemos que la juventud reclama una manera diferente de pensar, de vivir, y cuando el mundo entero ha pasado por un sisma donde aún la polvareda está por terminar de caer? ¿Con qué autoridad le digo yo a estos jóvenes que no hay que perder toda esperanza?

Precisamente jóvenes, graduandos y graduandas, es en su juventud donde radica la energía vital que le da sentido a lo que hacemos las personas que hoy los acompañamos aquí: a sus padres, hermanos y familiares, a sus amigos, amigas, compañeros y compañeras, a profesores y profesoras. Es su empuje, sus ganas de hacer, su necesidad de creer en la posibilidad de un mundo diferente lo que permite que aquel mundo que se detuvo haya retomado lentamente el movimiento circundante que lo caracteriza. La autora norteamericana Glennon Doyle dice que “todos podemos hacer cosas difíciles”. Así lo creo, es lo que hemos hecho este año y medio, es lo que ha hecho la humanidad desde el principio de los tiempos, es lo que nos hace humanos. Ustedes, además, tienen la fortuna de decir hoy que son artistas y humanistas, que tienen las herramientas con qué enriquecer sus vidas y las de aquellos que se crucen en sus caminos, que tienen maneras diversas, espontáneas y creativas de expresar su descontento, su desconsuelo y sus alegrías.

Es en la dificultad y en la adversidad donde construimos una parte esencial de nuestro carácter, es en ese proceso de entendernos como personas, en relación a otros donde nuestros sueños y esperanzas se forjan y donde comienzan a materializarse. Debemos ir más allá de la imagen que se nos presenta, estamos hoy aquí, por tercera vez en los grados virtuales, y solo quiero decirles que nunca dejen que lo coyuntural desfigure el alma de las cosas, que la forma obnubile la esencia. Virtual o presencial, o en una mezcla de las dos, ustedes llegaron hasta aquí, terminaron y cerraron un ciclo exitoso, acompañados por las personas que más los quieren y que desean verlos triunfar. El mundo continuará girando y seguirá siendo un lugar bellísimo y complejo, tendrá mejores y peores momentos a lo largo del espectro de tiempo que son sus vidas, pero en eso radica su esencia, por favor siempre recuerden que ustedes pueden hacer cosas difíciles.