En el centro de la trama hay un robo en un banco y eso, en Colombia, usualmente la haría una película de acción, aventura o violencia. No es el caso. Las similitudes de Kairós con cintas como El robo del siglo, las narconovelas o incluso con escenas recientes de la vida real, como el tiroteo en vía pública en Medellín de hace pocas semanas, no existen. Este relato cinematográfico va en sentido contrario.

En ritmo y mensaje, Kairós es un antídoto ante ese frenesí y esas violencias. El robo tiene lugar, pero ni siquiera se siente. Es una mera consecuencia de que en esta sociedad, por más dedicadas, amables y rectas que sean, ciertas personas parecen destinadas a ser borradas en vida. Esto no significa que no existan, y es importante que el arte lo ponga en la conversación y lo ratifique cuantas veces sea necesario.

La película retrata además con lente poética a Cali, a algunas personalidades que le dan vida y sus calles. Las recorre con Amaranto, un protagonista como pocos en el cine colombiano. | Foto: Cortesía
Difícil considerarlo un villano, a este hombre de corazón gigante. | Foto: Cortesía

La cinta del vallecaucano Nicolás Buenaventura se estrenó este mes en Colombia, se sigue exhibiendo en cinematecas del país, y se hace crucial por los temas que toca, la sensibilidad que despierta en estos tiempos y los debates que suscita. Entre estos, uno inevitable sobre los límites del “ladrón que roba a ladrón” en una sociedad tan cruel.

La película retrata además con lente poética a Cali, a algunas personalidades que le dan vida y sus calles. Las recorre con Amaranto, un protagonista como pocos en el cine colombiano. Pausado, tranquilo, de buen corazón, el hombre se ve enfrentado a una situación compleja y en buena hora aprende a pensar en él y a cobrar lo que es justo. Desde su contagiosa tranquilidad y pragmatismo positivo, el personaje recuerda al chileno Sergio Chamy (que riega sabiduría humana durante todo el falso documental El agente topo). Y como “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, en buena hora aprende tácticas del ajedrez que aplica a la vida cuando le pide acción.

Amaranto era el mejor cajero de ese banco que lo despidió para no indemnizarlo bien y en el que ahora deambula, ayudando gratis. Ante un escenario tan desequilibrado e inexplicable, una de sus colegas le pregunta con insistencia dónde dejó la dignidad. La cámara lo sigue, el espectador lo ve, pero Amaranto es invisible para quienes no entienden su decisión de seguir allí a pesar de no estar ya en la nómina. De esa realidad casi palpable se sirve él en el fondo para darles un poco de su propia medicina.

Toda esta mirada se desprende de la sensibilidad de un artista como lo es Nicolás Buenaventura. Nacido en 1962 en Cali, el dramaturgo, escritor y más ha llevado al mundo su arte performática, su teatro, su palabra oral, sus cuentos, sus guiones, sus documentales y ahora suma esta película a su vasto cuerpo de creación.

Como es de esperar, la entrega es contemplativa en sus ritmos, que siguen la cadencia de un ‘silvestre felino’ (que también termina protagonizando), sin embargo nunca permite olvidar las posiciones laboralmente lamentables que determinan la situación de su protagonista, así este no parezca inquietarse demasiado. En el camino de este apacible caleño se cruzan Colombia y el siglo XXI con sus modernizaciones de nómina y las jugadas sucias de las corporaciones.

La naturaleza desagradecida de alguna empresa aplica en la cálida Cali, en la helada Bogotá así como en Japón. Pero también se cruza la alegría de vivir, y una poderosa idea de cariño, aprecio y amor entre personas. Buenaventura explica que los griegos tenían dos palabras para definir el tiempo: cronos, que designaba el tiempo cronológico, medible en horas, minutos y segundos; y kairós, “el tiempo de calidad, en el que estás tan metido en la experiencia que no sabes qué hora es”. Amaranto parece un mosco en leche y puede actuar como tal, solo porque su tiempo es distinto. En ese lo impulsan el amor de una niña que lo adora, el cariño de la madre de esa niña, una prostituta que le confiesa que sería feliz a su lado, y montar su bicicleta un día más.