Cine

Karmma

La familia Valbuena vivirá la más dura de las pruebas en el arriesgado debut del cineasta Orlando Pardo.

Ricardo Silva Romero
7 de octubre de 2006
Padre e hijo (el debutante Sebastián Mogollón y el siempre digno Julio Medina) se enfrentan, por cuenta de otro secuestro infame, al peor momento de sus vidas. Guaco (el infaltable Edgardo Román) conoce todos los secretos que avanzan por los Llanos Orientales.

Año de estreno: 2006.
Dirección: Orlando Pardo.
Actores: Julio Medina, Edgardo Román, Sebastián Mogollón, Lincoln Palomeque, Diana Ángel, Luz Stella Luengas.

Se ve bien. Y se oye lo que dicen. Pero eso es lo mínimo a estas alturas de la historia del cine colombiano. Tendría que partir de un guión consistente, tendría que ser aquel "ajuste de cuentas con los propios actos" que se anuncia desde el título, y no este drama familiar a medio hacer, mucho más entusiasta que efectivo, mucho más efectista que dramático, para que sintiéramos que se trata de una buena película. Los actores, profesionales de primer orden, hacen lo que mejor pueden para encarnar a esos borrosos personajes que les han entregado. Y el director, Orlando Pardo, trata de salvar los gigantescos baches de la historia, una aventura "basada en hecho reales", con imágenes contundentes que no siempre vienen al caso, pero que, si somos justos, sólo una persona con talento podría lograr. Y sin embargo, no hay nada por hacer. Karmma cuenta una serie de hechos, sí, cumple con exponernos el secuestro que acabó con la familia Valbuena. Pero lo hace sin gracia, sin verosimilitud, sin suspenso. Y, como su segundo acto es una cadena de absurdos, pierde nuestra compasión por el camino.

Los Valbuena no están preparados para la tragedia que les ha caído del cielo. Y nosotros no estamos listos para sufrir por los Valbuena: sentimos que nadie nos los ha presentado -nos da lo mismo lo que les suceda- cuando comienzan a vivir semejante cadena de desgracias. Intuimos, sí, que don Juan Diego es un ganadero respetado en los Llanos Orientales, pero su fiesta de cumpleaños, lo único que se nos permite ver, no es suficiente para ponernos de su lado. Suponemos que Santiago, su hijo, está arrepentido de ser un hampón que rapta por dinero, pero en la pantalla no vemos a un hombre en el punto de giro de su destino, no, vemos a un adolescente arrepentido por haberse llevado el carro de la casa sin permiso. Entendemos que Guaco, el capataz de la finca, es un hombre sabio, pero oírlo decir frases como "cuando nacemos estamos destinados a morir" no nos basta para entender por qué merece ser el narrador del relato. Karmma, en síntesis, nos pide mucho más de la cuenta: que nos preocupe la suerte de unos desconocidos, que no cuestionemos la lógica de sus hechos, que la dejemos saltar de género en género (del documental a la acción, de la acción a la épica familiar) como si no se tratara de un problema narrativo.

El señor Valbuena es secuestrado por culpa de su hijo. Y lo que hasta ese momento se perfilaba como un interesante cuento de terror llanero, una fábula sobre lo peor que se le puede hacer a un ser humano, se convierte en una sucesión de disparates (fugas cómodas, encuentros imposibles) que sólo vuelve a tomar forma en las sorpresivas escenas finales. Es entonces, ante ese final digno de la gran tragedia que Karmma pudo ser, cuando pensamos que a Pardo le quedará más tiempo para ser un buen director cuando tenga de su lado a un buen guionista.