Cuando en las salas del famoso Café Florian en la bellísima Plaza San Marcos de Venecia se reunieron, en 1895, varios hombres de cultura entre ellos Augusto Sezzane, Michelangelo Guggenheim y Giovanni Stucky para dar vida a una "institución" que se inspirara en el amor por el arte, nadie se imaginó que 89 años más tarde la Bienal de Artes Visuales de Venecia continuara siendo -a pesar de las críticas sobre su rol y su razón de ser- un punto de encuentro internacional, un estímulo para las discusiones sobre arte contemporáneo, un banco de prueba sobre la orientación del mercado y, al fin y al cabo, un lugar de canonización del arte.La "Bienal de la memoria" fue definida este año la exposición internacional más veterana de las artes. La 41 edición, que se inauguró a inicios de junio y concluyó a mediados de septiembre, no se circunscribió a la exposición de las obras escogidas por cada país -más de 30 países-, sino que ofreció un repertorio de muestras monográficas que pretendían hacer meditar sobre el pasado del arte y sus límites.Esta edición tuvo, pues, un título que quiso ser, a la vez, un programa: "Arte y artes. Actualidad e historia". Por esto, los pabellones extranjeros enviaron obras que de cualquier forma se relacionaban con el título de la muestra. Colombia participó con dos nombres de prestigio, el pintor Luis Caballero con su trazo inconfundible y sus desnudos, y el escultor Bernardo Salcedo con sus mares de serruchos que se encuadran perfectamente en el contexto de la Bienal.Un crítico de arte, Franco Miracco, ha escrito que esta muestra tuvo la pretensión de "querer ser total, completa", dado que quiso analizar y proponer tanto la actualidad como la historia, porque la muestra, además, estuvo dirigida por una temática complicada: lo específico y lo indefinido; el sol y la luna. Por esto, la Bienal se dividió en tres secciones: "el arte en Viena de la secesión a la caída del imperio Habsburgo", la retrospectiva más amplia dedicada a ese momento importante del arte moderno entre fines de siglo y 1918. Se vieron cuadros de Klimt, Kokoschka, Gerstl, proyectos de arquitectura de Otto Wagner y de Adolf Loos, además de tejidos, telas estampadas, botones, muebles, ceniceros, floreros, vestidos, libros, vasos y hasta postales ilustradas, todo esto en el bellísimo Palazzo Grassi. En los "Jardines del Castillo" estuvo la muestra "Arte en el espejo", dedicada a las tendencias típicas de los últimos 10 años. Allí se encontraban los divertidos cuadros de Duchamp como "La gioconda con bigotes" o "Las meninas de Velázquez" re-vistas por Picasso, Dali, Gutuso, que retoma Picasso, que retoma Manet, Man Ray, Lichtenstein, Pistoletto, Picabia, Parmeggiani y el gran De Chirico con su pintura metafísica. Y por último, "Arte-Ambiente-Escena" que, debido a las limitaciones presupuestales que redujeron enormemente ese sector de la muestra, ofreció un panorama bastante sintético de las tendencias llamadas "centrífugas" del arte visual, como es el "arte-espectáculo" que cuenta con la colaboración del Teatro Goldoni y video-tecas.Y es que la Bienal 1984 tenía programada, además de la reseña habitual por pabellones nacionales, una gama enorme de manifestaciones, unidas por un objetivo común: mostrar la producción de arte visual en su mezcla de viejas y nuevas ramas que provienen del arte del dibujo. "La arquitectura, el espectáculo, los medios de comunicación, son polos que atraen el arte y éstos a su vez han sido atraidos por el arte que genera nuevas ocasiones para la investigación y el intercambio de técnicas ya específicas", dijo Paolo Portoghesi, presidente de la Bienal, en su discurso de inauguración, para explicar su desacuerdo por el tallo de presupuesto a ese sector de la muestra que "pretende mostrar el pluralismo del lenguaje artístico", pluralismo que, según él, es "típico de nuestros días". Y és ése el hilo conductor de la otra parte del título de la muestra que constituye "la actualidad". "Ya nadie teme confrontar el trazo del pincel con la caligrafía del computador" dijo el organizador del sector "Arte-Ambiente-Escena" de la muestra, Maurizio Calvesi, quien con su teoría -apoyada por críticos y expertos- despertó gran interés y curiosidad. Y en este contexto, la Bienal dedicó un espacio importante al pintor Zoran Musci y al escultor Augusto Murer, además de una retrospectiva del magnífico pintor italiano Emilio Vedova y esculturas de Alberto Burri.La verdad es que pocas veces se había estado tan cerca de no poder ofrecer al público la célebre exposición internacional veneciana sobre arte. Los fondos llegaron tarde, seis millones 500 mil dólares (4 millones más del último aporte) que, según Carlo Ripa Di Meano, presidente de la fundación que respalda la Bienal, "no son suficientes para obtener auténticas presencias continentales que hagan de la muestra un acontecimiento europeo". Y es que la Bienal, además del prestigio, "debe servir para el intercambio de mercado" dijo Bernardo Salcedo, mientras paseaba por el viejo barrio de Trastevere en Roma. "Ahora lo que cuenta es el mercado y el mercado en la Bienal no existe o existe poco".Sin embargo y a pesar de las limitaciones económicas y de las inevitables polémicas, los organizadores de la muestra, incluyendo a la fotografa Silvia Mejía, que fue la curadora de la organización del pabellón colombiano, se declaran satisfechos con la crítica y la constante afluencia de público a la Bienal.Y es que la "Bienal registra, no juzga" declaraba el anciano presidente de la república, Sandro Pertini, conocido amante y coleccionista de arte, ubicando tal vez la Bienal en su justo lugar. Para muchos, el registro este año es modesto. Y aunque Venecia como ciudad es ya una muestra de arte y belleza, la Bienal tiene el mérito centenario de permitir una ojeada a las tendencias de la plástica en el mundo. Y es por eso que Venecia, para bien o para mal, sigue siendo un templo del arte internacional.