La semana pasada la Quinta de Bolívar volvió a la vida. Luego de un proceso de restauración que demoró cerca de ocho años entre estudios preliminares y trabajos de obra, la casa donde Bolívar pasó algunos de sus mejoresmomentos al lado de Manuelita Sáenz, pero también algunas de sus horas más amargas, poco antes de partir a Santa Marta hacia su muerte, abrió nuevamente sus puertas al público con el traje que, según los arquitectos restauradores, debió tener la edificación en la época en que fue habitada por el Libertador.A pesar de que a primera vista la quinta sólo parece estar estrenando puerta principal y lucir apenas una nueva mano de pintura en su fachada y en la baranda que la rodea, en realidad la transformación ha sido categórica. Los diferentes oficios que la casa fue cumpliendo a cabalidad durante los más de 150 años transcurridos desde que Bolívar la abandonó se habían encargado de cambiar su fisonomía original. Algunas de sus puertas fueron selladas, sus espacios interiores subdivididos en varias habitaciones y muchos de sus muros alterados en aras de la funcionalidad. Nada raro si se tiene en cuenta que la quinta, después de Bolívar, tuvo no menos de siete propietarios y fue dispuesta para todo tipo de funciones, entre ellas escuela de señoritas, casa de salud, curtiembre y fábrica de cerveza. Sólo en 1922, 90 años después de que el Libertador le obsequiara la hacienda a su amigo José Ignacio París, el Estado decidió adquirirla para hacer de ella un museo bolivariano.De hecho la finca que la Nación le obsequiara a Bolívar en reconocimiento a su esfuerzo por la patria liberada se convirtió, a partir de 1947 cuando fue restaurada con motivo de la Conferencia Panamericana, en eso: un museo con vitrinas, estanterías y demás elementos accesorios que le permitían al visitante no entrar a la casa del Libertador sino a un centro de exhibición de reliquias, entre las cuales sobresalían su espada, sus uniformes y algunos objetos directamente relacionados con él. Pero era un museo, es decir, algo muy opuesto al propósito que se trazó a comienzos de esta década la Sociedad de Mejoras y Ornato de la capital cuando decidió devolverle a la quinta su espíritu original, el de ser, ante todo, una vivienda. Misión cumplidaMás de seis años después la labor ha quedado concluida. Mientras el museo, con todo y sus piezas de colección, pasará a formar parte de una pinacoteca que será construida en las vecindades del predio, la quinta ha recobrado su carácter habitacional. Los muros que fraccionaban la edificación han sido demolidos para dejar libre el gran salón donde, se supone, tenían lugar las reuniones en las que el Libertador, en compañía de sus amigos más cercanos, discutía las mejores estrategias para hacerle frente a la oposición de los santanderistas. Su habitación, antes ubicada en donde hoy se halla el salón de juegos, fue devuelta al lugar de su tiempo, con la puerta hacia el norte y con salida al jardín que lo condujo tantas veces hacia El Mirador. El comedor, adecuado especialmente para el uso de Bolívar, ha recobrado la imponencia de entonces, con su estilo afrancesado, sus óculos al descubierto y sus esquinas pintadas en una clara aunque rimbombante imitación del mármol. La cocina, ubicada por antiguos restauradores donde en realidad queda el granero, retornó a su lugar de origen, allí donde los restauradores actuales se toparon con la presencia de hollín y los vestigios del antiguo horno. El 'Salón de la Estufa', como el propio Bolívar lo bautizó en referencia directa a la chimenea de mármol que mandó importar de Europa para su aposento preferido, ha vuelto a engalanarse con el escritorio que debió pertenecer al Libertador. En fin, la antigua hacienda ha vuelto a ser la casa de campo que el General habitó. Y aunque a excepción de la cama y el cofre de la habitación de Bolívar, el escritorio del salón de la estufa y el pianoforte del salón de Manuelita, son escasos los objetos que hoy adornan la quinta y además pertenecieron a la célebre pareja, los restauradores se han ocupado de adecuar la decoración lo más cercanamente posible a como debió estar dispuesta en la década de 1820.El centro de la polémicaNo obstante el esfuerzo realizado por el equipo liderado por el arquitecto Gustavo Murillo Saldaña, con la supervisión de la Sociedad de Mejoras y la subdirección de monumentos del Instituto Nacional de Vías, el proceso de restauración de la quinta no termina de generar polémicas. La primera surgió unos meses atrás en relación con la baranda que rodea a la casa. Si bien Murillo era de la idea de reemplazarla por un poyo que, según él, debió ser el original de acuerdo con las muestras obtenidas de los pies derechos, los cuales no presentaban señal de tener adosada baranda alguna, el Consejo de Monumentos Nacionales, luego de una ardua disputa, terminó aceptando la baranda más por razones históricas que arquitectónicas. Ahora la discusión se centra en el mirador, desde donde Bolívar solía divisar la ciudad en sus paseos por el jardín y bajo el cual se halla un baño de asiento donde los restauradores encontraron, además, una significativa muestra de pintura mural. Murillo y su equipo sostienen que, luego de una minuciosa lectura de la edificación, llegaron a la conclusión de que el segundo piso, techado y resguardado con ventanas, tal y como lo han conocido los bogotanos durante el último siglo, fue construido con posterioridad a la estadía del Libertador en la quinta. "Mientras el primer piso fue levantado con el mismo ladrillo tablón con que fue construida la casa, el segundo piso está hecho de adobe de mala calidad, esterilla de guadua, alambre y puntillas. Es evidente que pertenece a otra época, dice Murillo. Lo que pensamos es que ese segundo piso era en realidad una terraza destapada con un pretil que además servía de asiento".Sin embargo, otra cosa piensan algunos especialistas, como el arquitecto Alberto Corradine, quien con fotografías que comprueban la existencia del mirador desde por lo menos la última mitad del siglo pasado, y basado en crónicas de la época del Libertador, contradice el concepto de los restauradores. "Con una base visual de esta naturaleza se puede afirmar que el mirador no es un producto recientemente adicionado, ni se trata de una agregación realizada en las postrimerías del siglo XIX". Algo similar opinó en meses recientes el Consejo de Monumentos Nacionales, en cuya última resolución rechazó la propuesta de Gustavo Murillo en virtud de que, además de no encontrar argumentos contundentes en la idea de desmontar el segundo piso, el mirador, con su techo y sus ventanas, ya pertenece a la memoria colectiva y representa por sí solo un hito urbano.Curiosamente esta polémica suscitó otra no menos interesante, y tiene que ver con la entrada de la quinta, un imponente portón que no guarda las proporciones con la humildad de la casa de campo que debió habitar Bolívar. De nuevo con fotografías en mano, Alberto Corradine sostiene que su construcción es muy posterior a la época del Libertador. "Si se trataba de devolver la quinta al momento exacto en que sirvió de albergue al General, argumento que ha llevado a los restauradores a desmontar el mirador, entonces ¿por qué no utilizaron el mismo criterio con el portón?".La solución parece contradictoria, pero el propio subdirector de Monumentos Nacionales del Instituto Nacional de Vías, Juan Luis Isaza, concluye la polémica en una frase: "De alguna forma había que conservar la monumentalidad que la casa del Libertador se merece".Con todo, lo cierto es que la Quinta de Bolívar ha abierto de nuevo sus puertas para que propios y extraños, expertos y público en general, saquen sus propias conclusiones.