Patrimonio
La catedral de Tlaxcala, en la que comenzaron a unirse dos cosmologías, es declarada Patrimonio Mundial
Tras casi 500 años, el convento y catedral de Nuestra Señora de la Asunción, en Tlaxcala, sigue siendo un eje vital de mexicanos que disfrutan cotidianamente sus espacios y revitalizan así un hito fundacional de su nación.
María Isabel Farfán, de 41 años, pasea y se toma selfis en el atrio empedrado del que considera su “lugar preferido”, que este martes fue designado Patrimonio Mundial por la Unesco.
De niña, su abuela la traía a jugar a la pelota e hizo la primera comunión en el templo, como sus primos y sobrinos.
“Es algo muy emblemático y muy bonito”, dice Farfán, “orgullosa de ser tlaxcalteca”. “Aquí nació el catolicismo en todo el país”, añade sobre la confesión que aglutina a 90 por ciento de los mexicanos.
Tlaxcala fue la capital del antiguo reino del mismo nombre que se alió con los conquistadores españoles para enfrentar al imperio azteca, entonces enemigo común.
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El pacto, que en la vieja narrativa nacionalista mexicana es tachado como traición, se conoce históricamente como la “etapa de contacto”, cuando se fundan el mestizaje y la diversidad cultural que caracterizan al templo.
“Es el más temprano en su construcción y luego el modelo se empieza a reproducir como parte de esta búsqueda de hegemonía a todo lo largo de lo que fue el imperio de México-Tenochtitlan”, explica José de la Rosa, director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Tlaxcala.
El conjunto, edificado por misioneros franciscanos y constructores indígenas en 1526, fue el primero de su tipo en la naciente Nueva España, años antes de la conquista del imperio incaico en Sudamérica.
Modelo arquitectónico y social
El de Tlaxcala fue el primero de 15 monumentos similares que misioneros agustinos, dominicos y franciscanos edificaron en los vecinos estados de Puebla y Morelos para su expansión “evangelizadora y constructiva”.
Catorce de ellos figuran desde 1994 en la lista de patrimonio de la Unesco como los “Primeros monasterios del siglo XVI en las laderas del (volcán) Popocatépetl”. La inclusión de la Asunción repara este olvido.
“La mano de obra indígena no es solamente una cuestión mecánica, detrás había una visión del mundo, del colorido, de las formas y que se expresa en las construcciones”, añade De la Rosa.
Su arquitectura, que sintetiza un cúmulo de influencias estilísticas y técnicas, da fe de “un intercambio de valores humanos considerable” y lo hace “representativo” de un período histórico clave, criterios exigidos por la Unesco.
“Aquí es donde se empiezan a dar los experimentos arquitectónicos para tratar de cubrir esas necesidades que traía la evangelización en nuestro país”, observa Gelvin Xochitemo, arquitecto perito del INAH en Tlaxcala.
Sincretismo y originalidad están plasmados en elementos como la torre exenta, es decir, separada del templo, o su atrio abierto en contraste con aquellos cercados y defensivos de otras iglesias de la época, reflejo del entendimiento entre españoles y tlaxcaltecas.
También destaca su techo artesonado de madera, de fuerte reminiscencia mudéjar, o la pila donde se bautizó en 1520 a los cuatro señores del reino de Tlaxcala, con la presencia del mismísimo conquistador Hernán Cortés como padrino de uno de ellos.
Corazón de Tlaxcala
Además de su rol estratégico en la empresa colonizadora, De la Rosa enfatiza que el monumento representó también “una conquista del imaginario” y “una suerte de laboratorio” para la vida religiosa, cultural y comercial de la nueva nación.
Construido en lo alto de una colina, donde se aprecia una panorámica de la pequeña ciudad, el lugar había sido antes sitio de adoración de la deidad prehispánica Chalchiuhtlicue, diosa de los lagos y las corrientes de agua.
En Tlaxcala, el templo “domina la actividad tanto social como religiosa y eso ha sobrevivido desde el siglo XVI hasta el XXI”, destaca Xochitemo.
“Sigue siendo un punto de reunión, el lugar social, de convivencia, pero sigue también dominando la función urbanística, seguimos teniendo un ordenamiento de la ciudad a partir de este convento”, agrega.
Turistas y paseantes disfrutan su arquitectura y la refrescante sombra de los árboles en el atrio.
En el lugar para su foto de graduación, Pablo Álvarez, de 27 años, se confiesa alegre de que la catedral haya sido considerada por la Unesco; también, sorprendido por su vasta historia.